V Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Pautas para la homilía
Ha comenzado la misión de Jesús. Ha reclutado discípulos, ha curado enfermedades
y dolencias. La gente se agolpa a su alrededor, ha encontrado el filón para su
felicidad. Pero la felicidad no está allí donde todos imaginamos, las cosas no son
como nosotros las apreciamos. Jesús lo ha estado explicando a lo largo de todo el
sermón, la felicidad no está en la liberación de todo los males, en la ausencia de
dificultades, en la riqueza sino en la posesión de la bondad.
Jesús con su mensaje ha vuelto nuestros criterios del revés. Sus criterios no
coinciden con los nuestros. Acomodarnos a la mentalidad de Jesús supone dejar
todo lo que estimamos nuestro pero el resultado será recuperar el verdadero perfil
humano, lo que realmente es nuestro y que hemos ahogado bajo las capas de
egoísmo, apariencia, vanidad, poder, con todo aquello que consideramos valores y
que no son más que el disfraz, la careta que oculta nuestro auténtico ser. Ese ser
que vemos representado en Jesús y cuyos rasgos él ha ido delineando a través de
las bienaventuranzas.
No basta con sentirse seducido por Jesús. Seguirlo comporta un cambio radical de
mentalidad y vida. Jesús ha expuesto su programa y su exigencia. Ser discípulo de
Jesús no queda en la propia satisfacción y complacencia, ha de trascender hacia los
demás. El discípulo ha de ser misericordioso, ha de llorar con los que lloran, ha de
buscar la justicia, ha de ser limpio de corazón.
La misión y el sentido que ofrece Jesús están simbolizados por dos elementos
cotidianos: la sal y la luz. Un simbolismo que no es pura fantasía ni un
convencionalismo más. Dos elementos sencillos, humildes pero imprescindibles.
Dos elementos que se hacen notables cuando faltan, que “brillan por su ausencia”.
“Vosotros sois la sal de la tierra”
La sal no vale para sí misma. No tiene belleza ni ostentación, pasa desapercibida
pero es el elemento culinario más imprescindible.
No busca protagonismo ni poder. El poder, como la falta de sal corrompe. La sal
tiene la cualidad de conservar, de preservar, por ella los alimentos más vulnerables
se vuelven imperecederos. Algo aplicable a los cristianos a nuestras comunidades, a
la iglesia. Cuando funcionan, cuando son sal, pasan casi inadvertidas, pero pasan,
sin hacer ruido, haciendo el bien.
La sal conserva y purifica. Ser sal como nos pide Jesús es purificar en nuestro
corazón y en nuestras iglesias aquello que no permite reconocernos como
comunidad de Jesús.
No ha de turbarnos la cantidad, el número de cristianos, de religiosos sino la
calidad. Una pizca de sal es suficiente para dar sabor y ennoblecer el guiso.
Pero también está el lado negativo. Jesús exige a sus discípulos ser sal. Sois sal,
pero cuidado porque si la sal se desvirtúa ¿Con qué se la salará? Como inservible se
tira al camino para que la pisen las gentes.
Un tema a reflexionar. Es fácil deslizarnos por la pendiente de los “valores” que nos
presenta la sociedad y que mirados con los ojos de Jesús resultan ser un
contravalor.
 
“Vosotros sois la luz del mundo”
Es la otra metáfora. Sin luz “andamos en sombras de muerte”. La luz ilumina las
tinieblas, su simbolismo representa la verdad.
Ser luz, ser verdad, anunciar la verdad, vivir la verdad. Y la luz y la verdad no son
para uno mismo. Hay que alumbrar a todos los de la casa, a los de cerca pero
también al mundo.
El sentido de la luz es iluminar, ahogada debajo del celemín resulta tan inservible
como la sal desvirtuada. El seguidor de Jesús lo es para los otros. La vocación del
cristiano no es la del escondite, la del respeto humano y el complejo de inferioridad.
Tampoco se esconde la ciudad construida sobre la cima del monte. La presencia del
cristiano ha de ser transparente, como la de aquel que no tiene nada que ocultar y
sí mucho que mostrar.
El cristiano ha de cuidar de no ostentar su propia luz, con ello ahogaría la auténtica.
Nuestra luz, nuestro ser luz ha de ser manifestar la de Cristo.
En el evangelio de san Juan encontramos a Jesús identificado con la luz “Yo soy la
luz del mundo”. Aquí en el evangelio de Mateo Jesús nos está invitando a
identificarnos con él. “También vosotros sois la luz”.
.Así como la luz brilla, han de brillar vuestras buenas obras. No se trata de
idealización fatua. Las obras corroboran “por sus frutos los conoceréis” nos dirá en
otra ocasión. Obras que se ven y escuchan, no teorías vacías de contenido, de
confrontación con la realidad.
Ser luz, ser la luz de Cristo que alumbra siempre, no en alguna ocasión. El seguidor
de Jesús está al servicio. Su misión iluminar, dar sentido, el sentido de Jesús a todo
hombre.
En el Evangelio de hoy comprobamos que no hay dicotomía entre el ser y el hacer.
Jesús nos dice sois sal y sois luz, “alumbre vuestra luz a los hombres para que vean
vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo”.
Sor Aurea Sanjuán Miró O.P.
Monasterio de la Consolación. Xátiva (Valencia)
(con permiso de dominicos.org)