APERTURA DEL XLVII CONGRESO EUCARÍSTICO INTERNACIONAL
VÍSPERAS SOLEMNES DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD
HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
Domingo 18 de junio de 2000
1. "Un solo Cuerpo y un solo Espíritu, como una es la esperanza a que habéis
sido llamados" ( Ef 4, 4).
¡Un solo cuerpo! En estas palabras del apóstol san Pablo se concentra esta tarde
de modo particular nuestra atención, durante estas Vísperas solemnes, con las
que inauguramos el Congreso eucarístico internacional. Un solo cuerpo: nuestro
pensamiento va, ante todo, al Cuerpo de Cristo, ¡Pan de vida!
Jesús, que nació hace dos mil años de María Virgen, quiso dejarnos durante la
última Cena su cuerpo y su sangre, inmolados por toda la humanidad. En torno a
la Eucaristía, sacramento de su amor a nosotros, se reúne la Iglesia, su Cuerpo
místico. Cristo y la Iglesia, un solo cuerpo, un único y gran misterio . Mysterium
fidei!
2. Ave, verum corpus, natum de Maria Virgine! ¡Salve, verdadero cuerpo de
Cristo, nacido de María Virgen! Nacido en la plenitud de los tiempos, nacido de
mujer, nacido bajo la ley (cf . Ga 4, 4).
En el corazón del gran jubileo y al comienzo de esta semana dedicada al
Congreso eucarístico, volvemos a aquel acontecimiento histórico que marcó el
pleno cumplimiento de nuestra salvación. Nos arrodillamos como los pastores
ante la cuna de Belén; como los magos que llegaron de Oriente, adoramos a
Cristo, Salvador del mundo. Como el anciano Simeón, lo estrechamos entre los
brazos, bendiciendo a Dios porque nuestros ojos han visto la salvación que ha
preparado ante todos los pueblos: luz para iluminar a los gentiles y gloria del
pueblo de Israel (cf. Lc 2, 30-32).
Recorremos las etapas de su existencia terrena hasta el Calvario, hasta la gloria
de su resurrección. Durante los próximos días, iremos espiritualmente sobre
todo al Cenáculo para volver a meditar en cuanto Jesucristo hizo y sufrió por
nosotros.
3. "In supremae nocte cenae... se dat suis manibus" . Durante la última cena,
celebrando la Pascua con sus discípulos, Cristo se entregó a sí mismo por
nosotros. Sí, la Iglesia, convocada para el Congreso eucarístico internacional,
vuelve durante estos días al Cenáculo y permanece allí en adoración. Revive el
gran misterio de la Encarnación, fijando su mirada en el sacramento en que
Cristo nos dejó el memorial de su pasión: "Esto es mi cuerpo que es entregado
por vosotros. (...) Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre, que es derramada
por vosotros" ( Lc 22, 19-20).
Ave, verum corpus... vere passum, immolatum!
Te adoramos, verdadero Cuerpo de Cristo, presente en el Sacramento de la
nueva y eterna Alianza, memorial vivo del sacrificio redentor. ¡Tú, Señor, eres el
Pan vivo bajado del cielo, que da vida al hombre! En la cruz diste tu carne para
la vida del mundo (cf. Jn 6, 51): in cruce pro homine!
Ante un misterio tan sublime la mente humana queda desconcertada. Pero,
confortada por la gracia divina, se atreve a repetir con fe: Adoro te devote,
latens Deitas, quae sub his figuris vere latitas. Te adoro, oh Dios escondido, que
bajo las sagradas especies te ocultas realmente.
4. "Un solo Cuerpo y un solo Espíritu, como una es la esperanza a que habéis
sido llamados" ( Ef 4, 4).
En estas palabras, que acabamos de escuchar, el apóstol san Pablo habla de la
Iglesia, comunidad de los creyentes congregados en la unidad de un solo cuerpo,
animados por el mismo Espíritu y sostenidos por la participación en la misma
esperanza. San Pablo piensa en la realidad del Cuerpo místico de Cristo, que en
su Cuerpo eucarístico encuentra el propio centro vital, del que fluye la energía
de la gracia hacia cada uno de sus miembros.
El Apóstol afirma: "El pan que partimos ¿no es comunión con el cuerpo de
Cristo? Porque, aun siendo muchos, somos un solo pan y un solo cuerpo"
( 1 Co 10, 16-17). Así, todos los bautizados nos convertimos en miembros de ese
cuerpo y, por consiguiente, en miembros unos de otros (cf. 1 Co 12, 27; Rm 12,
5). Con íntimo reconocimiento, demos gracias a Dios, que ha hecho de la
Eucaristía el sacramento de nuestra plena comunión con él y con nuestros
hermanos.
5. Esta tarde, con las Vísperas solemnes de la Santísima Trinidad, comenzamos
una semana singularmente densa, durante la cual se reunirán en torno a la
Eucaristía obispos y sacerdotes, religiosos y laicos de todas partes del mundo.
Será una extraordinaria experiencia de fe y un testimonio elocuente de
comunión eclesial.
Os saludo a vosotros, queridos hermanos y hermanas que participáis en este
acontecimiento jubilar, que se puede considerar el corazón de todo el Año santo.
Mi saludo se dirige, en particular, a los fieles de la diócesis de Roma, nuestra
diócesis, que, bajo la guía del señor cardenal vicario y de los obispos auxiliares,
y con la colaboración del clero, de los religiosos y las religiosas, así como de
tantos laicos generosos, ha preparado en sus diversos aspectos este Congreso
eucarístico. La diócesis de Roma se dispone a asegurar su desarrollo ordenado
en los próximos días, consciente del honor que tiene al acoger este
acontecimiento central del gran jubileo.
También deseo dirigir un saludo especial a las numerosas Hermandades,
reunidas en Roma para un significativo "camino de fraternidad". Su presencia,
más sugestiva aún por sus artísticas cruces y notables imágenes sagradas
transportadas hasta aquí en majestuosas andas, es un marco digno de la
celebración eucarística para la que nos hemos congregado aquí.
En esta plaza confluyen la mente y el corazón de numerosos fieles del mundo
entero. Invito a los creyentes y a las comunidades eclesiales de todos los
rincones de la tierra a compartir con nosotros estos momentos de profunda
espiritualidad eucarística. Pido especialmente a los niños y a los enfermos, así
como a las comunidades contemplativas, que ofrezcan su oración por la feliz y
fructuosa realización de este encuentro eucarístico mundial.
6. El Congreso eucarístico nos invita a renovar nuestra fe en la presencia real de
Cristo en el sacramento del altar: Ave, verum corpus!
Al mismo tiempo, nos dirige una apremiante exhortación a la reconciliación y a
la unidad de todos los creyentes: "Un solo cuerpo... una sola fe... un solo
bautismo". Por desgracia, divisiones y contrastes desgarran aún el cuerpo de
Cristo e impiden a los cristianos de diversas confesiones compartir el único Pan
eucarístico. Por eso, invoquemos unidos la fuerza sanante de la misericordia
divina, sobreabundante en este año jubilar.
Y tú, oh Cristo, única Cabeza y Salvador, atrae hacia ti a todos tus miembros.
Únelos y transfórmalos con tu amor, para que la Iglesia resplandezca con la
belleza sobrenatural que brilla en los santos de todas las épocas y naciones, en
los mártires, en los confesores, en las vírgenes y en los innumerables testigos
del Evangelio.
O Iesu dulcis, o Iesu pie, o Iesu, fili Mariae!
Amén.