Sexto Domingo de Pascua - Ciclo A
Dr. Isidro Gomá y Tomá
Otras tres grandes promesas (Jn. 14, 12-24)
Explicación . Jesús ha consolado a sus Apóstoles con la promesa
magnífica del cielo, desde donde vendrá a buscarlos, después de
haberles dispuesto el sitio. Pero, entretanto, los discípulos no pueden
ir adonde va Jesús, deberán permanecer en el mundo hasta que él
venga otra vez. Para este espacio de tiempo intermedio, les hace tres
otras espléndidas promesas: un poder extraordinario (12-14); la
venida del Espíritu Santo (15-17); su asistencia perpetua (18-24).
P ROMESA DE UN PODER EXTRAORDINARIO (12-14). — Jesús ha
declarado su divinidad con palabras de altísimo sentido y de valor
demostrativo irrefutable; antes de hacerles a sus discípulos nuevas
promesas, les presenta sus propias obras como motivo de
credibilidad: Y si no, creedlo por las mismas obras , los milagros
multiplicados y estupendos, que nadie puede hacer si no está Dios con
él.
Pues bien: continuadores de su obra de evangelización como deberán
ser por la fe que a El les unirá, lograrán mayores éxitos que el
Maestro mismo que los envía: En verdad, en verdad os digo: El que
en mí cree, él también hará las obras que yo hago, y mayores que
éstas hará . La promesa se refiere no sólo al poder de obrar milagros,
sino a la misma evangelización. De hecho, ha sido más clamorosa la
predicación de los Apóstoles y sus sucesores que la de Jesús: El se
circunscribió a la Palestina, y los Apóstoles conquistaron el mundo; los
Hechos apostólicos están ya llenos de las conquistas y de los milagros
de los discípulos del Señor. La causa no es otra que la glorificación de
Jesús: Porque yo voy al Padre : al ser glorificado, conviene que haga
yo cosas mayores y que os conceda a vosotros potestad de hacerlas.
Otro género de poder les promete Jesús para consolarles: la eficacia
de su oración: Y todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, yo lo
haré . Pedir en el nombre de Jesús es hacerlo en íntima unión con él,
y apoyándose en sus méritos y en sus promesas, oran-do con su
mismo espíritu. Hecha así la oración, goza de una especie de
omnipotencia. El fin de este poder de la plegaria no es otro que la
gloria del Padre, objetivo 'de toda la vida de Jesús: Para que sea el
Padre glorificado, en el Hijo . Y para demostrar su igualdad de poder y
de naturaleza con el Padre, añade: Si algo me pidiereis en mi nombre,
lo haré .
PROMESA DEL ESPÍRITU SANTO (15-17). — Quiere Jesús en su
ausencia temporal que los Apóstoles le den pruebas de amor, no
manifestándolo con signos de dolor por su separación, sino
observando fielmente sus mandamientos: Si me amáis, guardad mis
mandamientos . Esta observancia es condición preparatoria al nuevo
beneficio que para su consuelo va a concederles el Señor, a saber, la
misión del Espíritu Santo: Y yo rogaré al Padre, y os dará otro
Consolador. Ruega Jesús como hombre, aunque como Dios El mismo
envía el Espíritu Santo junto con el Padre. En méritos de esta oración,
el Padre enviará otro Consolador, el otro Paráclito, abogado, defensor,
patrono, que les asista y consuele. Jesús ha sido el primer abogado de
sus discípulos (cf. vv. 6.13.14, etc.); ahora les promete un Consolador
distinto de sí mismo, Dios como él, pero persona distinta de él, para
que permanezca perpetuamente con ellos: Para que more
eternamente con vosotros.
Describe luego Jesús la naturaleza de este segundo Consolador: es el
Espíritu de verdad: Espíritu , y por lo mismo su asistencia a los
Apóstoles y a su Iglesia será invisible; lo es de verdad, porque es
autor y maestro de toda verdad, que de la Verdad procede y la verdad
dice. El mundo, es decir, los seguidores del mundo, opuestos al reino
de Cristo, que aman más las tinieblas que la luz, por-que son
secuaces del error y la mentira, no puede recibir este Espíritu divino,
mientras no abdique el espíritu de maldad y de mentira: A quien no
puede recibir el mundo porque, ni lo ve, ni lo conoce . En cambio, los
discípulos adversarios del espíritu del mundo (Cf. 17, 14), lo
conocerán y recibirán: Mas vosotros lo conoceréis: porque morará con
vosotros, y estará con vosotros , no sólo con su protección y con sus
dones, sino con su inhabitación personal en ellos (Cf. Mt. 10, 20; Lc.
12, 12; Ioh. 14, 23).
P ROMESA DE PERPETUA ASISTENCIA (18-24). — Jesús les ha
llamado a sus Apóstoles «hijitos» (13, 33): sigue ahora tratándoles
como padre. Aunque les haya prometido otro Paráclito, no quiere ello
decir que él les deje: No os dejaré huérfanos . Su ausencia no es
definitiva, como la de un padre que muere, sino por breve
tiempo: Vendré a vosotros : vendrá por la resurrección, dentro de tres
días; vendrá especialmente en el último adviento, sea particular, en la
muerte de cada uno; sea general, el día del juicio; hasta durante su
ausencia estará con ellos en forma visible (Cf. Mt. 28, 20), hasta la
consumación de los siglos.
Mas su presencia visible en carne mortal se acabará pronto: Todavía
un poquito : cuando vuelva, el mundo, que no ve más que las cosas
sensibles, ya no le verá: Y el mundo ya no me ve : de hecho, Jesús,
después de su resurrección no se manifestó a los malos, sino sólo a
los suyos; ni le ve por la fe, porque el espíritu del mundo es de
tinieblas. Los discípulos sí que le verán: con los ojos del cuerpo
cuando resucite, y con los de la fe aun después de su ascensión: Mas
vosotros me veis . Le verán, porque El será vivo y les comunicará la
vida, en el tiempo y en la eternidad: Porque yo vivo, y vosotros
viviréis .
Cuando vean los discípulos a Jesús según esta visión de que les ha
hablado, en su cuerpo resucitado y después por la fe, le conocerán de
una manera más perfecta que ahora: En aquel día, después de la
resurrección, y especialmente después que hayan recibido el Espíritu
Santo, vosotros conoceréis que yo estoy en mi Padre, por la unidad de
una idéntica naturaleza: y vosotros en mí , injertados en mí por la
gracia santificante y recibiendo de mí continuo y vital influjo (Cf. 15,
5; Rom. 6, 5): y yo en vosotros, inhabitando en vosotros por mi
divinidad, y formando un cuerpo místico con vosotros, del cual soy
Cabeza (Rom. 12, 5; 1 Cor. 12, 12; Eph. 1, 23; 4, 15.16).
Jesús extiende a todos los fieles lo que ha dicho a los Apóstoles, y al
mismo tiempo señala una condición para las manifestaciones íntimas
de que acaba de hablar: la observancia de sus mandamientos, que es
la gran prueba del amor: Quien tiene mis mandamientos, y los guarda,
aquél es el que me ama. De aquí dos grandes bienes: el amor del
Padre y del Hijo, y las especiales manifestaciones .del mismo en el
orden espiritual: Y el que me ama, será amado de mi Padre , como
hijo gozará del favor de Dios: y yo le amaré y me manifestaré yo
mismo a él , infundiendo cada día mayor conocimiento de mí mientras
viva, y dándome a gozar cara a cara en el cielo.
En este punto de la peroración de Jesús, le interrumpe Judas Tadeo, o
Lebeo, hermano de Santiago el Menor y pariente del Señor: Le dice
entonces Judas, no aquel Iscariote... Nótese lo minucioso y preciso de
las referencias del Evangelista, prueba de la absoluta verdad histórica
del relato. La cuestión que propone Judas es hija de los prejuicios de
que adolecían los mismos Apóstoles, como todo judío: según los
profetas, el Mesías debía manifestarse clamorosamente a todas las
naciones (Cf. Is. 2, 2; 11, 10; 42, 4); en cambio, Jesús dice que no se
manifestará al mundo, sino a ellos solos: esta idea contradice la de la
universalidad y esplendor del reino mesiánico. Es por ello que le
pregunta Judas: Señor, ¿cuál es la causa, qué ha sucedido, por qué
has de manifestarte a nosotros, y no al mundo ? Jesús respondió a
Judas indirectamente, dándole a entender que la manifestación
prometida es espiritual e individual, reservada a aquellos que
demuestren amarle cumpliendo su voluntad: Y le dijo: Si alguno me
ama, guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él, y
haremos morada en él . He aquí la plenitud del reino mesiánico en el
orden personal: toda la Santísima Trinidad (Cf. v. 17) visitará a cada
uno de los discípulos de Jesús, como el amigo visita al amigo, y hará
su estancia en ellos. Así consuela Jesús a los suyos: no sólo no los
deja, sino que vuelve a ellos con las otras personas de la Trinidad
augusta. Sobre esta inhabitación, Cf. Rom. 8, 9; 1 Cor. 3, 16; Gal. 4,
6; 2 Tim. 1, 14.
Lo contrario sucede a los del mundo: El que no me ama, no guarda
mis palabras: con ello se infiere injuria al Padre, porque la palabra de
Jesús no es suya, sino del Padre: Y la palabra que habéis oído, no es
mía: sino del Padre,que me envió. Por ello no se manifestará Jesús al
mundo.
Lecciones morales. — A) v. 12. — El que en mí cree, él también
hará las obras que yo hago... — Así, por ejemplo, dice San Agustín,
por la predicación apostólica se ha logrado mucho más de lo que
Cristo personalmente logró: pues el joven rico que le consultó (Mt. 19,
16 sigs.) salió de su presencia triste, no queriendo renunciar a sus
riquezas; mas por la predicación de sus discípulos han sido después
millares los que han dejado alegres sus posesiones. Pero, ¿cómo
diremos que hace mayores cosas que Jesús quien no hace milagros ni
obra grandes conversiones? Diremos, dice el mismo Santo, que
hacemos obras mayores que las que Cristo hizo cooperando en
nosotros mismos a la obra de Cristo: porque el mismo creer en El y
por El ser justificado es obra de Cristo, pero es asimismo obra
nuestra. Cierto que es obra mayor ésta que crear el cielo y la tierra:
porque el cielo y la tierra pasarán; pero la salvación y la justificación
de los predestinados perdurará eterna-mente.
B) v. 14. — Si algo me pidiereis en mi nombre, lo haré. — En el
nombre de Jesucristo, que quiere decir Salvador y Rey, dice San
Agustín. Cuando pedimos alguna cosa contra la salvación, o de la que
debemos usar mal, no nos la da Jesús, porque no la pedimos en su
nombre, y en ello se manifiesta nuestro Salvador; porque bien sabe el
médico lo que le pide el enfermo por su salud o contra ella. Otras
veces no deja de darnos lo que pedimos; pero no nos lo da cuando
pedimos; porque El solo sabe la oportunidad de lo que le pedimos. En
estos principios tenemos la llave para explicar la infecundidad de
muchas de nuestras plegarias, hasta hechas en el nombre de
Jesucristo.
c) v. 16.— Yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador... —Luego,
dice San Agustín, también es Jesús Consolador o Paráclito ; porque
«paráclito» equivale a «abogado», y de Jesús ha dicho el Apóstol:
«Tenemos a Jesucristo por abogado ante el Padre» (1 Ioh. 2, 1). Pero,
aunque ambos Paráclitos tienen idéntica naturaleza, se les atribuyen
distintas operaciones para con los hombres: porque mientras el
Salvador hizo para con nosotros de mediador y legado, por lo cual oró
como Sumo Pontífice por nuestros pecados, el Espíritu Santo se ha
llamado Paráclito en cuanto es el consolador de los que están tristes:
«Consolador óptimo, dulce huésped del alma, dulce refrigerio», le
llama la Iglesia: «Descanso en los trabajos, sedante en los ardores,
consuelo en el llanto.»
D) v. 18. — No os dejaré huérfanos. — Huérfano es quien carece de
padres, y a nosotros no nos ha faltado la paternidad dulcísima de
nuestro Señor Jesucristo, quien, en la vida de cada uno de nosotros y
en la historia de la Iglesia, se ha demostrado verdadero «Padre del
siglo futuro», como le predijo Isaías (9, 6). Padre que, aun después
de irse al cielo, quiso estar en nuestra compañía por la santísima
Eucaristía, para recibir nuestras oraciones, para dar-nos sus gracias,
para reconciliarnos con Dios, para alimentarnos con carne y sangre de
Dios. Padre que nos ha dejado una jerarquía en la que ha vaciado
todos los oficios de la paternidad, desde el «Padre Santo», su Vicario
en la tierra, hasta el último clérigo que administra los ricos dones de
su paternidad. Padre y Señor del gran poder, que sostiene la Iglesia,
casa de sus hijos, a través de todas las vicisitudes de todos los siglos.
Padre que nos dejó una Madre, la suya propia, dulcísima y
poderosísima, que trabajara con él en esta grande obra de su
paternidad, que es hacernos hijos de Dios, hijos adoptivos, como El es
Hijo natural. ¿Quién más padre y mejor padre que nuestro padre
Jesús?
E) v. 19. — Porque yo vivo, y vosotros viviréis. — Jesús va a morir, y
para que no se desalienten sus discípulos, les ofrece la perspectiva de
la vida de todos juntos, de una misma vida. Jesús vive por la
resurrección, vida ya gloriosa; dentro de tres días vivirá ya esta vida;
por esto habla en presente: Yo vivo: yo resucito. Y esta resurrección
es gaje de la futura resurrección de todos y de la vida gloriosa de
todos. Ha resucitado la cabeza; resucitarán los miembros. Se ha
hecho la experiencia en el grano principal, dice San Agustín. Esta
verdad, artículo de nuestra fe, debe llenarnos de aliento en las
tribulaciones y en la pérdida de los seres queridos: «Sé que mi
Redentor vive, y el último día ha de resucitar...» (Ioh. 19, 25).
F) v. 22. — ¿Cuál es la causa por que has de manifestarte a nosotros,
y no al mundo? — Pueden los mundanos, es decir, los seguidores del
mundo, por contraposición a los seguidores de Cristo, tener alguna
manifestación del mismo Jesucristo, pero en el orden externo y como
accidentalmente; pero hay una manifestación del Señor, dice San
Agustín, que es totalmente interior y que procede del amor y de la
conmoración de las divinas personas en el alma del justo; y esta
manifestación no la tienen los mundanos. Esta es para regalo de los
amigos de Dios; aquélla es muchas veces para juicio y condenación de
los que, recibiendo la manifestación de Jesús, no quieren seguirle.
G) v. 23. — Vendremos a él, y haremos morada en él. — Es el
misterio inefable de la misericordia del Señor para con el hombre: la
inhabitación de la Trinidad en' el alma de los justos. Vienen a nosotros
Padre, Hijo y Espíritu Santo, dice San Agustín, cuan-do nosotros
vamos a ellos: vienen ayudando, venimos obedeciendo; vienen
iluminando, venimos viendo; vienen llenando, venimos recibiendo:
para que no sea en nosotros externa la visión, sino interna; y no sea
fugaz su estancia en nosotros, sino eterna. Pero en las almas de
algunos no hacen mansión las divinas personas, dice San Gregorio,
porque aunque sienten el respeto a Dios, pero en el tiempo de la
tentación se olvidan de Dios y vuelven a sus pecados, como si no los
hubiesen llorado. El que ama de veras a Dios, tiene siempre a Dios en
su corazón; porque, penetrado como está del amor de la divinidad, no
se aparta de Dios en el tiempo de la tentación.
(Dr. Isidoro Goma y Tomas, El Evangelio explicado VOL. II, Ediciones
Acervo, Barcelona, 1967, Págs. 509- 514).