VI DOMINGO DE PASCUA
(Hechos 8:5-8.14-17; I Pedro 3:15-18; Juan 14:15-21)
Dicen los maestros de la Escritura que la Biblia no es un libro. Más bien, ¡es una
biblioteca! Eso es, la Biblia se comprende de varios documentos de diferentes
géneros y tamaños. Hay historias, profecías, evangelios (una invención de los
cristianos), cartas, poesía, etcétera. Hacia el final de la segunda parte de la Biblia,
que conocemos como el Nuevo Testamento, hay una serie de siete cartas llamadas
“católicas” por una razón curiosa. Eso es porque no fueron escritas a ninguna
iglesia particular como la de los corintios o la de los romanos. Más bien, se
dirigieron a muchas comunidades de fe aun al mundo entero, lo que significa
católica en su raíz. En lugar de los nombres de los dirigidos, las cartas católicas
llevan el nombre del escritor, sea Pedro, Santiago, o Juan. Desde el primer domingo
de Pascua este año hemos estado leyendo de una de estas siete cartas – la primera
atribuida al apóstol Pedro.
La carta misma identifica a Pedro como su autor, pero más probable era un
discípulo de Pedro que la escribió. ¿Cómo se puede decir esto? Bueno, el contexto
de la carta refleja la situación de no hostilidad hacia los cristianos que existió diez o
veinte años después del martirio de Pedro. No deberíamos pensar que el autor
quisiera engañar a la gente sino que era la costumbre poner el nombre del líder a
las obras producidas por el grupo. Es semejante a la costumbre actual de nombrar
al presidente u otro dignatario como el autor de un discurso escrito por un
subordinado.
Comenta el autor en la clausura de la carta que escribe de “Babilonia”. ¿Quiere
decir que se coloca en lo que ya es Irak? No, a lo mejor está usando una metáfora
que compara la ciudad de Roma que completamente destruyó Jerusalén en el
primer siglo con Babilonia que hizo la misma cosa cinco siglos anterior. Ciertamente
es lógico que la carta devenga de Roma donde Pedro murió.
El pedacito de la carta que leemos hoy exhorta a los dirigidos ser “dispuestos
siempre a dar…las razones de la esperanza…” Evidentemente los cristianos están
experimentando una alienación de sus paisanos por causa de su fe. Fácilmente
podemos imaginar cómo los varones cristianos están cuestionados por no participar
en las orgias famosas en el tiempo del imperio romano. Asimismo es muy posible
que se sospechen las mujeres cristianas por no llevar comidas a los dioses. Para
resistir estos impulsos la carta conseja que formen argumentos que relatan la
fuente de su comportamiento. Es como responderíamos si nos piden mirar la
pornografía. ¿No les diríamos “no” porque Cristo nos ha liberado del apego de estas
cosas para que alcancemos a la vida eterna?
Si o no nuestros compañeros nos preguntan porque tratamos de hacer lo bueno y
evitar lo malo, es cierto que estas inquietudes les preocupan a nuestros hijos e
hijas. Por lo que escuchan en la calle si no en la escuela, por lo que miran en la
televisión, y por lo que les ofrece el Internet, quieren saber por qué es malo el
aborto y qué es malo en tener sexo si dos personas tienen afecto para uno y otro.
Un hombre escribe que lo importante es crear una atmósfera de confianza para que
nuestros hijos vengan a nosotros con sus dudas. Además debemos tener
respuestas convincentes: En el primer caso, el aborto es tomar la vida de un ser
humano, una imagen de Dios. En el segundo caso, en su estructura el acto sexual
es la entrega completa de dos personas para uno y otro. Hacerlo sin el compromiso
público para uno y otro es una mentira, un engaño, últimamente un fraude.
Si estuviéramos a leer la primera carta de Pedro de principio a fin, tuviéramos la
idea que es escrita para los recientemente bautizados. Pues expresa toda la
esperanza de aquellos que acaban de aceptar la fe. Por esta razón la Iglesia nos la
propone en este tiempo de Pascua cuando todos nosotros estamos renovados como
cristianos. Ya Jesús ha resucitado de la muerte. No hay razón que nosotros
expresemos la hostilidad a nadie. Ya Cristo vive en la gloria. Hay necesidad de
crear una atmósfera de confianza entre todos.
Padre Carmelo Mele, O.P.