Comentario al evangelio del Sábado 29 de Enero del 2011
Queridos hermanos:
Se ha dicho que los antiguos creían gracias a los milagros y que los modernos creemos a pesar de ellos.
Esta segunda actitud no parece estar del todo reñida con la sensibilidad de Jesús, que en algún
momento reprochó a los discípulos: “si no veis milagros no creéis” (Jn 4,48).
En realidad el creyente auténtico no exige señales extraordinarias, sino que sigue sencillamente a su
Señor y busca desinteresadamente su voluntad. Una constante de la tradición evangélica es que Jesús
nunca realizó un signo en ambiente de desafío, antes bien designó como “perversa y adúltera” (Mt
12,39) a la generación que se lo exigía.
El verdadero creyente deja a su Dios en total libertad; los tres jóvenes del libro de Daniel confesaron el
poder de su Dios para librarlos del fuego, pero añadiendo: “aunque no lo haga, no serviremos a ningún
otro Dios” (Dn 3,18).
No es, pues, característica de una fe madura la búsqueda de milagros; pero la oposición a ellos puede
ser signo de autosuficiencia, o quizá de haber sucumbido a un secularismo que considera a Dios
totalmente ausente de la historia u olvida que el mundo es criatura de Dios y no a la inversa.
En el evangelio de hoy los discípulos reconocen la propia limitación e inconsistencia; se sienten
impotentes ante algo que los supera, pero cuentan con que “Jesús es el Señor”, con un señorío que no
puede quedar limitado por fuerzas incontrolables y salvajemente destructoras. Indudablemente tenemos
una narración adornada desde muchas escenas veterotetamentarias: Yahvé cabalga sobre el océano,
puso un límite al mar y éste no lo traspasará, domesticó al monstruo marino Leviatán,… Con esas
imágenes como trasfondo la tradición evangélica expresó su fe en la divinidad de Jesús; también él,
como el Yahvé soberano en que siempre creyeron, puede increpar al mar y crear calma. Pero la fe de
los discípulos no llegó hasta dejarle en plena libertad para que actuase como y cuando quisiera. “¿Por
qué teméis?”
Desde esta fe en el Dios soberano y libre, acucian numerosas preguntas al hombre moderno. Ya no es
preciso seguir mirando hacia Auschwitz; nos basta con Haití o con las devastadoras inundaciones de
Australia. ¿Es que Jesús, Señor omnipotente del mundo y de la historia, ha estado dormido? No nos
basta una respuesta facilona que ha corrido en forma de pps: primero echamos a Dios de nuestro
mundo y luego nos quejamos de que no está. Él, bueno y poderoso, está muy por encima de nuestras
incoherencias. Quizá lo más adecuado sea nuestra admiración de creyentes que no abarcamos el
misterio y tenemos seguir preguntándonos “quién es Éste”.
Vuestro hermano
Severiano Blanco cmf
Severiano Blanco cmf