III Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Seguir a Jesús por la causa del Reino
Jesús comienza su actividad pública y se marcha a Galilea para predicar la
Buena Noticia del Reino: “Convertíos, pues se ha acercado el Reino de los cielos”
(Mt 4,12-17). Es éste un anuncio primordial del Evangelio y debemos entenderlo
como una llamada apremiante al cambio de mentalidad y de forma de vida en
consonancia con el Reino que en la persona de Jesucristo definitivamente se ha
acercado.
En la vida cristiana la conversión es un proceso personal de discernimiento y
transformación espiritual que, desde la fuerza que emana del evangelio de Jesús
crucificado (1 Cor 1,10-13.17), permite revisar nuestra conducta habitual,
nuestras actitudes fundamentales y nuestra mentalidad, para cambiar de rumbo
nuestra vida ante la llegada inminente del Reino. El “Reino de los cielos” es una
expresión empleada por San Mateo en la cual “los cielos” no se contraponen a la
tierra ni designan sólo un reino del más allá, sino que equivale a “Reino de Dios”
y tiene el sentido dinámico y personal de que Dios va a reinar ya en esta tierra,
llevando a cabo el ideal mesiánico del rey justo del Antiguo Testamento (Sal 72).
El Reinado de Dios, de la justicia y de la paz, está llegando con aquél que
defiende a los humildes, que socorre y libera a los pobres y quebranta al
explotador. Éste es el Reino cuya cercanía anuncia Jesús y por cuya causa vivió
y fue crucificado. La conversión consiste en transformar nuestra mentalidad para
entrar en el dinamismo espiritual que lleva al seguimiento de Jesús en su camino
hasta la cruz y, por ella y con él, hasta la vida nueva en el amor.
San Mateo da una importancia singular a Galilea como lugar de esta predicación
de Jesús. Recurre a un texto del profeta Isaías (Is 8,23-9,1) que evoca una
situación de desolación de Galilea, cuando en el 733 a. C., Tiglat-Pileser, rey de
Asiria, invadió Samaria y Galilea, apoderándose de ellas y de las regiones
limítrofes (2Re 15,29). Era el primer exilio. La región fue sometida al poder
político y militar y a la invasión de los paganos. Isaías anuncia en ese contexto
una gran profecía mesiánica (Is 8,23-9,6) cuyo culmen es el nacimiento de un
niño que instaurará un reino de justicia y de paz. La gloria, la luz y la alegría
tienen su razón de ser en el fin de la opresión y de la guerra y en el nacimiento
de este niño. En tiempo de desolación este poema de Isaías expresa la alegría
por el Reino mesiánico y constituye uno de los cantos que han sostenido la
alegría y la esperanza del pueblo de Israel en toda su historia, a través del
larguísimo exilio vivido por un pueblo cuya identidad social forzada ha sido
predominantemente el destierro y la persecución, y cuya identidad espiritual
dinámica ha sido la Palabra y la esperanza del Mesías. Cualquier situación crítica
de sufrimiento y desolación, de marginación y de opresión en la que los
derechos más elementales del ser humano sean conculcados permite evocar la
situación de destierro, desprecio o aniquilación que ha sufrido el pueblo de
Israel. En medio de la gran crisis por la que el mundo actual está pasando
resuena con fuerza el anuncio del Evangelio que llama al cambio de vida y de
mentalidad porque el Reino de Dios se hace presente en el crucificado.
La estrecha vinculación de los discípulos con Jesús constituye desde la primera
página del evangelio una realidad primordial para el anuncio de la cercanía
inminente del Reino de Dios y su presencia en esta tierra. A la proclamación
inicial de Jesús sigue el relato de la llamada a los primeros discípulos, en el cual
se cuenta que Jesús, junto al lago de Galilea, vio a dos parejas de hermanos,
Pedro y Andrés, Santiago y Juan, y los llamó para seguirle. La singularidad de
esta llamada de Jesús tiene aspectos muy significativos que marcaron la
importancia del discipulado inicial en su seguimiento radical de Jesús. Es Jesús
quien tiene la iniciativa de llamar a aquellos discípulos, lo cual revela su enorme
autoridad y la trascendencia de su misión, equiparable a la función de Dios en
los relatos de vocación del Antiguo Testamento. Jesús llama a los que él quiere,
pero se percibe en él un criterio de elección al escoger a personas capaces de
ayudarle en la misión de proclamar y hacer presente el reinado de Dios. Junto a
la prontitud en la respuesta, la vocación supone un cambio de vida radical. Lo
dejaron todo hasta la negación de sí mismos. Esencial en este giro de la vida es
la ruptura con la familia, como institución básica de referencia, tanto entonces
como ahora. La radicalidad del seguimiento de los primeros discípulos, tal como
se dibuja en todo el evangelio, apunta hacia un doble objetivo: la íntima relación
el Señor y la colaboración en la misión apremiante de trabajar por el Reino de
Dios y su justicia.
El hecho de que la vocación de los discípulos sea la primera acción de Jesús en
orden a mostrar la cercanía del Reinado de Dios significa que Jesús quiso contar
desde el principio y para siempre con un grupo personas especialmente llamadas
para compartir su mismo estilo de vida, marcado por la ruptura con todo tipo de
lazos familiares y por una gran libertad en el comportamiento contracultural
frente a los valores e instituciones dominantes. Sólo así ese grupo de discípulos
podría servir al Reino de Dios por el que Jesús apasionadamente vivió y murió.
De aquel círculo más cercano a Jesús formaban parte, además de los Doce,
Natanael, José y Matías (Hch 1,21-22), y algunas mujeres, que siguieron y
sirvieron a Jesús (Lc 8,1-2 y Mc 15,40-41). Su testimonio sigue arrastrando hoy
a muchas personas consagradas totalmente al servicio apasionado a Jesucristo y
al Reino de Dios.
José Cervantes Gabarrón, Sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura.