V DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO A.
SAL Y SOPORTES
Padre Pedrojosé Ynaraja
Empezaré por lo anecdótico. Vaya por delante que mis conocimientos químicos son
escasos. Los autores dicen que la sal doméstica del Israel bíblico, procedía
exclusivamente del Mar Muerto. No me preocupaba a mí la selección de los
diferentes minerales que en ella están disueltos y que cristalizan en sus orillas. En
Cardona, a simple vista, ve uno los diferentes estratos de silvina, carnalita y sal
gema. Separarlos no debe ser difícil problema. Me intrigaba que Jesús dijese que si
la sal se vuelve insípida, se vuelve inútil e irrecuperable. Pensaba yo: la sal es
cloruro sódico. Para que se rompa la molécula, se precisa la acción de un agente
más potente que el clorhídrico y en aquel tiempo, ni el sulfúrico, ni el nítrico
existían. Preguntando a personas competentes, me encontré a un importante
ingeniero especializado en salinas, versado en la Biblia, que había escrito un
interesante ensayo sobre esta cuestión. Me enteré por él que, en aquel tiempo, a
los granos de sal, los compactaban con arcilla, formando unos bloques que
facilitaban su trasporte. Pero la sal absorbe la humedad y se convierte en un líquido
molesto. Muchos hemos pasado por la experiencia de dejar en un delicado mueble
un bello cristal de sal y comprobar, al cabo de un tiempo, que había desaparecido y
quedaba en la superficie, un charquito que dañaba el barniz. Pues imaginaos ahora
al poseedor de una briqueta como la que describía, que un día la hubiera
abandonado en un rincón y más tarde se la encontraría como un bloque de su
mismo volumen, pero carente del cloruro sódico, compuesto solo de insípido barro.
Aquel ladrillo le fastidiaría y lo tiraría con rabia, defraudado.
Recibimos nosotros el día del bautismo y en los sucesivos sacramentos, el depósito
de la Fe, compactado en el variado interior del alma. Tal vez en nuestra vida hemos
olvidado el tesoro de la Gracia, ocupados en el disfrute de lo que nuestra sociedad
burguesa nos ofrece. Llega un día la prueba, llámesele enfermedad, muerte o
divorcio, por poner ejemplos. Se acuerda uno de lo que cree recibió en su infancia o
periodo escolar y se lo encuentra vacío. Aquella catequesis, aquellas misas bonitas
con guitarras, aquellas actividades de colaboradores aficionados a una atractiva
ONG, son oscuros recuerdos, que en nada le ayudan. La sal del Evangelio se ha
disuelto y ha dejado un fenomenal hueco en el alma.
Recibimos la Gracia, mis queridos jóvenes lectores, y tal vez la almacenamos fuera
de nosotros mismos. En un momento crucial, buscamos algo que nos sustente y
nos encontramos ignorantes, impotentes, carentes de lo que nos pueda dar vigor.
La Fe, como la sal hay que protegerla, la Fe como la sal, hay que utilizarla, de otro
modo la sal la lamen las ovejas y desaparece, la Gracia se oscurece e inutiliza.
Seamos, pues, personas responsables.
La Gracia es como una luz, dice el Señor, yo os diría, sin querer corregir al Maestro,
que es como una pila eléctrica, que si uno la abandona en un aparato que no
utiliza, corroe los contactos y lo estropea. Una pila es para utilizarla, de lo contrario
se deteriora. La Fe es para testimoniarla, de no hacerlo, perece. Quien la oculta y
se la reserva exclusivamente para sí, la pierde, quien de ella hace un uso
exclusivamente privado, sin comunicarla, se convierte en una molesta carga que a
la larga se abandona. Los jóvenes coptos, estos cristianos tan duramente
perseguidos estos días, se tatúan cerca de la muñeca una cruz, que les recuerda su
pertenencia a la Iglesia y su compromiso con ella.
Si la lámpara no se debe ocultar, la Fe tampoco. Quien cede su llama, no extingue
su candileja, al contrario, aumenta la iluminación de la estancia y se aprovechan
muchos, sin que por ello se desgaste más. Quien comunica su Fe, crece
espiritualmente. El texto habla de colocar la lámpara en el candelabro. La
traducción, pese a ser correcta, no es exacta. Existía en aquellos tiempos un
soporte expresamente hecho para cumplir la función de sustentar, hoy ya ha
desaparecido. He visto ejemplares en el Museo bíblico de la Flagelación, en
Jerusalén. No se utilizan ahora, como tampoco el candil o el quinqué, y de alguna
manera entendedora debían traducir la palabra que figuraba en el texto.
Los saleros tienen agujeritos que facilitan la salida de este condimento, si se
obturan para nada sirve el artilugio. Las velas poseen mechas que facilitan la
combustión de la columna de cera. Sed siempre, mis queridos jóvenes lectores,
conservantes espirituales para los demás e iluminadores de sus rutas. Que Dios lo
es de las vuestras, nunca lo olvidéis. Para mis pies antorcha es tu palabra, luz para
el sendero, dice el salmo 119, versículo 105.
Padre Pedrojosé Ynaraja