COMENTARIO A LA LITURGIA DEL DOMINGO
V Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Hemos llegado al quinto domingo del Tiempo Ordinario. Recuerdo que estamos en
el Ciclo de Lecturas Dominicales A, y la liturgia de la Palabra nos propone como
primera lectura el capítulo 58 del Profeta Isaías, el segundo capítulo de la Primera
Carta del Apóstol Pablo a los Corintios y la continuación del capítulo 5 del Evangelio
según san Mateo. El Salmo Responsorial es el 111: “El justo brilla en las tinieblas
como una luz”.
Si quisiéramos resumir la enseñanza de la palabra de este día, quedaría muy bien
la frase con la que respondemos al Salmo 111: “El justo brilla en las tinieblas”. Y la
enseñanza de esa frase la podemos concentrar aún más con una palabra:
testimonio. Entonces será el testimonio del justo, del creyente, del fiel, el que
iluminará sobre las tinieblas del pecado. San Pablo, en este trozo de su primera
carta a los Corintios, habla sobre su testimonio, les dice que ha estado entre ellos
no como el que sabe o como maestro, sino mostrando la fe que vive en Jesucristo,
el crucificado. De modo que su testimonio no es mostrar unas virtudes o unas
capacidades personales de elocuencia o de trabajo, sino que en su debilidad y
temor, en su humana presencia ha querido mostrar que vive y obra porque Cristo
está con él y le ha dado su Espíritu Santo. Entonces la esencia del testimonio es en
primer lugar vivir una experiencia profunda de comunión con Dios, con Jesús, y esa
misma experiencia le impulsa a actuar según los principios y palabras del Señor.
Creo que aquí tenemos un primer criterio para evaluar nuestro testimonio cristiano:
¿en verdad somos seguidores, discípulos que conocemos al Señor?
Continuando con los criterios para dar testimonio, y al final ser luz en medio de las
tinieblas que nos rodean, podemos decir que el segundo criterio lo encontramos en
la primera lectura, hoy tomada del capítulo 58 del Profeta Isaías. En él se dice:
“parte tu pan con el hambriento, hospeda a los pobres sin techo, viste al que va
desnudo y no te cierres a tu propia carne”. Palabras que se nos parecen tanto a las
que nos dice Jesús cuando le preguntan qué hay que hacer para ganarse el Reino
de Dios. Y más adelante el Profeta completa: “cuando destierres de ti la opresión, el
gesto amenazador y la maledicencia, cuando partas tu pan con el hambriento y
sacies el estómago del indigente, brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad se
volverá mediodía”. Como vemos, este criterio para dar testimonio, siguiendo el
esquema que nos hemos propuesto para esta reflexión, nos hace poner los pies en
la tierra ya que nos pide que como creyentes debemos tener un comportamiento en
el que se destaque el compartir, el respeto por los demás, el amor por el prójimo,
como lo diría Cristo. Una manera concreta de demostrar que tenemos a Jesús como
nuestro Señor es convertir en actitud de vida estos comportamientos de modo que
no los realicemos sólo en circunstancias particulares o extremas, sino que en
verdad formen parte de nuestro ser como cristianos que somos. De modo que,
uniendo los dos criterios, para dar testimonio es necesario, primero, tener una
fuerte experiencia de comunión y encuentro con el Señor y, segundo, un modo de
actuar donde el servicio a los demás, el servicio al prójimo, sea el elemento que nos
distinga y le muestre a los demás la fe que tenemos en Dios.
En el evangelio Jesús nos está diciendo que somos la luz del mundo. También nos
dice que somos sal de la tierra. Dos símbolos que nos deben indicar cómo tiene que
ser nuestra vivencia cristiana en la comunidad donde estamos. Como la sal, que se
usa en pequeñas cantidades y da gran sabor, nosotros tenemos que dar a la
sociedad ese gusto por las cosas de Dios, ese sabor de vivir según la palabra y los
mandatos de Dios. Y como la sal impregna todo el guiso o el alimento que
hacemos, así también nuestra fe debe impregnar el ambiente donde vivimos. Y si
ese ambiente es hostil, si en ese ambiente reina el pecado, entonces mantener
nuestra llama ardiente, nuestra antorcha encendida para que esa luz de la fe
ilumine esas tinieblas del pecado, las haga huir, y nos permita a nosotros dar un
mensaje de conversión para aquellos que se encuentran alejados. El mismo Señor,
con su Espíritu, nos dará la fuerza para dar testimonio de él en el mundo.
Finalizo esta reflexión de hoy, deseando que tu vida se llene de la luz de Cristo.
Que resplandezca en ti la gracia santificante del Señor. Para que se hagan realidad
en ti las palabras de Cristo: “Alumbre así tu luz a los hombres para que vean tus
buenas obras y den gloria al Padre que está en el cielo”.
Fuente: Radio vaticano. (con permiso)