BENEDICTO XVI
ÁNGELUS
I domingo de Adviento
3 de diciembre de 2006
Queridos hermanos y hermanas:
Deseo dar gracias al Señor una vez más, juntamente con vosotros, por el viaje
apostólico que en los días pasados realicé a Turquía: en él me sentí acompañado y
sostenido por la oración de toda la comunidad cristiana. A todos expreso mi cordial
agradecimiento. El miércoles próximo, durante la audiencia general, tendré la
posibilidad de hablar más extensamente de esta inolvidable experiencia espiritual y
pastoral, de la que espero que broten frutos de bien para una cooperación cada vez
más sincera entre todos los discípulos de Cristo y para un diálogo fecundo con los
creyentes musulmanes. Ahora deseo renovar mi gratitud a quienes organizaron el
viaje y contribuyeron de diversas maneras a su desarrollo pacífico y fructuoso.
Dirijo un saludo especial a las autoridades de Turquía y al pueblo turco amigo, que
me dispensó una acogida digna de su tradicional espíritu de hospitalidad.
Quisiera recordar con afecto y agradecimiento sobre todo a la querida comunidad
católica que vive en Turquía. Pienso en ella este domingo al entrar en el tiempo de
Adviento. Pude encontrarme y celebrar la santa misa juntamente con estos
hermanos y hermanas nuestros, que se encuentran en una situación a menudo
difícil. Es verdaderamente un pequeño rebaño, variado, lleno de entusiasmo y de
fe, que —podríamos decir— vive de forma constante e intensa la experiencia del
Adviento, sostenida por la esperanza.
En Adviento la liturgia con frecuencia nos repite y nos asegura, como para vencer
nuestra natural desconfianza, que Dios "viene": viene a estar con nosotros, en
todas nuestras situaciones; viene a habitar en medio de nosotros, a vivir con
nosotros y en nosotros; viene a colmar las distancias que nos dividen y nos
separan; viene a reconciliarnos con él y entre nosotros. Viene a la historia de la
humanidad, a llamar a la puerta de cada hombre y de cada mujer de buena
voluntad, para traer a las personas, a las familias y a los pueblos el don de la
fraternidad, de la concordia y de la paz.
Por eso el Adviento es, por excelencia, el tiempo de la esperanza, en el que se
invita a los creyentes en Cristo a permanecer en una espera vigilante y activa,
alimentada por la oración y el compromiso concreto del amor. Ojalá que la cercanía
de la Navidad de Cristo llene el corazón de todos los cristianos de alegría, de
serenidad y de paz.
Para vivir de modo más auténtico y fructuoso este período de Adviento, la liturgia
nos exhorta a mirar a María santísima y a caminar espiritualmente, junto con ella,
hacia la cueva de Belén. Cuando Dios llamó a la puerta de su joven vida, ella lo
acogió con fe y con amor. Dentro de pocos días la contemplaremos en el luminoso
misterio de su Inmaculada Concepción. Dejémonos atraer por su belleza, reflejo de
la gloria divina, para que "el Dios que viene" encuentre en cada uno de nosotros un
corazón bueno y abierto, que él pueda colmar de sus dones.
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