II Domingo del Tiempo Ordinario Ciclo A
Luz de las gentes
“Cristo es la luz de las gentes ”. Éste es el mensaje con el que el Concilio Vaticano II
comenzaba una de sus cuatro grandes Constituciones, la Lumen Gentium . La
asamblea conciliar revisaba y exponía la identidad de la Iglesia, manifestándose
ante el mundo como signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de todo el
género humano, y reflejaba así su naturaleza y su misión universal. La expresión
luz de las gentes ” tiene su origen en el profeta Isaías y aparece siempre en los
textos del Siervo de Dios (Is 42, 6; 49, 6; 51, 4). El Nuevo Testamento toma esta
imagen y la atribuye a Jesús cuando Simeón se encuentra con él en el templo (Lc 2,
32), y a Pablo y Bernabé en los comienzos de la misión evangelizadora de los
paganos (Hch 13, 47). Ser luz de las gentes es, por tanto, uno de los atributos
esenciales de la Iglesia, porque lo era su fundador y porque lo era la iglesia
naciente.
En este domingo se vuelve a escuchar en las iglesias este mensaje, pues el
segundo cántico del Siervo de Dios (Is 49, 1-13) tiene su centro en esta
proclamación: “Es poco que seas mi siervo, (...) Te hago luz de las gentes , para
que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra”. Todo el poema describe la
vocación y la misión profética del Siervo: la llamada originaria de Dios, el encargo
de transmitir su palabra crítica, como espada y como flecha, sobre las realidades
cercanas y lejanas, el fracaso aparente del servidor y la confirmación de su misión
de parte de Dios, haciéndola extensiva a todas las gentes. Sin atenuar el carácter
propio de Siervo de Dios, el texto resalta, sin embargo, su función como luz para
todas las gentes , de modo que se haga visible la liberación de los cautivos y el
consuelo de los desamparados de toda la tierra.
Con esta figura profética del Siervo podemos considerar la misión profética y
testimonial de la Iglesia actual, especialmente en Latinoamérica, donde estamos
embarcados en la tarea evangelizadora y misionera específica de la Misión
Permanente. La Iglesia, toda ella, está llamada a ser también luz de las gentes , es
decir, signo creíble de salvación para las gentes de nuestro tiempo y en todos
lugares de la tierra.
Podemos congratularnos sobremanera con el testimonio de hombres y mujeres que
por toda la tierra difunden la luz del Espíritu, mediante la entrega de su vida a los
que sufren y a los empobrecidos por el sistema social excluyente en el que estamos
inmersos. Podemos incluso estar sanamente orgullosos de pertenecer a una Iglesia,
en la que un gran número de misioneros y misioneras esparcidos por el mundo
constituyen una fuerza espiritual radiante cuya luz está indicando, como Juan el
Bautista, que Jesús es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo y que
libera a la humanidad con el don del Espíritu, porque él es el Hijo de Dios. Esta
Iglesia servidora de los pobres es una instancia crítica permanente ante los poderes
políticos y económicos, y muestra a Cristo como Cordero pascual, cuya sangre,
desde la tradición del éxodo, es la señal de la liberación humana definitiva y de la
nueva vida en el Espíritu. Nosotros, los cristianos, tenemos la oportunidad de dar
testimonio de que Jesús es el Hijo de Dios pero denunciando al mismo tiempo,
como el Bautista, todo tipo de injusticias.
José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura