FIESTA DE LA PRESENTACIÓN DEL SEÑOR
XIII JORNADA DE LA VIDA CONSAGRADA
HOMILÍA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
Basílica Vaticana
Lunes 2 de febrero de 2009
Señor cardenal;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
queridos hermanos y hermanas:
Con gran alegría me encuentro con vosotros al final del santo sacrificio de la misa,
en esta fiesta litúrgica que, ya desde hace trece años, reúne a religiosos y religiosas
para la Jornada de la vida consagrada. Saludo cordialmente al cardenal Franc Rodé,
expresando de modo especial mi agradecimiento a él y a sus colaboradores de la
Congregación para los institutos de vida consagrada y las sociedades de vida
apostólica por el servicio que prestan a la Santa Sede y a lo que llamaría el
"cosmos" de la vida consagrada.
Saludo con afecto a los superiores y las superioras generales aquí presentes y a
todos vosotros, hermanos y hermanas, que, siguiendo el modelo de la Virgen María,
lleváis en la Iglesia y en el mundo la luz de Cristo con vuestro testimonio de
personas consagradas. En este Año paulino hago mías las palabras del Apóstol:
"Doy gracias a mi Dios cada vez que me acuerdo de vosotros, rogando siempre y
en todas mis oraciones con alegría por todos vosotros a causa de la colaboración
que habéis prestado al Evangelio, desde el primer día hasta hoy" ( Flp 1, 3-5). Con
este saludo, dirigido a la comunidad cristiana de Filipos, san Pablo expresa el
recuerdo afectuoso que conserva de quienes viven personalmente el Evangelio y se
comprometen a transmitirlo, uniendo el cuidado de la vida interior con el empeño
de la misión apostólica.
En la tradición de la Iglesia, san Pablo siempre ha sido reconocido como padre y
maestro de quienes, llamados por el Señor, han hecho la opción de una entrega
incondicional a él y a su Evangelio. Diversos institutos religiosos toman de san
Pablo el nombre y también una inspiración carismática específica. Se puede decir
que a todos los consagrados y las consagradas él repite una invitación clara y
afectuosa: "Sed imitadores míos, como yo lo soy de Cristo" ( 1 Co 11, 1). En efecto,
¿qué es la vida consagrada sino una imitación radical de Jesús, un "seguimiento"
total de él? (cf. Mt 19, 27-28). Pues bien, en todo ello san Pablo representa una
mediación pedagógica segura: imitarlo siguiendo a Jesús, amadísimos hermanos,
es el camino privilegiado para corresponder a fondo a vuestra vocación de especial
consagración en la Iglesia.
Más aún, de su misma voz podemos conocer un estilo de vida que expresa lo
esencial de la vida consagrada inspirada en los consejos evangélicos de pobreza,
castidad y obediencia. En la vida de pobreza él ve la garantía de un anuncio del
Evangelio realizado con total gratuidad (cf. 1 Co 9, 1-23), mientras expresa, al
mismo tiempo, la solidaridad concreta con los hermanos necesitados.
Al respecto, todos conocemos la decisión de san Pablo de mantenerse con el trabajo
de sus manos y su compromiso por la colecta en favor de los pobres de Jerusalén
(cf. 1 Ts 2, 9; 2 Co 8-9). San Pablo es también un apóstol que, acogiendo la
llamada de Dios a la castidad , entregó su corazón al Señor de manera indivisa, para
poder servir con una libertad y una dedicación aún mayores a sus hermanos (cf. 1
Co 7, 7; 2 Co 11, 1-2). Además, en un mundo en el que se apreciaban poco los
valores de la castidad cristiana (cf. 1 Co 6, 12-20), ofrece una referencia de
conducta segura.
Y, por lo que se refiere a la obediencia , baste notar que el cumplimiento de la
voluntad de Dios y la "responsabilidad diaria: la preocupación por todas las
Iglesias" ( 2 Co 11, 28) animaron, plasmaron y consumaron su existencia,
convertida en sacrificio agradable a Dios. Todo esto lo lleva a proclamar, como
escribe a los Filipenses: "Para mí la vida es Cristo, y la muerte, una ganancia"
( Flp 1, 21).
Otro aspecto fundamental de la vida consagrada de san Pablo es la misión . Él es
todo de Jesús a fin de ser, como Jesús, de todos; más aún, a fin de ser Jesús para
todos: "Me he hecho todo a todos para salvar a toda costa a algunos" ( 1 Co 9, 22).
A él, tan estrechamente unido a la persona de Cristo, le reconocemos una profunda
capacidad de conjugar vida espiritual y actividad misionera; en él esas dos
dimensiones van juntas. Así, podemos decir que pertenece a la legión de "místicos
constructores", cuya existencia es a la vez contemplativa y activa, abierta a Dios y
a los hermanos, para prestar un servicio eficaz al Evangelio.
En esta tensión místico-apostólica me complace destacarla valentía del Apóstol ante
el sacrificio al afrontar pruebas terribles, hasta el martirio (cf. 2 Co 11, 16-33), la
confianza inquebrantable basada en las palabras de su Señor: "Te basta mi gracia,
pues mi fuerza se muestra perfecta en la flaqueza" ( 2 Co 12, 9). Así, su experiencia
espiritual se nos muestra como una traducción viva del misterio pascual, que
investigó intensamente y anunció como forma de vida del cristiano. San Pablo
vive para, con y en Cristo. "Estoy crucificado con Cristo, y no vivo yo, sino que es
Cristo quien vive en mí" ( Ga 2, 19-20); y también: "Para mí la vida es Cristo, y la
muerte, una ganancia" ( Flp 1, 21).
Esto explica por qué no se cansa de exhortar a hacer que la palabra de Cristo
habite en nosotros con toda su riqueza (cf. Col 3, 16). Esto hace pensar en la
invitación que os dirigió recientemente la instrucción sobre " El servicio de la
autoridad y la obediencia " a buscar "cada mañana el contacto vivo y constante con
la Palabra que se proclama ese día, meditándola y guardándola en el corazón como
un tesoro, convirtiéndola en la raíz de todos sus actos y el primer criterio de sus
elecciones" (n. 7: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 13 de junio
de 2008, p. 10).
Por tanto, espero que el Año paulino alimente aún más en vosotros el propósito de
acoger el testimonio de san Pablo, meditando cada día la Palabra de Dios con la
práctica fiel de la lectio divina , orando "con salmos, himnos y cánticos inspirados,
con gratitud" ( Col 3, 16). Que él os ayude, además, a realizar vuestro servicio
apostólico en la Iglesia y con la Iglesia con un espíritu de comunión sin reservas,
comunicando a los demás vuestros carismas (cf. 1 Co 14, 12) y testimoniando en
primer lugar el carisma mayor, que es la caridad (cf. 1 Co 13).
Queridos hermanos y hermanas, la liturgia de hoy nos exhorta a mirar a la Virgen
María, la "consagrada" por excelencia. San Pablo habla de ella con una fórmula
concisa pero eficaz, que pondera su grandeza y su misión: es la "mujer", de la que,
en la plenitud de los tiempos, nació el Hijo de Dios (cf. Ga 4, 4). María es la madre
que hoy en el templo presenta el Hijo al Padre, dando continuación, también con
este acto, al "sí" pronunciado en el momento de la Anunciación. Que ella sea
también la madre que nos acompañe y sostenga a nosotros, hijos de Dios e hijos
suyos, en el cumplimiento de un servicio generoso a Dios y a los hermanos. Con
este fin, invoco su celestial intercesión, mientras de corazón os imparto la bendición
apostólica a todos vosotros y a vuestras respectivas familias religiosas.
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