XXX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C.
P. Félix Jiménez Tutor, escolapio
Escritura:
Eclesiástico 35, 15-17.20-22; 2 Timoteo 4, 6-8.16-18; Lucas 18, 9-4
EVANGELIO
En aquel tiempo dijo Jesús esta parábola por algunos que, teniéndose por justos,
se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás: Dos hombres
subieron al templo a orar. Uno era un fariseo; el otro, un publicano. El fariseo,
erguido, oraba así en su interior: ¡Oh Dios!, te doy gracias, porque no soy como los
demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano. Ayuno dos veces por
semana y pago el diezmo de todo lo que tengo.
El publicano, en cambio, se quedó atrás y no se atrevía ni a levantar los ojos al
cielo; sólo se golpeaba el pecho, diciendo: ¡Oh Dios!, ten compasión de este
pecador. Os digo que éste bajó a su casa justificado y aquél no. Porque todo el que
se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.
HOMILÍA
Un día de sol un elefante se bañaba en un río de la jungla. Un ratón se acercó a la
orilla y contemplaba al elefante y le dijo: elefante, sal del agua.
-¿Por qué?
- Cuando salgas te lo diré.
El elefante salió del agua y le preguntó: ¿Qué quieres, ratón?
Sólo quería ver si llevabas puesto mi traje de baño.
El domingo pasado, el Señor nos decía que hay que orar siempre sin desanimarse y
nos contaba el cuento del juez malvado y la viuda persistente e insistente.
Hoy, el Señor quiere denunciar "a los que se creen justos y desprecian a los
demás".
Hoy, el Señor quiere sacar los colores a unos cuantos de nosotros. Y a través de
estos dos personajes del evangelio, el fariseo y el publicano, nos quiere hacer ver
cómo es Dios y cómo somos nosotros.
¿Cómo es el fariseo?
En su oración no pide nada. Sólo habla y ora desde el Yo. Yo…
Juzga a los otros, es justo, santo, bueno… No hay sitio para Dios en su vida. Su Yo
lo llena todo.
Para él Dios es como el presidente de una gran corporación y el fariseo aspira a
convertirse en el director.
¿Tiene usted problemas con las personas que vienen a la iglesia?
¿Verdad que observa a la gente y se fija en si cantan, si responden, si saludan a los
hermanos? ¿Y los juzga? Y piensa, yo no soy como éstos.
El fariseo salió del templo como entró: lleno de sí mismo pero vació de Dios.
Salió del templo como entró: con su orgullo y su justicia pero sin la justicia ni el
perdón de Dios.
Su oración no iba dirigida a Dios sino a la galería.
A Jesús no le gustó nada esa actitud farisaica. Y por eso nos dice: "Ay de los que se
creen justos y desprecian a los demás".
¿Hay alguien aquí que se cree justo y desprecia a los demás?
¿Alguien viene a decirle a Dios y a los hermanos todo lo bueno que hace y lo bueno
que se cree?
Cierto, ustedes y yo hacemos cosas buenas.
Cuidamos de nuestras familias. Educamos a los hijos. Venimos el domingo al
templo. Ayudamos a los vecinos y ayunamos en cuaresma. Cumplimos bien con
nuestro trabajo. Estudiamos la Biblia. Somos casi tan buenos como el fariseo.
Pero no venimos aquí a cantar nuestros méritos y hazañas. Venimos a cantar las
hazañas de Dios.
No venimos a pasar la factura a Dios y pedirle que nos pague nuestros trabajos.
No venimos a decirle que no somos como los que nunca vienen aquí, sólo Dios sabe
lo que hay en cada corazón.
A mi no me preocupan las cosas buenas que hago. A mi me duelen las obras
buenas que no hago, los pecados que sí hago cada día y por eso vengo al templo,
no como el fariseo y sí como el publicano abrumado por el peso de mi pecado. No
miro a los demás, me miro a mi mismo, siempre necesitado del perdón de Dios.
Nadie es justo ante Dios, pero todos somos justificados si nos reconocemos
pecadores, publicanos, ante Dios.
Nadie está en la gracia de Dios, pero todos somos llenados de gracia si,
arrepentidos, nos acercamos a Dios.
Nadie puede presumir de nada ante Dios, sólo la fe en él nos reconcilia con su
amor.
La oración del publicano es verdadera, la del fariseo es una oración falsa.
La oración tiene que estar centrada en Dios. Sólo ora de verdad el que tiene una
relación con Dios. El es el origen, centro y fin de nuestra vida. El yo tiene que morir
para que el Espíritu hable por nosotros.
La oración tiene que producir un cambio en nuestra vida.
Orar no es intentar cambiar la mente de Dios, sus designios, orar es cambiar yo.