VISITA PASTORAL A LA PARROQUIA ROMANA
DE SANTA FELICIDAD E HIJOS, MÁRTIRES
HOMILÍA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
Domingo 25 de marzo de 2007
Queridos hermanos y hermanas de la parroquia de Santa Felicidad e Hijos,
mártires :
He venido de buen grado a visitaros en este V domingo de Cuaresma, llamado
también domingo de Pasión. Os dirijo a todos mi cordial saludo. Ante todo, saludo
al cardenal vicario y al obispo auxiliar, monseñor Enzo Dieci. Saludo también con
afecto a los padres vocacionistas, a quienes está encomendada la parroquia desde
su nacimiento, en 1958, y de modo especial a vuestro párroco, don Eusebio Mosca,
al que agradezco las hermosas palabras con las que me ha presentado brevemente
la realidad de vuestra comunidad.
Saludo asimismo a los demás sacerdotes, a los religiosos, a las religiosas, a los
catequistas, a los laicos comprometidos y a todos los que colaboran de diversas
maneras en las múltiples actividades de la parroquia —pastorales, educativas y de
promoción humana—, dirigidas con atención prioritaria a los niños, a los jóvenes y
a las familias.
Saludo a la comunidad filipina, bastante numerosa en vuestro territorio, que se
reúne aquí todos los domingos para la santa misa celebrada en su lengua. Extiendo
mi saludo a todos los habitantes del barrio Fidene —son numerosos—, formado en
gran parte por personas que provienen de otras regiones de Italia y de diversos
países del mundo.
Aquí, como en otras partes, ciertamente no faltan situaciones problemáticas, tanto
en el campo material como en el moral, situaciones que requieren de vosotros,
queridos amigos, un compromiso constante de testimoniar que el amor de Dios,
que se manifestó plenamente en Cristo crucificado y resucitado, abraza de modo
concreto a todos, sin distinción de raza y cultura. Esta es, en el fondo, la misión de
toda comunidad parroquial, llamada a anunciar el Evangelio y a ser lugar de
acogida y de escucha, de formación y de comunión fraterna, de diálogo y de
perdón.
¿Cómo puede mantenerse fiel a este mandato una comunidad cristiana? ¿Cómo
puede llegar a ser cada vez más una familia de hermanos animados por el Amor?
La palabra de Dios que acabamos de escuchar, y que resuena con singular
elocuencia en nuestro corazón durante este tiempo cuaresmal, nos recuerda que
nuestra peregrinación terrena está llena de dificultades y pruebas, como el camino
del pueblo elegido a lo largo del desierto antes de llegar a la tierra prometida. Pero,
como asegura Isaías en la primera lectura, la intervención divina puede facilitarlo,
transformando el páramo en un país confortable y rico en aguas (cf. Is 43, 19-20).
El salmo responsorial se hace eco del profeta: a la vez que recuerda la alegría del
regreso del exilio babilónico, invoca al Señor para que intervenga en favor de los
"cautivos", que al ir van llorando, pero vuelven llenos de júbilo, porque Dios está
presente y, como en el pasado, hará también en el futuro "grandes hazañas en
favor nuestro".
Esta misma confianza, esta esperanza en que después de tiempos difíciles el Señor
manifieste siempre su presencia y su amor, debe animar a toda comunidad
cristiana a la que su Señor ha dotado de abundantes provisiones espirituales para
atravesar el desierto de este mundo y transformarlo en un vergel florido. Estas
provisiones son la escucha dócil de su Palabra, los sacramentos y todos los demás
recursos espirituales de la liturgia y de la oración personal. En definitiva, la
verdadera provisión es su amor. El amor que impulsó a Jesús a inmolarse por
nosotros nos transforma y nos capacita para seguirlo fielmente.
En la línea de lo que la liturgia nos propuso el domingo pasado, la página
evangélica de hoy nos ayuda a comprender que sólo el amor de Dios puede cambiar
desde dentro la existencia del hombre y, en consecuencia, de toda sociedad,
porque sólo su amor infinito lo libra del pecado, que es la raíz de todo mal. Si es
verdad que Dios es justicia, no hay que olvidar que es, sobre todo, amor: si odia el
pecado, es porque ama infinitamente a toda persona humana. Nos ama a cada uno
de nosotros, y su fidelidad es tan profunda que no se desanima ni siquiera ante
nuestro rechazo. Hoy, en particular, Jesús nos invita a la conversión interior: nos
explica por qué perdona, y nos enseña a hacer que el perdón recibido y dado a los
hermanos sea el "pan nuestro de cada día".
El pasaje evangélico narra el episodio de la mujer adúltera en dos escenas
sugestivas: en la primera, asistimos a una disputa entre Jesús, los escribas y
fariseos acerca de una mujer sorprendida en flagrante adulterio y, según la
prescripción contenida en el libro del Levítico (cf. Lv 20, 10), condenada a la
lapidación. En la segunda escena se desarrolla un breve y conmovedor diálogo
entre Jesús y la pecadora. Los despiadados acusadores de la mujer, citando la ley
de Moisés, provocan a Jesús —lo llaman "maestro" ( Didáskale )—, preguntándole si
está bien lapidarla. Conocen su misericordia y su amor a los pecadores, y sienten
curiosidad por ver cómo resolverá este caso que, según la ley mosaica, no dejaba
lugar a dudas.
Pero Jesús se pone inmediatamente de parte de la mujer; en primer lugar,
escribiendo en la tierra palabras misteriosas, que el evangelista no revela, pero
queda impresionado por ellas; y después, pronunciando la frase que se ha hecho
famosa: "Aquel de vosotros que esté sin pecado (usa el término anamártetos , que
en el Nuevo Testamento solamente aparece aquí), que le arroje la primera piedra"
( Jn 8, 7) y comience la lapidación. San Agustín, comentando el evangelio de san
Juan, observa que "el Señor, en su respuesta, respeta la Ley y no renuncia a su
mansedumbre". Y añade que con sus palabras obliga a los acusadores a entrar en
su interior y, mirándose a sí mismos, a descubrir que también ellos son pecadores.
Por lo cual, "golpeados por estas palabras como por una flecha gruesa como una
viga, se fueron uno tras otro" ( In Io. Ev. tract. 33, 5).
Así pues, uno tras otro, los acusadores que habían querido provocar a Jesús se van,
"comenzando por los más viejos". Cuando todos se marcharon, el divino Maestro se
quedó solo con la mujer. El comentario de san Agustín es conciso y eficaz: "relicti
sunt duo: misera et misericordia", "quedaron sólo ellos dos: la miserable y la
misericordia" ( ib. ).
Queridos hermanos y hermanas, detengámonos a contemplar esta escena, donde
se encuentran frente a frente la miseria del hombre y la misericordia divina, una
mujer acusada de un gran pecado y Aquel que, aun sin tener pecado, cargó con
nuestros pecados, con los pecados del mundo entero. Él, que se había puesto a
escribir en la tierra, alza ahora los ojos y encuentra los de la mujer. No pide
explicaciones. No es irónico cuando le pregunta: "Mujer, ¿dónde están? ¿Nadie te
ha condenado?" ( Jn 8, 10). Y su respuesta es conmovedora: "Tampoco yo te
condeno. Vete, y en adelante no peques más" ( Jn 8, 11). San Agustín, en su
comentario, observa: "El Señor condena el pecado, no al pecador. En efecto, si
hubiera tolerado el pecado, habría dicho: "Tampoco yo te condeno; vete y vive
como quieras... Por grandes que sean tus pecados, yo te libraré de todo castigo y
de todo sufrimiento". Pero no dijo eso" ( In Io. Ev. tract. 33, 6). Dice: "Vete y no
peques más".
Queridos amigos, la palabra de Dios que hemos escuchado nos ofrece indicaciones
concretas para nuestra vida. Jesús no entabla con sus interlocutores una discusión
teórica sobre el pasaje de la ley de Moisés: no le interesa ganar una disputa
académica a propósito de una interpretación de la ley mosaica; su objetivo es
salvar un alma y revelar que la salvación sólo se encuentra en el amor de Dios.
Para esto vino a la tierra, por esto morirá en la cruz y el Padre lo resucitará al
tercer día. Jesús vino para decirnos que quiere que todos vayamos al paraíso, y que
el infierno, del que se habla poco en nuestro tiempo, existe y es eterno para los que
cierran el corazón a su amor.
Por tanto, también en este episodio comprendemos que nuestro verdadero enemigo
es el apego al pecado, que puede llevarnos al fracaso de nuestra existencia. Jesús
despide a la mujer adúltera con esta consigna: "Vete, y en adelante no peques
más". Le concede el perdón, para que "en adelante" no peque más. En un episodio
análogo, el de la pecadora arrepentida, que encontramos en el evangelio de san
Lucas (cf. Lc 7, 36-50), acoge y dice "vete en paz" a una mujer que se había
arrepentido. Aquí, en cambio, la adúltera recibe simplemente el perdón de modo
incondicional. En ambos casos —el de la pecadora arrepentida y el de la adúltera—
el mensaje es único. En un caso se subraya que no hay perdón sin arrepentimiento,
sin deseo del perdón, sin apertura de corazón al perdón. Aquí se pone de relieve
que sólo el perdón divino y su amor recibido con corazón abierto y sincero nos dan
la fuerza para resistir al mal y "no pecar más", para dejarnos conquistar por el
amor de Dios, que se convierte en nuestra fuerza. De este modo, la actitud de
Jesús se transforma en un modelo a seguir por toda comunidad, llamada a hacer
del amor y del perdón el corazón palpitante de su vida.
Queridos hermanos y hermanas, en el camino cuaresmal que estamos recorriendo y
que se acerca rápidamente a su fin, nos debe acompañar la certeza de que Dios no
nos abandona jamás y que su amor es manantial de alegría y de paz; es la fuerza
que nos impulsa poderosamente por el camino de la santidad y, si es necesario,
también hasta el martirio. Eso es lo que les sucedió a los hijos y después a su
valiente madre, santa Felicidad, patronos de vuestra parroquia.
Que, por su intercesión, el Señor os conceda encontraros cada vez más
profundamente con Cristo y seguirlo con dócil fidelidad, para que, como sucedió al
apóstol san Pablo, también vosotros podáis proclamar con sinceridad: "Juzgo que
todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por
quien perdí todas las cosas, y las tengo por basura para ganar a Cristo" ( Flp 3, 8).
Que el ejemplo y la intercesión de estos santos sean para vosotros un estímulo
constante a seguir el sendero del Evangelio sin titubeos y sin componendas. Que os
obtenga esta generosa fidelidad la Virgen María, a quien mañana contemplaremos
en el misterio de la Anunciación y a la que os encomiendo a todos vosotros y a toda
la población de este barrio de Fidene. Amén
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