XXX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C.
P. Félix Jiménez Tutor, escolapio
Escritura:
Eclesiástico 35, 15-17.20-22; 2 Timoteo 4, 6-8.16-18; Lucas 18, 9-4
EVANGELIO
En aquel tiempo dijo Jesús esta parábola por algunos que, teniéndose por justos,
se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás: Dos hombres
subieron al templo a orar. Uno era un fariseo; el otro, un publicano. El fariseo,
erguido, oraba así en su interior: ¡Oh Dios!, te doy gracias, porque no soy como los
demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano. Ayuno dos veces por
semana y pago el diezmo de todo lo que tengo.
El publicano, en cambio, se quedó atrás y no se atrevía ni a levantar los ojos al
cielo; sólo se golpeaba el pecho, diciendo: ¡Oh Dios!, ten compasión de este
pecador. Os digo que éste bajó a su casa justificado y aquél no. Porque todo el que
se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.
HOMILÍA
EL DEL ÚLTIMO BANCO
Algunos católicos dicen que no se sientan en el primer banco porque aún no ha
llegado la hora de su conversión.
Algunos curas, yo también, echamos en cara a los del fondo de la iglesia, a los del
último banco su falta de valentía y su poca fe. Creemos que tienen miedo a
manifestar su pertenencia a la asamblea cristiana.
Hoy, el evangelio nos pone como ejemplo y modelo al hombre del último banco.
“El publicano se quedó atrás y no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo”.
Hoy, quiero cantar y dar las gracias a Dios por los hombres del último banco.
El cura, el que preside la asamblea, desde su primer puesto cae muchas veces en la
tentación de sentirse tan importante que se olvida de Dios o lo deja en segundo
plano y mira con indiferencia o desprecio a los del último banco.
El cura y los del primer banco no caen en la cuenta de que para algunos cristianos
el mero hecho de franquear la puerta de la iglesia es para ellos un acto y un
esfuerzo muy grandes.
Es un primer paso y tienen muchas cosas que solucionar a solas con el Señor.
El publicano, el del último banco, escondido, invisible y digno sólo para Dios
necesita experimentar el perdón. No necesita compararse con nadie.
¡Oh Dios! Ten compasión de este pecador”.
Su autoestima religiosa era tan baja porque sólo se miraba a sí mismo, pone todo
el énfasis en su Yo pecador.
El publicano y los pecadores tenemos que dejar de mirarnos a nosotros mismos y
apoyarnos en Dios.
El que mira a Dios y confía en su misericordia tiene una visión más completa de sí
mismo y del mundo en que vive.
Orar a un TÚ y situarse frente al que es más fuerte que nosotros y puede hacernos
libres, nos ayuda a franquear puertas y a subir unos cuantos bancos.
Me siente donde me siente, todos llamados a identificarnos con el del último banco,
el publicano, a implorar la misericordia grande de Dios, a dejar nuestra carga en
sus manos, a no sentirnos despreciados sino amados, a ignorar nuestras manos
vacías y dejar que Dios las llene.
La verdad es que en el último banco también se puede orar en espíritu y verdad.
Los del primer banco, los fariseos, los hombres llenos, los cumplidores de la Ley,
los hombres institución, pedazos de perfección, no invocan a Dios, no rezan a Dios.
Sólo rezan a su Yo. Tienen muy mala memoria, sus conciencias no les acusan de
nada, sólo les recuerdan sus vanas obras.
Pueden decir con toda razón: “Yo no soy como los demás. Yo no soy como ese del
último banco. Yo ayuno, Yo pago el diezmo”. Yo…
Letanía insoportable de méritos y primeros puestos. No necesitan la absolución de
Dios ni de los demás.
Dos hombres subieron al templo a orar.
¿Cuál de los dos miró a Dios con humildad, con hambre de perdón?
¿Cuál de los dos se miró a sí mismo con sinceridad y verdad?
¿Cuál de los dos miró al otro y al Totalmente Otro con amor?
Os digo que el del último banco salió del templo justificado y el del primer banco
no.