XXIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C.
P. Félix Jiménez Tutor, escolapio
Escritura:
Sabiduría 9, 13-19; Filemón 9-10.12-17;
Lucas 14, 25-33
EVANGELIO
En aquel tiempo, mucha gente acompañaba a Jesús; él se volvió y les dijo: -Si
alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a
sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser
discípulo mío. Quien no lleve su cruz detrás de mí, no puede ser discípulo mío. Así,
¿quién de vosotros si quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los
gastos, a ver si tiene para terminarla? No sea que, si echa los cimientos y no puede
acabarla, se pongan a burlarse de él los que miran diciendo: "Este hombre empezó
a construir y no ha sido capaz de acabar". ¿O qué rey, si va a dar la batalla a otro
rey, no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres podrá salir al paso del
que le ataca con veinte mil? Y si no, cuando el otro está todavía lejos, envía
legados para pedir condiciones de paz.
Lo mismo vosotros: el que no renuncia a todos sus bienes, no puede ser discípulo
mío.
HOMILÍA
FANS DE JESÚS
En el verano de 1998 un hombre que vivía en Amsterdam fue a confesarse con su
párroco.
“Padre, este es mi pecado. Durante la segunda guerra mundial di refugio a un judío
muy rico para salvarle la vida de los Nazis.
El cura le dijo que había hecho una acción que exigía mucha generosidad y valentía
y le preguntó: ¿por qué cree que ha cometido un pecado?
“Padre, le exigí que tenía que pagarme 20 gulden por cada semana que estuviera
en mi casa”.
La verdad es que no debería sentirse muy orgulloso, pero lo hizo por una buena
causa, le dijo el cura.
“Gracias, Padre, por su comprensin, pero tengo una pregunta más que hacerle.
¿Tengo que decirle al judío que la guerra ya ha terminado?
Ser cristiano tiene un precio.
Nuestro hombre quiso hacer el bien pero no al estilo de Jesús sino al estilo de los
hombres, es decir, sin renunciar a la avaricia, sin sacrificar nada, haciéndose unas
rebajas, queriendo servir a dos señores.
Cuando llega el tiempo de las rebajas los grandes almacenes se llenan de gentes
que compran lo que no necesitan simplemente porque está de rebajas.
El evangelio de este domingo comienza así: “En aquel tiempo, mucha gente
acompaaba a Jesús”.
La gente de ayer y la de hoy en este aburrimiento vital necesita descubrir una
celebridad, alguien a quien admirar y de quien poder hablar.
Muchos seguían a Jesús, la celebridad del momento, por razones equivocadas.
Jesús obraba signos maravillosos, era irreverente en su lenguaje, se acercaba
peligrosamente a los marginados, se reía de la ley…y mucha gente le seguía
buscando su propio interés.
Jesús tenía todos los ingredientes de una celebridad y los que sólo veían su lado
humano terminaron admirando una mera celebridad durante un tiempo y luego se
olvidaron de él.
Hoy, en esta cristiandad secularizada, los profesionales de la religión añoran los
buenos tiempos, los de ayer, las iglesias llenas, el prestigio del cura, la mucha
gente que aparentemente acompañaba a Jesús.
La medida de los hombres es el número, número de fans, número de socios,
número de fieles, números de la cuenta corriente…
“Jesús se volvi y les dijo: No puede ser discípulo mío el que no pospone a su
familia, el que no lleve su cruz detrás de mí, el que no renuncie a todos sus
bienes”.
Jesús se vuelve a sus fans y les grita sus avisos y sus condiciones.
Las celebridades mundanas se contentan con los aplausos y los piropos de sus
seguidores. Es muy barato.
Jesús pone condiciones que, a muchos, asustan.
Ser seguidor de Jesús, ser cristiano, seguir el camino, es caro. Tiene un precio.
En la vida cotidiana decimos: Mi familia, Mi dinero, Mi institucin, Mi país… Todo
gira en torno a Mí, a mi libertad, a mi elección.
Somos poseídos por el yo.
Jesús nos pide relativizar todo lo que es pasajero y adherirnos a lo que es eterno.
El precio a pagar es hacer de Dios el único necesario, el absoluto.
Nada ni nadie es más que Jesús para un cristiano.
Nada ni nadie merece mi absoluta lealtad, sólo Jesús.
Nada ni nadie es digno de todo mi amor, slo Jesús. “Pero tengo contra ti que has
dejado tu amor primero”.
Todo tiene un límite. Sólo a Jesús, si quiero ser su discípulo, no le puedo poner
límites. Sólo Él es el primero en la lista de mis prioridades.
La religión en espíritu y verdad es cara. A Jesús le costó nada menos que la vida.
Los seguidores de Jesús, a pesar de nuestra buena voluntad, somos traicionados
por nuestro débil y ansioso corazón. El corazón se apega a las cosas, a las
personas, al dinero, al propio yo y le cuesta posponer ese falso oropel al Señor
Jesús.
Queremos seguir a Jesús sin dejar nada de lo que nos da seguridad.
Los seguidores de Jesús, inmersos en este mundo, respiramos sus valores,
admiramos sus ídolos, la cruz se nos antoja dura y monstruosa, vivimos indecisos,
amamos los dos por igual y no acabamos de hacer la Gran Elección, elegir a Jesús.
Y a pesar de las exigencias que Jesús impone a sus discípulos, su yugo es menos
exigente y da más alegría y libertad que el yugo de la Iglesia.
“Mi yugo es suave y mi carga ligera” lo dice Jesús y es verdad.