JUBILEO DE LAS FAMILIAS
HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
Domingo 15 de octubre de 2000
1. "Nos bendiga el Señor, fuente de la vida". Amadísimos hermanos y hermanas,
esta invocación, que hemos repetido en el Salmo responsorial, sintetiza muy
bien la oración diaria de toda familia cristiana, y hoy, en esta celebración
eucarística jubilar, expresa eficazmente el sentido de nuestro encuentro.
Habéis venido aquí no sólo como individuos , sino también como familias . Habéis
llegado a Roma desde todas las partes del mundo, con la profunda convicción de
que la familia es un gran don de Dios, un don originario, marcado por su
bendición.
En efecto, así es. Desde los albores de la creación, sobre la familia se posó la
mirada y la bendición de Dios. Dios creó al hombre y a la mujer a su imagen,
y les dio una tarea específica para el desarrollo de la familia humana: "Los
bendijo y les dijo: Creced, multiplicaos y llenad la tierra" ( Gn 1, 28).
Vuestro jubileo, amadísimas familias, es un canto de alabanza por esta bendición
originaria. Descendió sobre vosotros, esposos cristianos, cuando, al celebrar
vuestro matrimonio, os prometisteis amor eterno delante de Dios. La recibirán
hoy las ocho parejas de diferentes partes del mundo, que han venido a celebrar
su matrimonio en el solemne marco de este rito jubilar.
Sí, que os bendiga el Señor, fuente de la vida . Abríos al flujo siempre nuevo de
esta bendición, que encierra una fuerza creadora, regeneradora, capaz de
eliminar todo cansancio y asegurar lozanía perenne a vuestro don.
2. Esta bendición originaria va unida a un designio preciso de Dios, que su
palabra nos acaba de recordar: "No está bien que el hombre esté solo; voy a
hacerle alguien como él que le ayude" ( Gn 2, 18). Así es como el autor sagrado
presenta en el libro del Génesis la exigencia fundamental en la que se basa tanto
la unión conyugal de un hombre y una mujer como la vida de la familia que nace
de ella. Se trata de una exigencia de comunión . El ser humano no fue creado
para la soledad; en su misma naturaleza espiritual lleva arraigada una vocación
relacional. En virtud de esta vocación, crece en la medida en que entra en
relación con los demás, encontrándose plenamente "en la entrega sincera de sí
mismo" ( Gaudium et spes , 24).
Al ser humano no le bastan relaciones simplemente funcionales .
Necesita relaciones interpersonales , llenas de interioridad, gratuidad y espíritu
de oblación. Entre estas, es fundamental la que se realiza en la familia: no sólo
en las relaciones entre los esposos, sino también entre ellos y sus hijos. Toda la
gran red de las relaciones humanas nace y se regenera continuamente a partir
de la relación con la cual un hombre y una mujer se reconocen hechos el uno
para el otro, y deciden unir sus existencias en un único proyecto de vida: "Por
eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer y
serán los dos una sola carne" ( Gn 2, 24).
3. ¡Una sola carne! ¡Cómo no captar la fuerza de esta expresión! El término
bíblico "carne" no evoca sólo el aspecto físico del hombre, sino también su
identidad global de espíritu y cuerpo . Lo que los esposos realizan no es
únicamente un encuentro corporal; es, además, una verdadera unidad de sus
personas. Se trata de una unidad tan profunda que, de alguna manera, los
convierte en un reflejo del "Nosotros" de las tres Personas divinas en la historia
(cf. Carta a las familias , 8).
Así se comprende el gran reto que plantea el debate de Jesús con los fariseos en
el evangelio de san Marcos, que acabamos de proclamar. Para los interlocutores
de Jesús, se trataba de un problema de interpretación de la ley mosaica, que
permitía el repudio, provocando debates sobre las razones que podían
legitimarlo. Jesús supera totalmente esa visión legalista, yendo al núcleo del
designio de Dios . En la norma mosaica ve una concesión a la sklhrokard|a, a la
"dureza del corazón". Pero Jesús no se resigna a esa dureza. ¿Y cómo podría
hacerlo él, que vino precisamente para eliminarla y ofrecer al hombre, con la
redención, la fuerza necesaria para vencer las resistencias debidas al pecado?
Jesús no tiene miedo de volver a recordar el designio originario: "Al principio de
la creación Dios los creó hombre y mujer" ( Mc 10, 6).
4. ¡ Al principio ! Sólo él, Jesús, conoce al Padre "desde el principio", y conoce
también al hombre "desde el principio". Él es, a la vez, el revelador del Padre y
el revelador del hombre al hombre (cf. Gaudium et spes , 22). Por eso, siguiendo
sus huellas, la Iglesia tiene la tarea de testimoniar en la historia este designio
originario, manifestando que es verdad y que es practicable.
Al hacerlo, la Iglesia no desconoce las dificultades y los dramas que la
experiencia histórica concreta registra en la vida de las familias. Pero también
sabe que la voluntad de Dios, acogida y realizada con todo el corazón, no es una
cadena que esclaviza, sino la condición de una libertad verdadera que tiene su
plenitud en el amor . Asimismo, la Iglesia sabe -y la experiencia diaria se lo
confirma- que cuando este designio originario se oscurece en las conciencias, la
sociedad sufre un daño incalculable.
Ciertamente, existen dificultades. Pero Jesús ha proporcionado a los esposos los
medios de gracia adecuados para superarlas. Por voluntad suya, el matrimonio
ha adquirido, en los bautizados, el valor y la fuerza de un signo sacramental ,
que consolida sus características y sus prerrogativas. En efecto, en el
matrimonio sacramental los esposos, como harán dentro de poco las parejas
jóvenes cuya boda bendeciré, se comprometen a manifestarse mutuamente y a
testimoniar al mundo el amor fuerte e indisoluble con el que Cristo ama a la
Iglesia . Se trata del "gran misterio", como lo llama el apóstol san Pablo (cf. Ef 5,
32).
5. "Os bendiga Dios, fuente de la vida". La bendición de Dios no sólo es el
origen de la comunión conyugal, sino también de la apertura responsable y
generosa a la vida . Los hijos son en verdad la "primavera de la familia y de la
sociedad", como reza el lema de vuestro jubileo. El matrimonio florece en los
hijos: ellos coronan la comunión total de vida ( "totius vitae
consortium" : Código de derecho canónico , c. 1055, 1), que convierte a los
esposos en "una sola carne"; y esto vale tanto para los hijos nacidos de
la relación natural entre los cónyuges, como para los queridos mediante
la adopción . Los hijos no son un "accesorio" en el proyecto de una vida
conyugal. No son "algo opcional", sino "el don más excelente" ( Gaudium et spes ,
50), inscrito en la estructura misma de la unión conyugal.
La Iglesia, como se sabe, enseña la ética del respeto a esta institución
fundamental en su significado al mismo tiempo unitivo y procreador. De este
modo, expresa el acatamiento que debe dar al designio de Dios, delineando un
cuadro de relaciones entre los esposos basadas en la aceptación recíproca sin
reservas. De este modo se respeta, sobre todo, el derecho de los hijos a nacer y
crecer en un ambiente de amor plenamente humano. Conformándose a la
palabra de Dios, la familia se transforma así en laboratorio de humanización y de
verdadera solidaridad.
6. A esta tarea están llamados los padres y los hijos, pero, como ya escribí en
1994, con ocasión del Año de la familia, " el "nosotros" de los padres, marido y
mujer, se desarrolla, por medio de la generación y de la educación, en el
"nosotros" de la familia, que deriva de las generaciones precedentes y se abre a
una gradual expansión" ( Carta a las familias , 16). Cuando se respetan las
funciones, logrando que la relación entre los esposos y la relación entre los
padres y los hijos se desarrollen de manera armoniosa y serena, es natural que
para la familia adquieran significado e importancia también los demás parientes ,
como los abuelos, los tíos y los primos. A menudo, en estas relaciones fundadas
en el afecto sincero y en la ayuda mutua, la familia desempeña un papel
realmente insustituible, para que las personas que se encuentran en dificultad,
los solteros, las viudas y los viudos, y los huérfanos encuentren un ambiente
agradable y acogedor. La familia no puede encerrarse en sí misma . La relación
afectuosa con los parientes es el primer ámbito de esta apertura necesaria, que
proyecta a la familia hacia la sociedad entera.
7. Así pues, queridas familias cristianas, acoged con confianza la gracia jubilar ,
que Dios derrama abundantemente en esta Eucaristía. Acogedla tomando como
modelo a la familia de Nazaret que, aunque fue llamada a una misión
incomparable, recorrió vuestro mismo camino , entre alegrías y dolores, entre
oración y trabajo, entre esperanzas y pruebas angustiosas, siempre arraigada en
la adhesión a la voluntad de Dios. Ojalá que vuestras familias sean cada vez más
verdaderas "iglesias domésticas", desde las cuales se eleve a diario la alabanza
a Dios y se irradie a la sociedad un flujo de amor benéfico y regenerador.
"¡Nos bendiga el Señor, fuente de vida!". Que este jubileo de las familias
constituya para todos los que lo estáis viviendo un gran momento de gracia. Que
sea también para la sociedad una invitación a reflexionar en el significado y en el
valor de este gran don que es la familia, formada según el corazón de Dios.
Que la Virgen María, "Reina de la familia", os acompañe siempre con su mano
materna.