Séptimo Domingo de Pascua 5 de Junio de 2011
La Ascensión del Señor.
“Sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”
El evangelista Mateo no nos habla de la ascensión del Señor. Prefiere que queden
bien marcadas las últimas palabras del Resucitado: “Sabed que yo estaré con
vosotros…. hasta el fin del mundo”. Jesús no es un difunto. Es alguien vivo presente
en el corazón de la historia y en nuestras propias vidas. No hemos de olvidar que
ser cristiano no es admirar a un personaje del pasado, es encontrarse ahora con un
Cristo lleno de vida cuyo Espíritu nos hace vivir. Esto nos lleva a comprender que la
ascensión del Señor no es el punto final de una historia, como podían pensar los
apstoles que fijos miraban al cielo, hasta que “dos hombres vestidos de blanco les
dijeron: galileos, ¿qué hacéis ahí mirando al cielo?” (Act 1, 11). Jesús ha terminado
su misión en la tierra y vuelve al Padre. Pero la misión de Jesús ha de continuar.
Esto es lo que encarg Jesús a los suyos: “Id y haced discípulos de todos los
pueblos”.
De la exaltación de Jesús a la derecha del Padre se deriva una doble consecuencia:
una respecto a Jesús, y otra respecto a nosotros. Respecto a Jesús, es la plena
soberanía de Jesús resucitado constituido por al Padre Señor del universo y de la
historia. Que bien lo expresa el himno recogido por san Pablo en la carta a los
filipenses: “Cristo Jesús, a pesar de su condicin divina… se despoj de su rango…
Haciéndose uno de tantos…. Se abaj obedeciendo hasta la muerte… Por eso Dios lo
levant sobre todo y le concedi el título que sobrepasa todo título… Jesucristo es
Seor, para gloria de Dios Padre”. (Fil 2, 5 – 11).
La ascensión de Señor, según la narración de los Hechos de los Apóstoles, es una
escenificación literaria de su exaltación como subida al cielo. Es la plena
glorificación de Cristo junto al Padre, al que retorna una vez concluida su etapa
terrena. El detalle de la nube “que se lo quit de la vista” nos habla de la presencia
de Dios, de la divinidad. El cielo, más que un lugar, es un estado, un estar con Dios
y en Dios, gozarlo y poseerlo para siempre, pero sin concretarlo en un espacio
determinado y ubicado en las alturas. Jesús resucitado no subió al cielo en el
sentido literal de la palabra, porque Dios no vive en los espacios siderales más allá
de las nubes, sino que fue exaltado como Señor a la gloria del Padre.
La Ascensión respecto a nosotros. No sólo debemos gloriarnos del triunfo completo
de Jesús, sino que es un reto, un compromiso que nos atañe a los seguidores de
Cristo. Comienza el tiempo de la Iglesia, de la misión evangelizadora a impulsos del
Espíritu de Jesús. Es el mandato misionero que confía Cristo a su Iglesia de
continuar su misión liberadora de todo lo que hace menos humana y malogra
definitivamente la vida del hombre.
Mateo no menciona la ascensión del Señor, pero deja constancia de la glorificación
de Cristo en la frase que éste pronuncia: “Se me ha dado pleno poder en el cielo y
en la tierra”. Desde ese poder, el mandato misionero de Jesús: “Id y haced
discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y
del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar lo que os he mandado”.
Los discípulos deben tomar el relevo de su obra. Jesús ya no está visible para
anunciar la buena noticia a los hombres. Los que creemos en Él somos los que
debemos hacerlo, proclamar que hay un Dios que es amor, un Dios que quiere que
los hombres vivamos en plenitud. Se trata de “hacer discípulos”, no prosélitos. No
se trata de ofrecer un mensaje, sino de establecer entre los hombres y Jesús
resucitado una relación personal y un seguimiento, para que el hombre se
comprometa a compartir su proyecto de vida. Tarea apasionante para la que no
estamos solos. Cristo no se ha marchado, está vivo y con nosotros: “Sabed que yo
estoy con vosotros todos os días, hasta el fin del mundo”.
Joaquin Obando Carvajal