Comentario al evangelio del Domingo 27 de Febrero del 2011
No Andéis Agobiados
Con la que está cayendo en tantos países y ahora nos viene Jesús con esto de que no hay que
agobiarse por la comida ni por el vestido. Cuesta entender el Evangelio de este domingo en la situación
actual.
La realidad es que España tiene un veinte y pico
por ciento de desempleo. Eso significa en torno a los cuatro millones y medio de desempleados. Ese
desempleo no tiene consecuencias sólo para España sino que repercute en los países de los que tantos
emigrantes salieron en los años pasados hacia España en busca de trabajo. En Marruecos, Ecuador,
Colombia y otros países se están sintiendo las consecuencias de la crisis española. O bien porque los
emigrantes están volviendo a su país de origen –donde no se encuentran precisamente una situación
mejor– o bien porque las remesas mensuales se han rebajado considerablemente.
Por otra parte, y para darle un toque de color al panorama, el precio de los alimentos básicos está
subiendo en todo el mundo. Naturalmente, eso afecta mucho más a los pobres que a los ricos. Parte de
las revueltas políticas que se están produciendo en el norte de África tienen ahí su origen.
¿Qué dice Jesús?
Y el Evangelio de hoy diciéndonos que no hay que agobiarse ni con el vestido ni con la comida ni
con nada, que Dios nuestro padre proveerá por nosotros, que lo que tenemos que hacer es buscar el
reino de Dios y su justicia y que lo demás se nos dará por añadidura. ¿Se puede entender?
Pues sí. Ciertamente se puede entender a Jesús. Si nos situamos en otra perspectiva: la perspectiva
de Dios Padre. Desde ella ponemos las cosas de este mundo, nuestras relaciones personales, nuestra
misma persona, en el debido orden de importancia. No se trata de decir que la comida y el vestido no
tienen importancia. Jesús no nos dice que hay que dejar el trabajo para dedicarse a hacer el vago. Pero
nos recuerda que en nuestra escala de valores la familia, por ejemplo, tiene que ser más importante que
el trabajo. Y que las relaciones humanas son más importantes que el dinero o que el vestido. Y que
Dios es el padre de todos que de todos cuida. Y que nosotros somo hoy parte fundamental de esa
providencia de Dios para todos: para los que nos rodean, para la humanidad en su conjunto, para la
creación y también, por qué no, para nosotros mismos.
Tener clara la providencia de Dios y la jerarquía
de las cosas nos ayuda a saber comportarnos. Por ejemplo, si la persona es más importante que el
vestido que lleva, está claro que debemos tratar y respetar por igual a todas las personas en su dignidad
de hijas o hijos de Dios, independientemente del vestido. O lo que es lo mismo, independientemente
del nivel social, de su riqueza, de sus estudios, de su poder.
Dios no nos olvida
El trabajo tiene su importancia. Pero no hasta el punto de entregar la vida al trabajo. Hay gente, no
sólo ricos, que entregan de tal modo su vida al trabajo que todo lo demás queda subordinado al trabajo.
Y lo demás son las relaciones familiares, las amistades, la relación con Dios, etc.
La crisis económica de que hablábamos al principio ha tenido en gran parte su origen en la
ambición y codicia de personas que estaban tan centradas en hacer dinero, en ganar mucho que les
importaba nada hacer trizas las vidas de los demás. Tomaron decisiones equivocadas que han llevado a
consecuencias terribles para muchos. Es el mejor ejemplo de que este Evangelio sigue siendo muy
actual. No vale la pena agobiarnos. Hay que poner la confianza en Dios y saber que nosotros somos su
providencia para nuestros hermanos y hermanas y para nosotros mismos, que nos debemos cuidar
porque somos hijos e hijas de Dios.
Y con esa conciencia vamos a salir a la vida a luchar por hacer de este mundo un lugar más
fraterno donde las personas, todos, puedan vivir y no solamente sobrevivir. Porque esa es la voluntad
de Dios. Ese es el misterio de Dios del que dice Pablo en la segunda lectura que somos administradores
para todos los que nos rodean: que Dios quiere nuestra vida, que Dios nunca nos deja de su mano ni
nos olvida, como nos recuerda la primera lectura del profeta Isaías.
Fernando Torres Pérez cmf