BENEDICTO XVI
ÁNGELUS
Plaza de San Pedro
I Domingo de Cuaresma, 25 de febrero de 2007
Queridos hermanos y hermanas:
Este año el Mensaje para la Cuaresma se inspira en un versículo del evangelio de
san Juan, que, a su vez, cita una profecía mesiánica de Zacarías: "Mirarán al que
traspasaron" ( Jn 19, 37). El discípulo amado, presente junto a María, la Madre de
Jesús, y otras mujeres en el Calvario, fue testigo ocular de la lanzada que
atravesó el costado de Cristo, haciendo brotar de él sangre y agua (cf. Jn 19, 31-
34). Aquel gesto realizado por un anónimo soldado romano, destinado a perderse
en el olvido, permaneció impreso en los ojos y en el corazón del apóstol, que deja
constancia de ello en su evangelio. ¡Cuántas conversiones se han realizado a lo
largo de los siglos precisamente gracias al elocuente mensaje de amor que recibe
quien dirige la mirada a Jesús crucificado!
Entremos, pues, en el tiempo cuaresmal con la "mirada" fija en el costado de
Jesús. En la carta encíclica Deus caritas est (cf. n. 12) quise subrayar que, sólo
dirigiendo la mirada a Jesús muerto en la cruz por nosotros, puede conocerse y
contemplarse esta verdad fundamental: "Dios es amor" ( 1 Jn 4, 8. 16). "Desde
esa mirada —escribí— el cristiano encuentra la orientación de su
vivir y de su amar" ( Deus caritas est, 12).
Contemplando al Crucificado con los ojos de la fe, podemos comprender en
profundidad qué es el pecado, cuán trágica es su gravedad y, al mismo tiempo,
cuán inconmensurable es la fuerza del perdón y de la misericordia del Señor.
Durante estos días de Cuaresma no apartemos el corazón de este misterio de
profunda humanidad y de alta espiritualidad. Contemplando a Cristo, sintámonos
al mismo tiempo contemplados por él. Aquel a quien nosotros mismos hemos
atravesado con nuestras culpas no se cansa de derramar en el mundo un torrente
inagotable de amor misericordioso. Ojalá que la humanidad comprenda que
solamente de esta fuente es posible sacar la energía espiritual indispensable para
construir la paz y la felicidad que todo ser humano busca sin cesar.
Pidamos a la Virgen María, que fue traspasada en el alma junto a la cruz del Hijo,
que nos obtenga el don de una fe sólida. Que, guiándonos por el camino
cuaresmal, nos ayude a dejar todo lo que nos aparta de la escucha de Cristo y de
su palabra de salvación. A ella le encomiendo, en particular, la semana de
ejercicios espirituales que comenzarán esta tarde, aquí en el Vaticano, y en los
que participaré junto con mis colaboradores de la Curia romana.
Queridos hermanos y hermanas, os pido que nos acompañéis con vuestra
oración, a la que corresponderé de buen grado en el recogimiento del retiro,
invocando la fuerza divina sobre cada uno de vosotros, sobre vuestras familias y
sobre vuestras comunidades.
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