DOMINGO VI DEL TIEMPO ORDINARIO
Sir 15, 15-20; Sal 119,1-2, 4-5, 17-18, 33-34; 1Cor 2,6-10; Mt 5,17-
37
No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir,
sino a dar cumplimiento. Sí, os lo aseguro: el cielo y la tierra pasarán antes que
pase una i o una tilde de la Ley sin que todo suceda. Por tanto, el que traspase
uno de estos mandamientos más pequeños y así lo enseñe a los hombres, será
el más pequeño en el Reino de los Cielos; en cambio, el que los observe y los
enseñe, ése será grande en el Reino de los Cielos. «Porque os digo que, si
vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el
Reino de los Cielos. «Habéis oído que se dijo a los antepasados: No matarás; y
aquel que mate será reo ante el tribunal. Pues yo os digo: Todo aquel que se
encolerice contra su hermano, será reo ante el tribunal; pero el que llame a su
hermano "imbécil", será reo ante el Sanedrín; y el que le llame "renegado", será
reo de la gehenna de fuego. Si, pues, al presentar tu ofrenda en el altar te
acuerdas entonces de que un hermano tuyo tiene algo contra ti, deja tu ofrenda
allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego
vuelves y presentas tu ofrenda. Ponte enseguida a buenas con tu adversario
mientras vas con él por el camino; no sea que tu adversario te entregue al juez
y el juez al guardia, y te metan en la cárcel. Yo te aseguro: no saldrás de allí
hasta que no hayas pagado el último céntimo. «Habéis oído que se dijo: No
cometerás adulterio. Pues yo os digo: Todo el que mira a una mujer
deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón. Si, pues, tu ojo
derecho te es ocasión de pecado, sácatelo y arrójalo de ti; más te conviene que
se pierda uno de tus miembros, que no que todo tu cuerpo sea arrojado a la
gehenna. Y si tu mano derecha te es ocasión de pecado, córtatela y arrójala de
ti; más te conviene que se pierda uno de tus miembros, que no que todo tu
cuerpo vaya a la gehenna. «También se dijo: El que repudie a su mujer, que le
dé acta de divorcio. Pues yo os digo: Todo el que repudia a su mujer, excepto el
caso de fornicación, la hace ser adúltera; y el que se case con una repudiada,
comete adulterio. «Habéis oído también que se dijo a los antepasados: No
perjurarás, sino que cumplirás al Señor tus juramentos. Pues yo digo que no
juréis en modo alguno: ni por el Cielo, porque es el trono de Dios, ni por la
Tierra, porque es el escabel de sus pies; ni por Jerusalén, porque es la ciudad
del gran rey. Ni tampoco jures por tu cabeza, porque ni a uno solo de tus
cabellos puedes hacerlo blanco o negro. Sea vuestro lenguaje: "Sí, sí"; "no, no":
que lo que pasa de aquí viene del Maligno.
La liturgia de la presente semana nuevamente nos pone frente al anuncio de la
salvación que Dios ha realizado en Jesucristo, muerto y resucitado por nosotros.
A través de la palabra se nos manifiesta que el creyente está invitado a acoger
la Buena Noticia y que esta se realice en nuestra vida, así la llamada vida nueva
se convierte en testimonio de lo que Dios ha realizado por nosotros.
El evangelio nos habla de la ley, pero no en el sentido humano de cumplimiento
o legalismo, como era el caso de los fariseos, sino que a través de la palabra de
Jesús se nos hace ver que la ley está basada en el amor y la misericordia por lo
cual está al alcance de todos.
Al respecto nos dice el Papa Benedicto XVI: vivir nuestra fe como relación de
amor con Cristo significa también estar dispuestos a renunciar a todo lo que
constituye la negación de su amor. Por este motivo, Jesús dijo a los Apóstoles:
“Si me amáis guardaréis mis mandamientos". Pero, ¿cuáles son los
mandamientos de Cristo? Cuando el Señor Jesús enseñaba a las muchedumbres,
no dejó de confirmar la ley que el Creador había inscrito en el corazón del
hombre y que luego había formulado en las tablas del Decálogo. "No penséis que
he venido a abolir la ley y los profetas. No he venido a abolir, sino a dar
cumplimiento. Sí, os lo aseguro: el cielo y la tierra pasarán antes que pase una
"i" o una tilde de la ley sin que todo suceda" (Mt 5, 17-18). Ahora bien, Jesús
nos mostró con nueva claridad el centro unificador de las leyes divinas reveladas
en el Sinaí, es decir, el amor a Dios y al prójimo: “Amar (a Dios) con todo el
corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como
a sí mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios" (Mc 12, 33). Más
aún, Jesús en su vida y en su misterio pascual cumplió toda la ley (Benedicto
XVI, Homilía en la Plaza Plesudski, Polonia, 26 de mayo de 2006).
Jesús no contradice la primera alianza, sino que viene a perfeccionarla,
realizando lo que anunciaron los profetas: “pondré mi Ley dentro de ellos, y la
escribiré en sus corazones” (Jer 31,33). Solo un corazón que es transformado
por la gracia puede comprender que es mejor perdonar que odiar, servir que
aprovecharse. Solo una ley hecha vida desde el corazón puede expresar la
alianza con Dios que se revela como Padre y nos invita a vivir una dignidad más
alta y una vida de hijos y hermanos con la misma dignidad que nos da el ser
creaturas a imagen y semejanza del Padre. La nueva ley no viene a nosotros
como una obligación impuesta que nos abruma y no nos deja ser libres, todo lo
contrario, la ley que Jesús proclama es profundamente humana y misericordiosa.
Jesús enseña que los Mandamientos no son un límite mínimo sino una vía que
lleva a la plenitud personal, y el camino común para todos los creyentes.
Es importante añadir un comentario sobre las palabras de la primera lectura,
que van muy relacionadas con el evangelio, ya que el libro del Sirácida nos pone
también de manifiesto la importancia de los mandamientos: “Si quieres,
guardarás sus mandamientos, porque es prudencia cumplir su voluntad; ante ti
están puestos fuego y agua, echa mano a lo que quieras; delante del hombre
están muerte y vida; le darán lo que él escoja” (Sir 15,16-17), aquí se pone en
evidencia la vinculación íntima existente entre mandamiento y voluntad libre del
hombre: “Si quieres...” Y al mismo tiempo se manifiesta claramente que de la
elección y decisión del hombre depende el bien o el mal, la vida o la muerte,
entendidos con significado espiritual. La observancia de los mandamientos es, el
camino del bien, el camino de la vida, su trasgresión es el camino del mal, el
camino de la muerte.
El siervo de Dios Juan Pablo II nos dice al respecto: Los mandamientos
fueron dados para el bien del hombre, para su bien personal, familiar y social.
Para el hombre son realmente el camino. El mero orden natural no basta. Es
necesario completarlo y enriquecerlo con el orden sobrenatural. Gracias a él la
vida cobra nuevo sentido y el hombre se hace mejor. En efecto, la vida necesita
fuerzas y valores divinos, sobrenaturales: sólo entonces adquiere pleno
esplendor. Cristo confirmó esa ley de la antigua Alianza. En el sermón de la
Montaña lo dijo con claridad a los que lo escuchaban: «No penséis que he venido
a abolir la ley y los profetas. No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento» (Mt
5, 17). Cristo vino para dar cumplimiento a la ley, ante todo para colmarla de
contenido y de significado, y para mostrar así su pleno sentido y toda su
profundidad: la ley es perfecta cuando está impregnada del amor de Dios y del
prójimo. Del amor depende la perfección moral del hombre, su semejanza con
Dios. «El que acoge mis mandamientos y los cumple dice Cristo, ése es el que
me ama; y el que me ame, será amado por mi Padre; y yo lo amaré y me
manifestaré a él, (Jn 14, 21) (Juan Pablo II, Homilía en la renovación de la
consagración al Sagrado Corazón de Jesús, 6 de junio de 1999).
Hoy Jesús nos llama a vivir acogiendo su palabra en el corazón, a no creernos
buenos por el hecho de cumplir esforzadamente unos requisitos con los que
podemos reclamar méritos a Dios, tal como hacían los maestros de la Ley y los
fariseos. Más bien estamos invitados a poner el énfasis en el amor a Dios y a los
hermanos, amor que nos hará ir más allá de la fría Ley y a reconocer nuestros
pecados para llegar a una conversión sincera. Por ello San Pablo nos enseña que
la única deuda que debe haber con el prójimo es el amor, porque la caridad no
hace mal al prójimo. Esto es vivir la ley en su plenitud.
Pbro. Oscar Balcázar Balcázar