BENEDICTO XVI
ÁNGELUS
Palacio Apostólico de Castelgandolfo
Domingo 12 de septiembre de 2010
Queridos hermanos y hermanas:
En el Evangelio de este domingo el capítulo 15° de san Lucas Jesús narra las
tres «parábolas de la misericordia». Cuando «habla del pastor que va tras la
oveja perdida, de la mujer que busca la dracma, del padre que sale al encuentro
del hijo pródigo y lo abraza, no se trata sólo de meras palabras, sino que es la
explicación de su propio ser y actuar» ( Deus caritas est , 12). De hecho, el pastor
que encuentra la oveja perdida es el Señor mismo que toma sobre sí, con la
cruz, la humanidad pecadora para redimirla. El hijo pródigo, en la tercera
parábola, es un joven que, tras obtener de su padre la herencia, «se marchó a
un país lejano donde malgastó su hacienda viviendo como un libertino» ( Lc 15,
13). Cuando quedó en la miseria, se vio obligado a trabajar como un esclavo,
aceptando incluso alimentarse de las algarrobas destinadas a los animales.
«Entonces dice el Evangelio recapacitó» ( Lc 15, 17). «Las palabras que
prepara para cuando llegue a casa nos permiten apreciar la dimensión de la
peregrinación interior que ahora emprende…, vuelve “a casa”, a sí mismo y al
padre» (Benedicto XVI, Jesús de Nazaret , Madrid 2007, p. 246). «Me levantaré,
iré a mi padre y le diré: Padre, pequé contra el cielo y ante ti. Ya no merezco ser
llamado hijo tuyo» ( Lc 15, 18-19). San Agustín escribe: «El Verbo mismo clama
que vuelvas, porque sólo hallarás lugar de descanso imperturbable donde el
amor no es abandonado» ( Confesiones , iv, 11). «Estando él todavía lejos, lo vio
su padre y, conmovido, corrió, se echó a su cuello y lo besó efusivamente
( Lc 15, 20) y, lleno de alegría, hizo preparar una fiesta.
Queridos amigos, ¿cómo no abrir nuestro corazón a la certeza de que, a pesar
de ser pecadores, Dios nos ama? Él nunca se cansa de salir a nuestro encuentro,
siempre es el primero en recorrer el camino que nos separa de él. El libro del
Éxodo nos muestra cómo Moisés, con confianza y súplica audaz, logró, por
decirlo así, desplazar a Dios del trono del juicio al trono de la misericordia (cf.
32, 7-11.13-14). El arrepentimiento es la medida de la fe; y gracias a él se
vuelve a la Verdad. Escribe el apóstol san Pablo: «Encontré misericordia porque
obré por ignorancia en mi infidelidad» ( 1 Tm 1, 13). Retomando la parábola del
hijo que regresa «a casa», notamos que cuando aparece el hijo mayor indignado
por la acogida festiva dada a su hermano, de nuevo es el padre quien sale a su
encuentro y sale para suplicarle: «Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío
es tuyo» ( Lc 15, 31). Sólo la fe puede transformar el egoísmo en alegría y
restablecer relaciones justas con el prójimo y con Dios. «Convenía celebrar una
fiesta y alegrarse dice el padre porque este hermano tuyo… estaba perdido,
y ha sido hallado» ( Lc 15,32).
Queridos hermanos, el jueves próximo iré al Reino Unido, donde proclamaré
beato al cardenal John Henry Newman. Os pido a todos que me acompañéis con
la oración en este viaje apostólico. A la Virgen María, cuyo Nombre santísimo se
celebra hoy en la Iglesia, encomendamos nuestro camino de conversión a Dios.
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