Sexto Domingo del Tiempo Ordinario A 13 de Febrero de 2011
“Habéis oído que se dijo…. Pero yo os digo”
Hay una afirmación de Jesús que es clave para entender el Sermón de la
Montaa: “Os lo aseguro: si no sois mejores que os letrados y fariseos, no
entrareis en el Reino de los cielos”. Los letrados y fariseos eran observantes de
le Ley con un rigorismo exagerado. El fariseo, orando ante Dios, presenta una
hoja de servicio intachable porque todo lo cumple, y además con creces (cfr. Lc
18, 9-14). Pero no salió del templo justificado. El mero cumplimiento de una ley
no hace bueno al hombre.
Jesús afirma claramente que no tiene nada contra la Ley, que no viene a
derogarla. Más aún, la valora hasta el punto de que “no desaparecerá una sola
letra o un acento de la Ley antes que se realice todo”. Pero eso sí, la Ley no
puede quedarse en un mero cumplimiento externo generando, “un pueblo que se
me ha allegado con su boca, y me ha honrado con sus labios, mientras que su
corazn está lejos de mí” (Is 29, 13). Jesús viene a llevar a plenitud la Ley. La
fidelidad de los suyos ha de situarse muy por encima de la de los letrados y
fariseos. Es insuficiente el legalismo, que se contenta con guardar preceptos. El
discípulo ha de pasar al compromiso, tiene que ser sal de la tierra y luz en el
mundo, lo que supone un estilo de vida nuevo.
Para concretar y llevar a plenitud la ley se enumeran una serie de
contraposiciones entre lo que enseñan los letrados y fariseos y la corrección que
hace Jesús de donde deriva una conducta más exigente: el bien del hombre y la
creación de una sociedad nueva donde rigen las relaciones humanas propias del
amor mutuo. Jesús requiere la limpieza de corazón, la actitud interior de amar a
los demás y el trabajo por la paz, manifestación de esa actitud.
La Ley dice no matarás. Jesús plantea la exigencia desde otro punto de vista. No
basta abstenerse de la acción externa: la actitud interna, estar airado con el
hermano, merece ya el juicio. La mala actitud interior se manifiesta en el insulto,
en el desprecio, en excluir al otro del propio trato. Se requiere la disposición
benévola y favorable a las demás, ser limpios de corazón.
Pasa Jesús a exponer el lado positivo de la actitud del que trabaja por la paz.
Hay que recomponer la unidad rota por alguna ofensa, y eso tiene prioridad
sobre todo acto de culto. Inútil acercarse a Dios si existe división. Advierte Jesús
sobre las consecuencias para el que está en falta de no reconocerla ni procurar
la reconciliación. Cuando no se ataja la discordia, su efecto recaerá sobre el que
no ha querido dar el paso para lograr la paz.
La Ley prohibía la acción externa, el adulterio. Jesús vuelve a insistir en la
limpieza de corazón. El adulterio es una injusticia y lo mismo el deseo de
cometerlo. Hay que eliminar el mal deseo con la pureza del corazón. El repudio,
injusticia contra la mujer que queda en franca desventaja. Es una actitud de
prepotencia que hiere la dignidad de la mujer. También el repudio proviene del
corazón no limpio.
El juramento supone falta de sinceridad entre los hombres. En los seguidores de
Jesús, donde la sinceridad ha de ser una realidad palpable, el juramento es
superfluo; es más, sería señal de corrupción en las relaciones humanas. Cuando
hay sinceridad, porque el corazón está limpio, no hace falta juramento alguno,
es suficiente la palabra que sale de la honradez.
Ya no es el cumplimiento de una Ley lo que ha de vivir el seguidor de Jesús. Es
una forma nueva de caminar por la vida como consecuencia de la fidelidad al
Maestro, la sinceridad en la vocación cristiana, y la ilusión de ser sal y luz en el
mundo.
Joaquin Obando Carvajal.