XXIV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C.
P. Félix Jiménez Tutor, escolapio
Escritura:
Éxodo 32, 7-11.13-14; 1 Timoteo 1, 12-17;
Lucas 15, 1-32
EVANGELIO
En aquel tiempo se acercaban a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharle.
Y los fariseos y los letrados murmuraban entre ellos: -Ese acoge a los pecadores y
come con ellos.
Jesús les dijo esta parábola: -Si uno de vosotros tiene cien ovejas y se le pierde
una, ¿no deja las noventa y nueve en el campo y va tras la descarriada, hasta que
la encuentra? Y cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento;
y al llegar a casa, reúne a los amigos y a los vecinos para decirles: ¡Felicitadme!, he
encontrado la oveja que se me había perdido. Os digo que así también habrá más
alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve
justos que no necesitan convertirse.
Y si una mujer tiene diez monedas y se le pierde una, ¿no enciende una lámpara y
barre la casa y busca con cuidado, hasta que la encuentra? Y cuando la encuentra,
reúne a las vecinas para decirles: ¡Felicitadme!, he encontrado la moneda que se
me había perdido.
Os digo que la misma alegría habrá entre los ángeles de Dios por un solo pecador
que se convierta.
También les dijo: Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre:
Padre, dame la parte que me toca de la fortuna. El padre les repartió los bienes.
No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país
lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. Cuando lo había gastado
todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad.
Fue entonces y tanto le insistió a un habitante de aquel país, que lo mandó a sus
campos a guardar cerdos. Le entraban ganas de llenarse el estómago de las
algarrobas que comían los cerdos, y nadie le daba de comer. Recapacitando
entonces, se dijo: ¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan,
mientas yo aquí me muero de hambre! Me pondré en camino adonde está mi
padre, y le diré: "Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco
llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros".
Se puso en camino adonde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre
lo vio y se conmovió, y echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo.
Su hijo le dijo: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco
llamarme hijo tuyo.
Pero el padre dijo a sus criados: Sacad enseguida el mejor traje, y vestidlo;
ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y
matadlo; celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto, y ha
revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado.
Y empezaron el banquete. Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se
acercaba a la casa, oyó la música y el baile, y llamando a uno de los mozos le
preguntó qué pasaba. Éste le contestó: Ha vuelto tu hermano y tu padre ha matado
el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud.
Él se indignó y se negaba a entrar; pero su padre salió e intentaba persuadirlo. Y él
replicó a su padre: Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una
orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis
amigos; y cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas
mujeres, le matas el ternero cebado.
El padre le dijo: Hijo, tú estás siempre conmigo y todo lo mío es tuyo; deberías
alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto, y ha revivido estaba perdido y
lo hemos encontrado.
HOMILÍA
Un famoso predicador comenzó su sermón enseñando un billete de 100 euros. Y
preguntó a los asistentes: "¿Quién de ustedes quiere este billete de 100 euros?
Las manos empezaron a alzarse.
Les dijo: "Voy a dar este billete a uno de ustedes, pero antes déjenme hacer esto".
Y empezó a estrujar el billete. Siguió preguntado; "¿Todavía lo quieren?" La gente
levantó las manos.
Bien, les dijo: "¿Y si hago esto?" Dejó caer el billete al suelo y comenzó a pisarlo y
ensuciarlo con sus zapatos.
Lo recogió, ahora arrugado y sucio. "¿Todavía lo quiere alguien?".
Las manos seguían levantándose.
Amigos, han aprendido una valiosa lección. Hiciera lo que hiciera al billete, ustedes
seguían deseándolo porque, a pesar de su aspecto cada vez más feo, sabían que su
valor seguía siendo el mismo. Seguía valiendo 100 euros.
Nosotros somos ese billete. Muchas veces ensuciados y aplastados por nuestras
propias decisiones o por las decisiones de los demás. Nos sentimos indignos y sin
valor. Pero el valor de nuestras vidas no está en lo que hacemos sino en lo que
somos.
Y todos somos especiales. Hay que valorar las bendiciones de la vida, no los
problemas.
Hoy en el capítulo 15 de Lucas Jesús nos cuenta tres cuentos: la oveja perdida, la
moneda perdida y el hijo perdido.
Todo el evangelio está ahí.
Toda la buena noticia está ahí.
¿Quiere saber como es Dios?
¿Quiere saber como es Jesús?
¿Quiere saber como es usted?
Abra la Biblia y lea despacio el capítulo 15 de Lucas y comprobará que:
Jesús no es un predicador aburrido porque sabe contar hermosas historias.
Jesús no es un predicador ignorante, que habla de oídas, porque es el único
predicador que conoce a Dios Padre.
Jesús no es un predicador charlatán. En una frase, fácil de recordar, nos dice todo
el mensaje: "No se puede servir a dos señores". "Por sus frutos los conoceréis".
"Donde está tu tesoro, está tu corazón". "Yo conozco a mis ovejas".
Lucas nos dice que los enemigos de Jesús, los fariseos y maestros de la ley definían
a Jesús como el que "acoge a los pecadores y come con ellos". Y tenían razón.
Buena definición del ministerio de Jesús.
¿Y usted cómo define a Jesús? ¿Qué dice de Jesús?
San Pablo dice también: "Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores,
de los cuales yo soy el primero".
El que se encuentra con Jesús se reconoce pecador, el primero, el más grande.
Muchos no se atreven a decir: yo el más grande.
Aquí estamos, en este domingo, en nuestra casa, una asamblea de pecadores,
celebrando el encuentro con Jesús, la salvación de Jesús, el perdón de los pecados
por Jesús.
"Si uno de ustedes pierde una oveja de las cien que tiene no deja las noventa y
nueve y se pone en busca de la perdida?
¿Qué haría usted?
Dios no actúa como los bomberos que están tranquilos en su estación mientras no
suene la alarma.
Dios no está quieto.
Dios hace campaña, no para pedirte tu voto, sino para buscarte, para llevarte a su
corral, para vendar tus heridas, para cargarte sobre sus hombros.
¿Por qué? Porque eres suyo.
Dios no da a nadie por desparecido ni por muerto aunque pasen los días y los años.
Dios no borra a nadie de su lista.
Para Dios no hay personas non gratas. Usted está en el corazón de Dios.
Nadie es tan malo que no pueda ser amado por Dios.
En la justicia de Dios no hay silla eléctrica ni inyección letal. Sólo hay amor y
perdón para el que se deja encontrar por Él. Déjese encontrar, tocar, abrazar por
Dios.
En las matemáticas de Dios uno es tan valioso como 99.
Y cuando llega a casa, reúne a sus amigos y vecinos y les dice: Alégrense conmigo
porque encontré la oveja perdida.
Jesús nos habla de su Padre, de su amor y al mismo tiempo nos habla de nosotros,
de nuestra necesaria conversión, de nuestra vuelta a casa.
Cuántos hermanos nuestros, sellados con el sello del amor de Dios, con su Espíritu,
le han dado la espalda, viven perdidos en sus pequeños amores, prisioneros de sus
deseos y de la carne, atrapados en el cepo del consumo y lo superficial y sin
embargo son amados y buscados por el buen pastor, por Jesús.
Es responsabilidad nuestra llamarles y amarles en el nombre de Jesús.
Esta es la fiesta del cielo. Aquí y ahora, Dios goza, los ángeles cantan, por cada
pecador que se arrepiente y empieza a respirar en libertad.