IV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Caben las Bienaventuranzas en la época de la globalización?
Acostumbrados a un mundo donde se da la pobreza más escandalosa y la
opulencia de los ricos y los poderosos, estamos tentados de pensar que las cosas
fueron planeadas así, que hubo seres creados para tener, para disfrutar y para
derrochar, y que hubo otros que se quedaron sin cosa alguna, en la pobreza,
pero que si aguantan su situación sin quejarse, recibirán un premio, una gran
recompensa en la otra vida. En todo esto, Dios sería el distribuidor, el que en
fondo generaría la injusticia, la división entre los hombres y quien al final
decidiría cambiar la situación de los hombres, los que no tuvieron, para que
disfrutaran y los que tuvieron, y gozaron y derrocharon, pues a lo mejor les iba
mal… sin embargo, hoy sabemos que esa situación no es obra de Dios ni de
Cristo, que no viene a predicar la resignación, que no viene a darle una
palmadita a los pobres de este mundo pidiéndoles que aguanten un poquito
más, que se aprieten el cinturón como dicen los políticos siempre que suben los
impuestos o los suministros, y que los que tienen, que sean caritativos con los
pobres, dándoles desde arriba, para hacer un poquito más llevadera su carga,
mientras se sigue escondiendo la situación de injusticia, que hace que unos
individuos y unas cuantas naciones, gocen, disfruten y derrochen a su antojo los
bienes materiales de otras muchas naciones que no pueden industrializar los
productos de que les ha dotado la naturaleza, y los oprimen con cargas
impositivas que hacen inhumana su situación.
Dios no quiere la pobreza, no es su autor y no se identifica con los ricos, más
bien, hace objeto de su amor, de su cariño y de su cercanía, a los pobres, a los
que sufren, a los que lloran y a los que son tratados injustamente. Eso refleja
Cristo precisamente en lo que hemos llamado el Sermón de la Montaña, el de las
Bienaventuranzas, que fue pronunciado precisamente en lo alto, en un monte,
no en un recinto cerrado, sino a los cuatro vientos, para que se vea que su modo
de pensar no es el mismo de los que oprimen, de los que no se cansan de
adquirir más y más, de los que se muestran insaciables de los bienes de este
mundo y que tratan de sacarle el máximo jugo posible a los placeres, trátese de
alimentos, de bebidas, de sexo, de perfumes, de belleza y del disfrute de
mansiones, cuantas bancarias y situaciones en la bolsa. Por supuesto que el
mensaje de Cristo no es bien visto, quizá ni siquiera por los mismos cristianos,
que nos sentamos codo con codo en la celebración eucarística dominical,
conviviendo los explotadores con los explotados, sin que nadie mueva un solo
dedo para cambiar la situación de los oprimidos, de los vejados, de los
desposeídos, y que acallan su conciencia dejando unas cuantas monedas en el
platillo de la Iglesia. Con otro espíritu tendremos este día que volver a oír las
Bienaventuranzas de Cristo, que son la más preciada joya de su mensaje y que
nos invita tomar conciencia de nuestras obligaciones religiosas pero divorciadas
de la vida, que en el fondo no cuestan, no obligan y nos llevan a seguir viviendo
en la injusticia o en la más profunda de las indiferencias. Hoy tendremos
oportunidad de escuchar a Cristo que nos dice: “Dichosos, bienaventurados,
felices los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos”. Es la
invitación de Jesús a hacerse pobres, pero no para vivir en la pobreza, sino para
ser solidarios con los que nada pueden y levantarlos hasta una condición digna
de hijos de Dios. Y la promesa aparejada, oigámoslo bien, no es una promesa a
largo plazo, una promesa para la otra vida, sino que desde ya, podremos tener a
Dios como Rey, como guía, como protector, como padre, como amigo y como
salvador. Esto mismo dice la octava de las bienaventuranzas: “Dichosos los
perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los cielos”. Y
de esa forma, vayamos descubriendo las ricas promesas para los que usan de
misericordia, para los limpios de corazón y para los que trabajan a favor de la
justicia.
El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera tus comentarios en
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