BENEDICTO XVI
REGINA CÆLI
Plaza de San Pedro
Domingo 9 de mayo de 2010
Queridos hermanos y hermanas:
Mayo es un mes amado y resulta agradable por diversos aspectos. En nuestro
hemisferio la primavera avanza con un florecimiento abundante y colorido; el clima,
normalmente, es favorable a los paseos y a las excursiones. Para la liturgia, mayo
siempre pertenece al tiempo de Pascua, el tiempo del «aleluya», de la
manifestación del misterio de Cristo en la luz de la resurrección y de la fe pascual;
y es el tiempo de la espera del Espíritu Santo, que descendió con poder sobre la
Iglesia naciente en Pentecostés. Con ambos contextos, el «natural» y el «litúrgico»,
armoniza bien la tradición de la Iglesia de dedicar el mes de mayo a la Virgen
María. Ella, en efecto, es la flor más hermosa que ha brotado de la creación, la
«rosa» que apareció en la plenitud de los tiempos, cuando Dios, enviando a su Hijo,
dio al mundo una nueva primavera. Y es al mismo tiempo protagonista humilde y
discreta de los primeros pasos de la comunidad cristiana: María es su corazón
espiritual, porque su misma presencia en medio de los discípulos es memoria viva
del Señor Jesús y prenda del don de su Espíritu.
El Evangelio de este domingo, tomado del capítulo 14 de san Juan, nos ofrece un
retrato espiritual implícito de la Virgen María, donde Jesús dice: «Si alguno me
ama, guardará mi Palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él, y haremos
morada en él» ( Jn 14, 23). Estas expresiones van dirigidas a los discípulos, pero se
pueden aplicar en sumo grado precisamente a aquella que es la primera y perfecta
discípula de Jesús. En efecto, María fue la primera que guardó plenamente la
palabra de su Hijo, demostrando así que lo amaba no sólo como madre, sino antes
aún como sierva humilde y obediente; por esto Dios Padre la amó y en ella puso su
morada la Santísima Trinidad. Además, donde Jesús promete a sus amigos que el
Espíritu Santo los asistirá ayudándoles a recordar cada palabra suya y a
comprenderla profundamente (cf. Jn 14, 26), ¿cómo no pensar en María que en su
corazón, templo del Espíritu, meditaba e interpretaba fielmente todo lo que su Hijo
decía y hacía? De este modo, ya antes y sobre todo después de la Pascua, la Madre
de Jesús se convirtió también en la Madre y el modelo de la Iglesia.
Queridos amigos, en el corazón de este mes mariano, tendré la alegría de ir a
Portugal en los próximos días. Visitaré la capital, Lisboa, y Oporto, segunda ciudad
del país. La meta principal de mi viaje será Fátima, con ocasión del décimo
aniversario de la beatificación de los dos pastorcillos Jacinta y Francisco. Por
primera vez como Sucesor de Pedro visitaré ese santuario mariano, tan querido
para el venerable y amado Juan Pablo II. Os invito a todos a acompañarme en esta
peregrinación, participando activamente con la oración: con un solo corazón y una
sola alma invoquemos la intercesión de la Virgen María por la Iglesia, en particular
por los sacerdotes y por la paz en el mundo.
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