IV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Introduccion a la Palabra
Termina la lectura de la carta a los Hebreos con una larga exhortación. Se parte del
recuerdo de los que vivieron con fe grandes tribulaciones. Ese recuerdo debe ser
estímulo para mantener la constancia en las actuales circunstancias difíciles de la
comunidad creyente, no viendo en el sufrimiento un castigo merecido, sino una
ocasión de la que Dios se sirve para aquilatar nuestra fidelidad a sus designios. La
conducta de los que creen en él debe expresarse, por un lado, en el amor fraterno
que conduce a vivir en paz con todos, y, por otro, en la relación íntima con él, que
se nos revela en Jesucristo mucho más cercano que en la antigua alianza. Dicho en
el lenguaje sacerdotal propio de esta carta: unidos a Cristo, nuestro único
mediador, hemos de ofrecer a Dios un “sacrificio de alabanza”, que consiste en
alabar su nombre, es decir, en confesar que es misericordioso y fiel y, a la vez, en
entregarnos al servicio de nuestros hermanos, como hizo Jesús. Su mediación es
nuestra garantía: “Él realizará en nosotros lo que es de su agrado por medio de
Jesucristo; a él la gloria por los siglos de los siglos. Amén”.
San Juan Bosco nos ofrece esta semana un ejemplo de amor y entrega sin reservas
a los jóvenes, que transmitió a la Congregación Salesiana fundada por él. La
memoria de santa Águeda es una nueva ocasión de admirar a otra de las grandes
mártires de la Iglesia antigua incluidas en la Plegaria eucarística de la misa;
reconocemos en ellas, una vez más, la importancia de las mujeres en la comunidad
cristiana, no sólo al dar ese testimonio supremo de fe, sino también cuando ejercen
otras diversas funciones en el seno de la familia y de la sociedad.
Y la fiesta de la Presentación del Señor nos recuerda la ofrenda que María y José
hicieron a Dios de su Hijo recién nacido; con este motivo se celebra el Día de la
Vida consagrada, dando gracias por este don de Dios a su Iglesia, promoviendo en
el pueblo cristiano el conocimiento y la estima por esta forma de vida evangélica e
inculcando en las mismas personas consagradas el deseo de profundizar en su
vocación específica al servicio del reino de Dios en la tierra.
Fray Emilio García Álvarez
Convento de Santo Domingo. Caleruega (Burgos)
Dominicos.org (con permiso)