MISA DE BEATIFICACIÓN DE MADRE TERESA DE CALCUTA
HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
Domingo 19 de octubre de 2003
1. "El que quiera ser el primero, sea esclavo de todos" ( Mc 10, 44). Estas
palabras de Jesús a sus discípulos, que acaban de resonar en esta plaza, indican
cuál es el camino que conduce a la "grandeza" evangélica. Es el camino que
Cristo mismo recorrió hasta la cruz; un itinerario de amor y de servicio, que
invierte toda lógica humana. ¡Ser siervo de todos!
Por esta lógica se dejó guiar la madre Teresa de Calcuta, fundadora de los
Misioneros y de las Misioneras de la Caridad, a quien hoy tengo la alegría de
inscribir en el catálogo de los beatos. Estoy personalmente agradecido a esta
valiente mujer, que siempre he sentido junto a mí. Icono del buen
samaritano, iba por doquier para servir a Cristo en los más pobres de entre los
pobres. Ni siquiera los conflictos y las guerras lograban detenerla.
De vez en cuando, venía a hablarme de sus experiencias al servicio de los
valores evangélicos. Recuerdo, por ejemplo, sus intervenciones en favor de la
vida y en contra del aborto, también cuando le fue conferido el premio Nobel de
la paz (Oslo, 10 de diciembre de 1979). Solía decir: "Si oís que una mujer no
quiere tener a su hijo y desea abortar, tratad de convencerla de que me traiga a
ese niño. Yo lo amaré, viendo en él el signo del amor de Dios".
2. ¿No es acaso significativo que su beatificación tenga lugar precisamente en el
día en que la Iglesia celebra la Jornada mundial de las misiones? Con el
testimonio de su vida, madre Teresa recuerda a todos que la misión
evangelizadora de la Iglesia pasa a través de la caridad, alimentada con la
oración y la escucha de la palabra de Dios. Es emblemática de este estilo
misionero la imagen que muestra a la nueva beata mientras estrecha, con una
mano, la mano de un niño, y con la otra pasa las cuentas del rosario.
Contemplación y acción, evangelización y promoción humana: madre Teresa
proclama el Evangelio con su vida totalmente entregada a los pobres, pero, al
mismo tiempo, envuelta en la oración.
3. "El que quiera ser grande, sea vuestro servidor" (Mc 10, 43). Con particular
emoción recordamos hoy a madre Teresa, una gran servidora de los pobres, de
la Iglesia y de todo el mundo. Su vida es un testimonio de la dignidad y del
privilegio del servicio humilde. No sólo eligió ser la última, sino también la
servidora de los últimos. Como verdadera madre de los pobres, se inclinó hacia
todos los que sufrían diversas formas de pobreza. Su grandeza reside en su
habilidad para dar sin tener en cuenta el costo, dar "hasta que duela". Su vida
fue un amor radical y una proclamación audaz del Evangelio.
El grito de Jesús en la cruz, "tengo sed" ( Jn 19, 28), expresa que la profundidad
del anhelo de Dios por el hombre, penetró en el alma de madre Teresa y
encontró un terreno fértil en su corazón. Saciar la sed de amor y de almas de
Jesús en unión con María, la madre de Jesús, se convirtió en el único objetivo de
la existencia de la madre Teresa, y en la fuerza interior que la impulsaba y la
hacía superarse a sí misma e "ir deprisa" a través del mundo para trabajar por la
salvación y la santificación de los más pobres de entre los pobres.
4. "Os digo que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a
mí me lo hicisteis" ( Mt 25, 40). Este pasaje evangélico, tan fundamental para
comprender el servicio de la madre Teresa a los pobres, fue la base de su
convicción llena de fe de que al tocar los cuerpos quebrantados de los pobres,
estaba tocando el cuerpo de Cristo. A Jesús mismo, oculto bajo el rostro
doloroso del más pobre de entre los pobres, se dirigió su servicio. La madre
Teresa pone de relieve el significado más profundo del servicio: un acto de
amor hecho por los hambrientos, los sedientos, los forasteros, los desnudos, los
enfermos y los prisioneros (cf. Mt 25, 34-36), es un acto de amor hecho
a Jesús mismo.
Lo reconoció y lo sirvió con devoción incondicional, expresando la delicadeza de
su amor esponsal. Así, en la entrega total de sí misma a Dios y al prójimo, la
madre Teresa encontró su mayor realización y vivió las cualidades más nobles
de su feminidad. Buscó ser un signo del "amor, de la presencia y de la
compasión de Dios", y así recordar a todos el valor y la dignidad de cada hijo de
Dios, "creado para amar y ser amado". De este modo, la madre Teresa "llevó las
almas a Dios y Dios a las almas" y sació la sed de Cristo, especialmente de
aquellos más necesitados, aquellos cuya visión de Dios se había ofuscado a
causa del sufrimiento y del dolor.
5. "El Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su
vida en rescate de todos" ( Mc 10, 45). La madre Teresa compartió la pasión del
Crucificado, de modo especial durante largos años de "oscuridad interior". Fue
una prueba a veces desgarradora, aceptada como un "don y privilegio" singular.
En las horas más oscuras se aferraba con más tenacidad a la oración ante el
santísimo Sacramento. Esa dura prueba espiritual la llevó a identificarse cada
vez más con aquellos a quienes servía cada día, experimentando su pena y, a
veces, incluso su rechazo. Solía repetir que la mayor pobreza era la de ser
indeseados, la de no tener a nadie que te cuide.
6. "Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti".
Cuántas veces, como el salmista, también madre Teresa, en los momentos de
desolación interior, repitió a su Señor: "En ti, en ti espero, Dios mío".
Veneremos a esta pequeña mujer enamorada de Dios, humilde mensajera del
Evangelio e infatigable bienhechora de la humanidad. Honremos en ella a una de
las personalidades más relevantes de nuestra época. Acojamos su mensaje y
sigamos su ejemplo.
Virgen María, Reina de todos los santos, ayúdanos a ser mansos y humildes de
corazón como esta intrépida mensajera del amor. Ayúdanos a servir, con la
alegría y la sonrisa, a toda persona que encontremos. Ayúdanos a ser
misioneros de Cristo, nuestra paz y nuestra esperanza. Amén.