BENEDICTO XVI
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 4 de abril de 2007
El Triduo sacro
Queridos hermanos y hermanas:
Mientras concluye el camino cuaresmal, que comenzó con el miércoles de Ceniza, la
liturgia del Miércoles santo ya nos introduce en el clima dramático de los próximos
días, impregnados del recuerdo de la pasión y muerte de Cristo. En efecto, en la
liturgia de hoy el evangelista san Mateo propone a nuestra meditación el breve
diálogo que tuvo lugar en el Cenáculo entre Jesús y Judas. "¿Acaso soy yo, Rabbí?",
pregunta el traidor del divino Maestro, que había anunciado: "Yo os aseguro que
uno de vosotros me entregará". La respuesta del Señor es lapidaria: "Sí, tú lo has
dicho" (cf. Mt 26, 14-25). Por su parte, san Juan concluye la narración del anuncio
de la traición de Judas con pocas, pero significativas palabras: "Era de noche"
( Jn 13, 30).
Cuando el traidor abandona el Cenáculo, se intensifica la oscuridad en su corazón —
es una noche interior—, el desconcierto se apodera del espíritu de los demás
discípulos —también ellos van hacia la noche—, mientras las tinieblas del abandono
y del odio se condensan alrededor del Hijo del Hombre, que se dispone a
consumar su sacrificio en la cruz.
En los próximos días conmemoraremos el enfrentamiento supremo entre la Luz y
las Tinieblas, entre la Vida y la Muerte. También nosotros debemos situarnos en
este contexto, conscientes de nuestra "noche", de nuestras culpas y
responsabilidades, si queremos revivir con provecho espiritual el Misterio pascual, si
queremos llegar a la luz del corazón mediante este Misterio, que constituye el fulcro
central de nuestra fe.
El inicio del Triduo pascual es el Jueves santo, mañana. Durante la misa Crismal ,
que puede considerarse el preludio del Triduo sacro, el pastor diocesano y sus
colaboradores más cercanos, los presbíteros, rodeados por el pueblo de Dios,
renuevan las promesas formuladas el día de la ordenación sacerdotal.
Se trata, año tras año, de un momento de intensa comunión eclesial, que pone de
relieve el don del sacerdocio ministerial que Cristo dejó a su Iglesia en la víspera de
su muerte en la cruz. Y para cada sacerdote es un momento conmovedor en esta
víspera de la Pasión, en la que el Señor se nos entregó a sí mismo, nos dio el
sacramento de la Eucaristía, nos dio el sacerdocio. Es un día que toca el corazón de
todos nosotros.
Luego se bendicen los óleos para la celebración de los sacramentos: el óleo de los
catecúmenos, el óleo de los enfermos, y el santo crisma. Por la tarde, al entrar en
el Triduo pascual, la comunidad cristiana revive en la misa in Cena Domini lo que
sucedió durante la última Cena. En el Cenáculo el Redentor quiso anticipar el
sacrificio de su vida en el Sacramento del pan y del vino convertidos en su Cuerpo y
en su Sangre: anticipa su muerte, entrega libremente su vida, ofrece el don
definitivo de sí mismo a la humanidad.
Con el lavatorio de los pies se repite el gesto con el que él, habiendo amado a los
suyos, los amó hasta el extremo (cf. Jn 13, 1) y dejó a los discípulos, como su
distintivo, este acto de humildad, el amor hasta la muerte. Después de la misa in
Cena Domini , la liturgia invita a los fieles a permanecer en adoración del santísimo
Sacramento, reviviendo la agonía de Jesús en Getsemaní. Y vemos cómo los
discípulos se durmieron, dejando solo al Señor. También hoy, con frecuencia,
nosotros, sus discípulos, dormimos. En esta noche sagrada de Getsemaní,
queremos permanecer en vela; no queremos dejar solo al Señor en esta hora. Así
podemos comprender mejor el misterio del Jueves santo, que abarca el triple sumo
don del sacerdocio ministerial, de la Eucaristía y del mandamiento nuevo del amor
("agapé").
El Viernes santo, que conmemora los acontecimientos que van desde la condena a
muerte hasta la crucifixión de Cristo, es un día de penitencia, de ayuno, de oración,
de participación en la pasión del Señor. La asamblea cristiana, en la hora
establecida, vuelve a recorrer, con la ayuda de la palabra de Dios y de los gestos
litúrgicos, la historia de la infidelidad humana al designio divino, que sin embargo
precisamente así se realiza, y vuelve a escuchar la narración conmovedora de la
dolorosa pasión del Señor.
Luego dirige al Padre celestial una larga "oración de los fieles", que abarca todas las
necesidades de la Iglesia y del mundo. Seguidamente, la comunidad adora la cruz y
recibe la Comunión eucarística, consumiendo las especies sagradas conservadas
desde la misa in Cena Domini del día anterior. San Juan Crisóstomo, comentando el
Viernes santo, afirma: "Antes la cruz significaba desprecio, pero hoy es algo
venerable; antes era símbolo de condena, y hoy es esperanza de salvación. Se ha
convertido verdaderamente en manantial de infinitos bienes; nos ha librado del
error, ha disipado nuestras tinieblas, nos ha reconciliado con Dios; de enemigos de
Dios, nos ha hecho sus familiares; de extranjeros, nos ha hecho sus vecinos: esta
cruz es la destrucción de la enemistad, el manantial de la paz, el cofre de
nuestro tesoro" ( De cruce et latrone I, 1, 4).
Para vivir de una manera más intensa la pasión del Redentor, la tradición cristiana
ha dado vida a numerosas manifestaciones de religiosidad popular, entre las que se
encuentran las conocidas procesiones del Viernes santo, con los sugerentes ritos
que se repiten todos los años. Pero hay un ejercicio de piedad, el "vía crucis", que
durante todo el año nos ofrece la posibilidad de imprimir cada vez más
profundamente en nuestro espíritu el misterio de la cruz, de avanzar con Cristo por
este camino, configurándonos así interiormente con él. Podríamos decir que el vía
crucis , utilizando una expresión de san León Magno, nos enseña a "contemplar con
los ojos del corazón a Jesús crucificado para reconocer en su carne nuestra propia
carne" ( Sermón 15 sobre la pasión del Señor ). Precisamente en esto consiste la
verdadera sabiduría del cristiano, que queremos aprender siguiendo el vía crucis del
Viernes santo en el Coliseo.
El Sábado santo es el día en el que la liturgia calla, el día del gran silencio, en el
que se invita a los cristianos a mantener un recogimiento interior, con frecuencia
difícil de cultivar en nuestro tiempo, para prepararse mejor a la Vigilia pascual . En
muchas comunidades se organizan retiros espirituales y encuentros de oración
mariana, para unirse a la Madre del Redentor, que espera con trepidante confianza
la resurrección de su Hijo crucificado.
Por último, en la Vigilia pascual el velo de tristeza que envuelve a la Iglesia por la
muerte y la sepultura del Señor será rasgado por el grito de victoria: ¡Cristo ha
resucitado y ha vencido para siempre a la muerte! Entonces podremos comprender
verdaderamente el misterio de la cruz. "Dios crea prodigios incluso en lo imposible
—escribe un autor antiguo— para que sepamos que sólo él puede hacer lo que
quiere. De su muerte procede nuestra vida, de sus llagas nuestra curación, de su
caída nuestra resurrección, de su descenso nuestra elevación" ( Anónimo
Cuartodecimano ).
Animados por una fe más sólida, en el corazón de la Vigilia pascual acogeremos a
los recién bautizados y renovaremos las promesas de nuestro bautismo. Así
experimentaremos que la Iglesia está siempre viva, que siempre rejuvenece, que
siempre es bella y santa, porque está fundada sobre Cristo que, tras haber
resucitado, ya no muere nunca más.
Queridos hermanos y hermanas, el misterio pascual, que el Triduo sacro nos hará
revivir, no es sólo recuerdo de una realidad pasada; es una realidad actual:
también hoy Cristo vence con su amor al pecado y a la muerte. El mal, en todas sus
formas, no tiene la última palabra. El triunfo final es de Cristo, de la verdad y del
amor. Como nos recordará san Pablo en la Vigilia pascual, si con él estamos
dispuestos a sufrir y morir, su vida se convierte en nuestra vida (cf. Rm 6, 9). En
esta certeza se basa y se edifica nuestra existencia cristiana.
Invocando la intercesión de María santísima, que siguió a Jesús por el camino de la
pasión y de la cruz y lo abrazó antes de ser sepultado, os deseo a todos que
participéis con fervor en el Triduo pascual para experimentar la alegría de la Pascua
juntamente con todos vuestros seres queridos.
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