BENEDICTO XVI
ÁNGELUS
Palacio Apostólico de Castelgandolfo
Domingo 8 de agosto de 2010
Queridos hermanos y hermanas:
En el pasaje evangélico de este domingo prosigue el discurso de Jesús a los
discípulos sobre el valor de la persona a los ojos de Dios y sobre la inutilidad de
las preocupaciones terrenas. No se trata de un elogio al desinterés. Es más, al
escuchar la invitación tranquilizadora de Jesús: «No temas, pequeño rebaño,
porque a vuestro Padre le ha parecido bien daros a vosotros el Reino» ( Lc 12,
32), nuestro corazón se abre a una esperanza que ilumina y anima la existencia
concreta: tenemos la certeza de que «el Evangelio no es solamente una
comunicación de cosas que se pueden saber, sino una comunicación que
comporta hechos y cambia la vida. La puerta oscura del tiempo, del futuro, ha
sido abierta de par en par. Quien tiene esperanza vive de otra manera; se le ha
dado una vida nueva» ( Spe salvi , 2). Como leemos en el pasaje de la carta a los
Hebreos en la liturgia de hoy, Abraham se adentra con corazón confiado en la
esperanza que Dios le abre: la promesa de una tierra y de una «descendencia
numerosa», y sale «sin saber a dónde iba», confiando sólo en Dios (cf. 11, 8-
12). Y Jesús en el Evangelio de hoy —mediante tres parábolas— ilustra cómo la
espera del cumplimiento de la «bienaventurada esperanza», su venida, debe
impulsar todavía más a una vida intensa, llena de obras buenas: «Vended
vuestros bienes y dad limosna. Haceos bolsas que no se deterioran, un tesoro
inagotable en los cielos, donde no llega el ladrón, ni la polilla» ( Lc 12, 33). Se
trata de una invitación a usar las cosas sin egoísmo, sin sed de posesión o de
dominio, sino según la lógica de Dios, la lógica de la atención a los demás, la
lógica del amor: como escribe sintéticamente Romano Guardini, «en la forma de
una relación: a partir de Dios, con vistas a Dios» ( Accettare se stessi , Brescia
1992, p. 44).
Al respecto, deseo llamar la atención hacia algunos santos que celebraremos
esta semana y que plantearon su vida precisamente a partir de Dios y con vistas
a Dios. Hoy recordamos a santo Domingo de Guzmán, fundador de la Orden
Dominicana en el siglo XIII, que lleva a cabo la misión de instruir a la sociedad
sobre las verdades de fe, preparándose con el estudio y la oración. En la misma
época, santa Clara de Asís —a quien recordaremos el miércoles próximo—,
prosiguiendo la obra franciscana, fundó la Orden de las Clarisas. El 10 de agosto
recordaremos al diácono san Lorenzo, mártir del siglo III, cuyas reliquias se
veneran en Roma en la basílica de San Lorenzo extramuros. Por último, haremos
memoria de otros dos mártires del siglo XX que compartieron el mismo destino
en Auschwitz. El 9 de agosto recordaremos a la santa carmelita Teresa Benedicta
de la Cruz, Edith Stein, y el 14 de agosto al sacerdote franciscano san
Maximiliano María Kolbe, fundador de la Milicia de María Inmaculada. Ambos
atravesaron el oscuro tiempo de la segunda guerra mundial, sin perder nunca de
vista la esperanza, el Dios de la vida y del amor.
Confiemos en el apoyo materno de la Virgen María, Reina de los santos, que
comparte amorosamente nuestra peregrinación. A ella dirijamos nuestra
oración.
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