Tercer Domingo del Tiempo Ordinario 23 de Enero de 2011
“Convertíos, porque está cerca el Reino de Dios”.
La predicación tanto del Bautista como la de Jesús tienen el mismo punto de
arranque: “Arrepentíos que el Reino de Dios está cerca”. Es un toque de atencin
ante algo inminente que va a suceder. Un acontecimiento que pretende orientar y
organizar la convivencia entre los hombres de otra manera, para que todo ser
humano pueda vivir con dignidad, como hijo de Dios.
El Reino de Dios es la actuación de Dios en este mundo invitando a todos a buscar
un orden de cosas más humano y más justo. Nos parece importante saber cosas de
Dios y qué idea tenemos de El. A Jesús, por su parte, le interesa más que haya en
el mundo hombres y mujeres que comenzaran a actuar como Dios actúa. Ese es el
Reino de Dios que exige, en el que lo acoge, un cambio de actitud y de actuar.
Cambio que tiene su centro en el corazn del hombre, “porque del corazn salen los
designios perversos, los homicidios, adulterios, inmoralidades, robos, testimonios
falsos, calumnias” (Mt 15, 19). Cambio en la manera de mirar y relacionarnos con
las personas como hacia Jesús libre de prejuicios poniéndose siempre en el lugar
del otro en una actitud sincera de comprensión. Para Jesús los pecadores eran sus
amigos; las prostitutas le parecían más dignas que muchos piadosos; los últimos
eran para El los primeros; los enfermos, los marginados eran su debilidad. Ante
situaciones tan angustiosas de tanta gente Jesús pedía un corazón misericordioso
como el del Padre: “Sed misericordioso como vuestro Padre es misericordioso” (Lc
6, 36). Renovación personal que abre a una realidad nueva: salir de las tinieblas
para caminar en la luz.
Un peligro que siempre nos amenaza a los cristianos es tratar de vivir
correctamente dentro de la religión organizada, sin atender ni entender el núcleo
del evangelio de Jesús. Por eso nos cuesta la verdadera conversión y no acabamos
de dar a nuestra vida de creyentes el estilo que nos haría testigos de una Buena
Noticia de salvación, y no solo trasmisores de unas verdades, normas y ritos.
Pensamos en la conversión como algo costoso y poco agradable que exige
sacrificios y renuncias. Convertirse es revisar el enfoque de nuestra vida,
eliminando miedos, egoísmos, tensiones y esclavitudes que nos impiden crecer de
manera sana y armoniosa. La verdadera conversión produce paz y alegría, nos
acerca a Dios y nos hace ver las cosas y las personas de otra manera.
El proyecto de Jesús no es una valiosa pieza de museo, es un ofrecimiento que El
nos hace como oferta de salvación. El pasa por en medio de nosotros y nos llama a
ir por el camino que, con su vida, va trazando y con su palabra iluminando. La
llamada de los primeros discípulos se puede resumir en dos verbos: “vio y dijo”.
Una mirada y una palabra. Mirada no lejana y fría, sino calurosa y llena de afecto
que elige y arranca de la gente. Con la mirada la palabra: “Venid y seguidme” La
vida cristiana es respuesta a esa llamada. No somos nosotros los que salimos a la
búsqueda de Dios. Es Dios quien se pone a buscar al hombre. La vocación cristiana
no es una conquista. Sino un ser conquistado. “Me has seducido, Seor, y me dejé
seducir; me has agarrado y me has podido” (Jer 20, 7).
La respuesta a la iniciativa de Jesús se expresa también con un verbo: “dejar”.
Cristo debe ocupar el puesto de las cosas y de las personas. Se trata de dejarle
espacio. Nunca hay que separar el verbo “dejar” del verbo “seguir” No se deja por
dejar. Se deja para seguir, para no estar más encorvado sobre sí mismo, sino para
salir fuera junto con El, para moverse detrás de El. El seguidor de Cristo no es uno
que ha abandonado algo, ha renunciado a algo. Es uno que ha encontrado a
alguien. La pérdida es absorbida abundantemente por la ganancia.
También hoy nos llega el anuncio del Reino y la invitación a la conversión. Jesús
pasa a nuestro lado y nos invita a seguirle. Hemos de descubrir el núcleo de
nuestra fe cristiana, que es el seguimiento, y no encerrarnos en cuatro normas y
prácticas piadosas.
Joaquin Obando Carvajal