DOMINGO 6º T.O. (A)
Lecturas : Ecco 15,16-21; S. 118; 1Cor 2,6-10; Mt
5,17-35
Homilía por el P. José R. Martínez Galdeano s.j.
Un corazón nuevo
El evangelio de hoy continúa con el texto del Sermón
del monte. Recuerden que en él Jesús propone el conjunto
más amplio de su moral. Primero las bienaventuranzas, que
vienen a ser los valores de fondo del discípulo, raíz de su
pensar, sentir y obrar. Luego se propone el princip io general
de ser promotores, sal y luz de dicha moral y de la
concepción del hombre que incluye. Pasa ahora a algunas
exigencias concretas.
Pero antes una observación de importancia. Desde el
principio hasta el final en este discurso Jesús habla con tal
autoridad que es muestra de ser consciente de su divinidad.
La ley de Moisés fue dada por Dios y explicada hasta ese
momento con la autoridad de Dios por los doctores. Este
origen divino de la ley se expresaba (y Jesús lo expresa)
con las fórmulas: “Se dijo a los antiguos”, “han oído”, “está
mandado”. Jesús lo va a interpretar, completar y aun
corregir con la fórmula “pero yo les digo”; cuatro veces está
en el texto leído. El lugar de Dios en el Sinaí lo ocupa ahora
Jesucristo. Con él empieza un nuevo orden de salvación, un
pacto y Testamento nuevo, que él nos da con propia
autoridad, que es la autoridad de Dios.
Esto no significa que todo lo que exigió Dios antes
por Moisés carezca ya de validez. La apertura a los
ignorantes y a los pecadores no significa que los valores
morales de fondo no sigan vigentes. La perfección, que
ahora se nos pide, es más alta; incluso se afirma que, si la
conducta moral no es mayor que la de los escribas y
fariseos, no se entrará en el reino de los cielos. Es lo que se
irá aclarando en el resto del discurso.
El texto de hoy trata de tres puntos: El quinto
mandamiento de la ley del Sinaí, el sexto y el segundo. En
los tres va a mostrar Jesús que es más radical que el texto
y la interpretación dada hasta entonces por los maestros de
la ley.
El quinto mandamiento es no matar. En caso de
matar la doctrina moral obligaba a condenar al asesino tras
sentenciarlo en un proceso. Pero Jesús amenaza con
procesar no sólo al que mata, sino al que meramente
mantiene la actitud de pelea y odio, y al que insulta a su
prójimo (hermano para el israelita es otro israelita). Un
insulto grave, lleno de odio y desprecio, como “renegado”
merecerá el infierno. La prohibición de no matar se
radicaliza hasta llegar a la actitud interior, de donde brota el
homicidio, y se extiende a ofensas menores. Cumplir, pues,
con el 5º mandamiento no se limita ya a no manchar las
manos de sangre. Hay que arrancar del corazón el odio y
evitar hasta toda palabra hiriente. Es, pues, claro que Jesús
quiere de nosotros mucho más que la ley antigua dada por
Moisés.
Pero hay más. La exigencia de buscar la paz y buenas
relaciones con todos precede incluso a la obligación de dar
culto a Dios. Si faltaste y tienes que pedir perdón, pídelo
humildemente y restablece la paz con tu hermano antes de
ofrecer tu sacrificio. No bastaría cumplir con la sentencia del
juez.
La obligación de la castidad conyugal y prohibición
del adulterio se radicaliza también hasta la actitud interior.
Incluye los sentidos y deseos. Tan decidido debe estar el
hombre religioso a evitar estos pecados que se arrancaría
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un miembro de su cuerpo antes que pecar dándole
satisfacción pecaminosa.
En relación con el deber de castidad conyugal está el
divorcio. Los maestros de la ley estaban divididos. El
famosísimo Rabí Hillel lo permitía por cualquier cosa que
desagradase al esposo. Bastaba que el esposo diese a la
mujer el libelo de repudio. Las leyes paganas eran incluso
más liberales. Jesús no permite el divorcio en ningún caso
de matrimonio válido.
Conviene aquí hacer un inciso sobre las palabras
“sólo en caso de unión ilegítima”. El matrimonio entre
parientes ha sido declarado nulo en ciertos grados en todos
los sistemas legales. Entre los judíos la ley era más
exigente que en otras naciones paganas. En Israel eran
nulos e ilegítimos algunos matrimonios entre parientes que
no lo eran en las legislaciones de otros pueblos –como
griegos, romanos, egipcios–. En el primer siglo era fácil el
caso de judíos, sobre todo si vivían fuera de Israel, que se
casaban según una ley no judía. En estos casos el grado de
parentesco entre los contrayentes podía ser que invalidase
el matrimonio en la ley judía, pero no en la ley pagana. A
estos casos se refiere el inciso “salvo caso de unión ilegal” –
es probable que Jesús no las dijera sino que se añadieron
luego por necesidad de la catequesis cristiana–. Eran
matrimonios nulos ya al contraerse y por eso, en caso de
que una de estas personas hubiese entrado en la Iglesia, la
Iglesia podía –y debía– declarar la nulidad, permitiendo otro
matrimonio.
A continuación toca Jesús el tema de los juramentos.
Entre cristianos la sinceridad ha de ser tal que haga inútil
todo juramento (Sant 5,12). En el fondo oculta un poso de
desconfianza en la simple palabra humana, que busca
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respaldarse con una instancia superior. Pero ¿no es faltarle
al respeto el obligar a Dios a servir nuestros intereses?
Para no pronunciar el nombre de Dios los judíos
juraban por el cielo, por la ciudad santa u otras realidades
famosas. Todo son escapatorias. La majestad de Dios, que
ha creado todo, prohíbe que se aludan con tan poco
respeto. Incluso el hombre mismo no es dueño de sí como
para garantizar un juramento, ni volver blanco o negro un
solo cabello.
Los evangelios no están escritos para mera
satisfacción de nuestra curiosidad histórica, sino para que
nosotros crezcamos más y más en Cristo. El peligro de caer
en el fariseísmo sigue siendo real. De hecho S.Pablo tuvo
que luchar contra esa mentalidad en la Iglesia. Se
quedaban en lo externo de la ley. Nuestra luz debe iluminar
porque arde desde dentro. No debe ser un mero maquillaje
ni una mentira, sino la obra del Espíritu que se nos ha
dado: “Infundiré mi Espíritu en ustedes y haré que se
conduzcan según mis preceptos y observen y practiquen
mis normas” (Ez 36,27)
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