IV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO A.
DESDE DONDE JESÚS PREDICÓ LAS BIENAVENTURANZAS
Padre Pedrojosé Ynaraja
Os escribo este mensaje-homilía desde el lugar más bajo del mundo, el llamado
Mar Muerto o, en lenguaje bíblico, Mar de la Sal, no mucho después de haber
presidido la concelebración eucarística, en el paraje donde Jesús predico las
bienaventuranzas. Deberé ser telegráfico por razones obvias. Para empezar,
quisiera advertiros, que el evangelista no es un taquígrafo que nos trasmita el texto
exacto, el que en la misa se ha proclamado. Si fuera así, el Señor se hubiera
reducido a redactar cortos telegramas. Lo que hace Mateo es recoger las ideas de
Jesús, unos apuntes resúmenes, de la doctrina predicada en diferentes ocasiones y
por distintos puntos de la baja Galilea. Hoy en día esto se recuerda en el centro de
esta comarca, donde os he dicho que nos hemos reunido. Así que cada uno de los
enunciados escuchados, deberemos reelaborarlos cada uno de nosotros, no sin
antes pedir a Dios que guíe nuestra reflexión.
Me gustaría que os dierais cuenta de que la belleza del texto, no significa que sea
fácil vivir según su contenido doctrinal. De alguna manera, podríamos decir que en
los últimos tramos de la carrera de la Salvación, empezada en el mismo inicio de la
humanidad, lo que conocemos como relato del Paraíso: sentencia y promesa. Que
se hace más explícita en Siquem, cuando Dios habla a Abraham y le confía sus
promesas. Llegado el sprint de acelerado y exigente contenido que representa la
predicación y testimonio de Juan el Bautista, Jesús toma el testigo y acelera el
ritmo.
Las bienaventuranzas, por bonitas que sean, son mensajes de exigencia de
conversión personal. Una parte de la humanidad estamos sumergidos en un
ambiente injusto. Un mundo capitalista o post comunista, que llega a nosotros
como aburguesamiento. Es tan sutil su influencia que ni nos damos cuenta de ello y
en nuestro obrar cotidiano, en nuestras ocupaciones, en nuestros gastos
consumistas, nos olvidamos de que debe obedecer nuestro obrar a criterios
cristianos, y que con frecuencia, el proceder de nuestro entorno y sus costumbres,
no coinciden con los preceptos y enseanzas del Maestro. Tan “mojados” estamos
en ello, que ni nos damos cuenta. Por ejemplo, la primera y más conocida: la
referente a la pobreza. Por una parte estamos convencidos de que es un mal del
Tercer Mundo, que debemos extirpar. Por otra, al mirarnos a nosotros mismos,
siempre vemos los muchos ricos que nos superan y nos sentimos tranquilos. Y se
da también la paradoja de que gente muy seria, se reúne a discutir como debe
arreglarse la corrupción de los dominantes, mientras sacia su sed, no con agua del
grifo, que es lo que su organismo reclama, sino con un refresco foráneo que cuesta
el equivalente a lo que precisa un chiquillo que acude al colegio andando largas
distancias, y alimentándose una sola vez al día.
Pero ¿qué pensaríamos si leyéramos austeridad, que, me parece a mí, equivalente
a lo que el texto llama, pobres de espíritu?
--¿Y si se trata de los que lloran? ¿Qué pensar de nuestros cambios de ropa, de
teléfono, de MP3 o MP4, de los que nos sentimos tan ufanos, mientras tantos
carecen de dinero para comprar un simple calmante y ni siquiera pueden acudir a
un médico?
--¿Y si en vez de decir sexy , llamáramos provocativo, nos podríamos incluir
entre los “limpios de corazn, esperando seguros ver a Dios?
Me es difícil continuar, solo os aseguro que esta mañana, al celebrar misa en el
monte Tabor, el de la Transfiguración, he pedido por vosotros, mis queridos
jóvenes lectores, he rogado que os transformaseis, que vuestra vida fuera poco a
poco, asemejándose al programa de Jesús. Me parece que fue Rabindranath Tagore
el que ilusionado por el texto evangélico proclamado en la misa de hoy, quiso
conocer el mundo cristiano y vino a Europa. Su gran decepción fue constatar que el
viejo continente, no era testimonio de las bienaventuranzas. ¿Cómo se hubiera
transfigurado su sublime mística, si hubiera recibido el injerto de la Gracia?
Padre Pedrojosé Ynaraja