BENEDICTO XVI
ÁNGELUS
Plaza de San Pedro
Domingo 14 de octubre de 2007
Queridos hermanos y hermanas:
El evangelio de este domingo presenta a Jesús que cura a diez leprosos, de los
cuales sólo uno, samaritano y por tanto extranjero, vuelve a darle las gracias
(cf. Lc 17, 11-19). El Señor le dice: "Levántate, vete: tu fe te ha salvado"
( Lc 17, 19). Esta página evangélica nos invita a una doble reflexión.
Ante todo, nos permite pensar en dos grados de curación: uno, más superficial,
concierne al cuerpo; el otro, más profundo, afecta a lo más íntimo de la persona,
a lo que la Biblia llama el "corazón", y desde allí se irradia a toda la existencia. La
curación completa y radical es la "salvación". Incluso el lenguaje común,
distinguiendo entre "salud" y "salvación", nos ayuda a comprender que la
salvación es mucho más que la salud; en efecto, es una vida nueva, plena,
definitiva.
Además, aquí, como en otras circunstancias, Jesús pronuncia la expresión: "Tu
fe te ha salvado". Es la fe la que salva al hombre, restableciendo su relación
profunda con Dios, consigo mismo y con los demás; y la fe se manifiesta en el
agradecimiento. Quien sabe agradecer, como el samaritano curado, demuestra
que no considera todo como algo debido, sino como un don que, incluso cuando
llega a través de los hombres o de la naturaleza, proviene en definitiva de Dios.
Así pues, la fe requiere que el hombre se abra a la gracia del Señor; que
reconozca que todo es don, todo es gracia. ¡Qué tesoro se esconde en una
pequeña palabra: "gracias"!
Jesús cura a los diez enfermos de lepra, enfermedad en aquel tiempo considerada
una "impureza contagiosa" que exigía una purificación ritual (cf. Lv 14, 1-37). En
verdad, la lepra que realmente desfigura al hombre y a la sociedad es el pecado;
son el orgullo y el egoísmo los que engendran en el corazón humano indiferencia,
odio y violencia. Esta lepra del espíritu, que desfigura el rostro de la humanidad,
nadie puede curarla sino Dios, que es Amor. Abriendo el corazón a Dios, la
persona que se convierte es curada interiormente del mal.
"Convertíos y creed en el Evangelio" ( Mc 1, 15). Jesús inició su vida pública con
esta invitación, que sigue resonando en la Iglesia, hasta el punto de que también
la santísima Virgen, especialmente en sus apariciones de los últimos tiempos, ha
renovado siempre esta exhortación. Hoy pensamos, de modo particular, en
Fátima donde, exactamente hace 90 años, desde el 13 de mayo hasta el 13 de
octubre de 1917, la Virgen se apareció a los tres pastorcillos: Lucía, Jacinta y
Francisco.
Gracias a las conexiones radiotelevisivas, quiero hacerme presente
espiritualmente en aquel santuario mariano, donde el cardenal Tarcisio Bertone,
secretario de Estado, ha presidido en mi nombre las celebraciones conclusivas de
un aniversario tan significativo. Lo saludo cordialmente a él, a los demás
cardenales y obispos presentes, a los sacerdotes que trabajan en el santuario y a
los peregrinos que han acudido de todas las partes del mundo con esta ocasión.
Pidamos a la Virgen para todos los cristianos el don de una verdadera conversión,
a fin de que se anuncie y se testimonie con coherencia y fidelidad el perenne
mensaje evangélico, que indica a la humanidad el camino de la auténtica paz.
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