Sexto Domingo de Pascua - Ciclo A
San Alberto Hurtado, S.J.
El deber de amar. El amor al prójimo.
Hay palabras que a fuerza del mal uso han llegado a vaciarse de su
sentido primitivo, a perder su fuerza: una de ellas es la palabra amor.
¡Qué maltrecha! Tan pronto se pronuncia parece evocar alguna actitud
sentimental, dudosa con frecuencia... Y, sin embargo, la palabra amor
es la más bella palabra que se ha pronunciado jamás: con ella define
San Juan a Dios: “Dios es amor” (1Jn 4,8), o como decía un poeta. Y
hasta en su fondo mejor, la religión es amor, que trasciende a lo
divino. Dios es amor... la Trinidad tiene como explicación el
conocimiento y el amor: el Padre conoce al Hijo y da lugar al Espíritu
Santo, por amor... La creación del mundo, por amor; coloca al
hombre sobre la tierra, por amor; le da la gracia, por amor; cuando la
pierde, envía mensajeros de su amor, los profetas; y en la plenitud de
los tiempos, así amó Dios al mundo que le dio a su Hijo Unigénito (Jn
3,16). Me amó a mí, también a mí, y se entregó a sí mismo por mí
(cf. Gal 2,20). Y las finuras de ese amor de Dios, no las ponderamos
porque ellas llenarían toda una serie de conferencias, y no es ese el
tema de éstas. Y cuando el Maestro estaba a punto de abandonar este
mundo, el mandamiento importante que nos recuerda es el del amor
(cf. Jn 13,34).
Un fariseo, doctor de la ley, pregunta: ¿Cuál es el mandamiento
grande? y Jesús le dijo: Amarás al Señor Dios tuyo... este es el
primer; y el segundo semejante, amarás al prójimo (cf. Mt 22,36-40).
Comencemos esta conferencia por el amor al prójimo. En la última
Cena: Un mandamiento nuevo os doy, que os améis... Que sean
consumados en la unidad; que sean uno, como Tú y Yo somos uno
(cf. Jn 13,34; 17,22).
En realidad los dos mandamientos, amor a Dios y al prójimo, no
son dos, sino uno: amar a Dios en el prójimo. Si me amas, apacienta
mis ovejas...(cf. Jn 21,15-17). En ambos se nos manda amar a Dios
en sí mismo o en el prójimo. Y he aquí por qué la caridad del prójimo
es virtud teologal: porque tiene a Dios por término. A menudo nos
quejamos que Dios está lejos: ¡está tan cerca! En nuestros prójimos.
El título de la obra de Plus: Cristo en nuestros prójimos.
Cristo vive en nosotros, el dogma del Cuerpo Místico. Estamos
incorporados, injertados en Él: somos Él. De ahí la escena del juicio
final. Seremos juzgados en nuestras relaciones con Dios, según la
medida de nuestra actitud con el prójimo (cf. Mt 25,31-46).
De ahí San Ignacio: considera a Cristo en nuestros prójimos;
considéralos como a superiores, cédeles el paso. San Bernardo: “En
vuestras relaciones con el prójimo quitad los ojos del hombre exterior
con su envoltura de barro y no paréis sino en el hombre interior,
creado a imagen de Dios, rescatado con la sangre de Cristo, templo
del Espíritu Santo, mansión de Cristo, destinado a la eterna
bienaventuranza” .
Este amor ha de ser universal a todos, pero de predilección para
con los desgraciados . Lo que hacéis al menor de los míos, a mí me lo
hacéis (cf. Mt 25,39).
Las almas llenas de fe darán muestras de esta predilección en el
transcurso de los siglos: Santa Fabiola llevaba sobre sus hombros a
los desgraciados, lavaba sus llagas purulentas, pues sabía que en las
llagas de los pobres curaba al Salvador. San Martín, Santa Isabel de
Hungría, San Pedro Claver, el Padre Damián de Veuster, San
Francisco de Asís; doña Blanca Errázuriz de S.; Bernières, seglar, gran
cristiano, obligado a meterse en cama y no pudiendo ir a Misa, mandó
que le trajeran a un hombre para tener una presencia más sensible de
Cristo (Pascal).
Aprecio estas maravillas. ¡Cada cristiano es otro Cristo! Cristo se ha
multiplicado no sólo por la Eucaristía, sino también por nuestro
bautismo. Cristo vive en nuestros prójimos. Estos bautizados entre
quienes vivo, ¿son para mí, mis hermanos? ¿Los amo en Dios?
Este es el mandamiento nuevo del cristianismo, tan nuevo que para
darse cuenta hay que ver lo que era el hombre para el pagano: ‘el
hombre lobo para el hombre’. Se le exponía; un dios bárbaro lo
reclamaba para la hoguera... Jamás se había intentado considerar al
hombre como partícipe de la divinidad. Vino Cristo: el prójimo, soy
yo... aprended a verme por la fe: en acto o en potencia, allí estoy yo.
San Pablo con Onésimo, esclavo: “Preso por Jesucristo, te pido por mi
hijo a quien engendré en las cadenas, por Onésimo; te lo envío a él
que es mis propias entrañas; y era esclavo; recíbelo como hermano
muy amado”.
Petronio, en Quo vadis?, dice: “No sé cómo se las componen los
cristianos para vivir. Pero cesa entre ellos las diferencias entre ricos y
pobres, entre amos y esclavos, entre vencedores y vencidos y no
queda más que Cristo y una misericordia desconocida para nosotros y
una bondad distinta a nuestros instintos romanos” .
Un obrero en Marsella, al ver a un Padre: ¡Te aborrezco! Responde:
Si tú supieras cuánto te amo yo.
( San Alberto Hurtado, S.J. , La Búsqueda de Dios, pp. 198-200,
Ediciones Universidad Católica de Chile, Santiago, Chile, 2005 )