¿Cuándo superaremos el “ojo por ojo y diente por diente”?
Domingo 07 ordinario 011 Ciclo A
La venganza anidada en el corazón del hombre, cuando no se le pone límite
es capaz de acabar con los individuos en conflicto e incluso con naciones
enteras, provocando guerras, hambre, sangre inocente derramada y
enemistades que pueden durar siglos enteros. Por eso, aunque nos parezca
una ley de gente bárbara, en uno de los códigos más antiguos, grabado en
piedra, en el Código de Hammurabi, se intenta legislar para que los
hombres no tengan que pagar más allá de sus propias faltas y nunca de una
manera desproporcionada. Aunque tiene sus diferencias, con ese códice, el
Antiguo Testamento habla ya de la ley del Talión, que se expresa de esta
manera: “Cada quién pagara vida por vida, ojo por ojo, diente por diente,
mano por mano, pie por pie, quemadura por quemadura, herida por herida,
golpe por golpe” (Ex 21, 23-25) y que venía ya a ser una norma moral, un
avance en la convivencia no ciertamente fácil entre los hombres, intimando
a dejar los deseos de venganza desmedida, para contentarse con un daño
proporcionado al daño recibido.
Cristo conoció esta ley, reconociendo su legitimidad y su efectividad para su
tiempo, pero entre aquellas frases que nos ha dejado: “han oído que se
dijo… pero yo os digo”, hoy después de habernos hablado de sus
bienaventuranzas, luego de que nos ha pedido convertirnos en sal y en luz
para las gentes que nos rodean, y después de habernos indicado que él no
venía a abolir los dichos de sus antiguos sino que venía a darles plenitud,
hasta hacernos llegar hasta las grandes alturas de la santidad y del
heroísmo, Cristo deja caer sobre nuestros ánimos algo que si no lo vemos
como un consejo de abuelita, tendría que cambiar radicalmente nuestras
vidas: Cristo fue muy preciso y muy claro y muy tajante sobre lo que él
quiere de los que se han convertido en sus seguidores: “Han oído que se
dijo: ama a tu prójimo y odia a tu enemigo. Yo en cambio, les digo: Amen a
sus enemigos, hagan el bien a los que los odian y rueguen por los que los
persiguen y calumnian, para que sean hijos de su Padre celestial, que hace
salir su sol sobre los buenos y los manos y manda su lluvia sobre los justos
y los injustos”. Menudo lío en el que nos mete Jesús! Si no tuviéramos fe,
¿cómo podríamos amar al que te ha dejado sin casa y sin familia porque su
voracidad ha sido grande y sin medida? Quién que no tenga fe ¿podría
siquiera pensar en hacer el bien a los que saben que te odian, que te ven
como objeto inservible, para quienes sólo eres útil mientras pueden
servirse de ti, pero al que han tirado cuando ya te han sacado todo el jugo?
Y ¿Quién se atrevería a rogar por los que te persiguen y te ha calumniado
hasta dejarte en la lona?
Sin embargo, no nos movamos a engaño. El hecho de Cristo te pida que
dejes de usar la violencia, la venganza y el odio como el móvil de tu vida,
eso no quiere decir que debamos de quedarnos callados y con los brazos
cruzados ante la injusticia y la maldad. Cristo mismo no procedió así. Él
nunca se doblegó ante la injusticia del Imperio romano; a Herodes lo llamó
“don nadie”, zorro; a los ricos a les seal su gran dificultad para llegar al
Reino de los cielos; a los fariseos los denunció por manipular las
conciencias de los pobres y a los sumos sacerdotes por haber convertido las
cosas de Dios en un negocio.
Y si no nos acabamos de reponer de la sorpresa que nos han causado las
palabras de Cristo, todavía podemos sorprendernos un poco más, cuando
el profeta Isaías nos llama a la santidad, porque nos hemos acercado Dios
que es tres veces santo, y todavía más, el mismo Cristo, en el colmo del
heroísmo y la santidad, nos pide escuetamente: “Sean perfectos como su
Padre celestial es perfecto”. Ya tenemos trabajo para rato, Tú ya
comenzaste?
El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera tus comentarios en
alberami@prodigy.net.mx