JUAN PABLO II
ÁNGELUS
Domingo 5 de diciembre de 1999
Amadísimos hermanos y hermanas :
1. En este segundo domingo de Adviento, resuena en el evangelio la voz de Juan
Bautista, profeta enviado por Dios como precursor del Mesías. Se presenta en el
desierto de Judá y, haciéndose eco de un antiguo oráculo de Isaías, grita:
"Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos". Este mensaje atraviesa
los siglos y llega hasta nosotros, cargado de extraordinaria actualidad.
Ante todo, "preparad el camino del Señor". Preparar el camino al Salvador
significa, este año, disponerse a cruzar la Puerta santa, es decir, a recibir la
sobreabundancia de gracia que Cristo ha traído al mundo y que el año jubilar
pondrá al alcance de todos.
Durante los últimos tres años hemos realizado un intenso itinerario, "por Cristo,
en el Espíritu, al Padre". Ahora, las cuatro semanas de Adviento constituyen, por
decirlo así, el "atrio" de ingreso al gran jubileo. Dispongamos nuestro espíritu
con la oración, para que la próxima Navidad nos encuentre preparados para el
encuentro con el Salvador que viene.
2. "Allanad sus senderos". Para encontrarnos con nuestro Redentor necesitamos
"convertirnos", es decir, caminar hacia él con fe gozosa, abandonando los modos
de pensar y vivir que nos impiden seguirlo plenamente.
Ante la buena nueva de un Dios que por amor a nosotros se despojó de sí
mismo y asumió nuestra condición humana, no podemos menos de abrir nuestro
corazón al arrepentimiento; no podemos encerrarnos en el orgullo y la
hipocresía, desaprovechando la posibilidad de encontrar la verdadera paz. El
perfil de la Puerta santa, que ya vemos cerca, nos recuerda el sobreabundante
amor tierno y misericordioso de Dios. Como el padre de la parábola, está
dispuesto a acoger con los brazos abiertos a los hijos que tienen la valentía de
volver a él (cf. Lc 15, 20).
Este esfuerzo de conversión se funda en la certeza de que la fidelidad de Dios es
inquebrantable, a pesar de todo lo negativo que pueda haber en nosotros y en
nuestro entorno. Por eso el Adviento es tiempo de espera y de esperanza . La
Iglesia hace suya en este domingo la promesa consoladora de Isaías: "Todos
verán la salvación de Dios" ( Aleluya ; cf. Is 40, 5).
3. Amadísimos hermanos y hermanas, dentro de tres días, en la Inmaculada
Concepción contemplaremos la primera realización -y la más acabada- de dicha
promesa. En María, "llena de gracia", se cumple lo que Dios quiere obrar en todo
hombre. La Madre del Redentor fue preservada de la culpa y colmada de la
gracia divina. Su belleza espiritual nos invita a la confianza y a la esperanza; la
Virgen, toda hermosa y santa, nos estimula a preparar el camino del Señor y
allanar sus senderos, para contemplar un día, junto a ella, la salvación de Dios.