Palabra de Dios
para alimentar tu día
Fr. Nelson Medina F., O.P
Tiempo Ordinario, Año Impar,
Semana No. 6, Viernes
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Lecturas de la S. Biblia
Temas de las lecturas: Voy a bajar y a confundir su lengua * El que pierda su vida
por mí y por el Evangelio la salvará
Textos para este día:
Génesis 11,1-9:
Toda la tierra hablaba la misma lengua con las mismas palabras. Al emigrar (el
hombre) de oriente, encontraron una llanura en el país de Senaar y se
establecieron allí. Y se dijeron unos a otros: "Vamos a preparar ladrillos y a
cocerlos." Emplearon ladrillos en vez de piedras, y alquitrán en vez de cemento. Y
dijeron: "Vamos a construir una ciudad y una torre que alcance al cielo, para
hacernos famosos, y para no dispersarnos por la superficie de la tierra." El Señor
bajó a ver la ciudad y la torre que estaban construyendo los hombres; y se dijo:
"Son un solo pueblo con una sola lengua. Si esto no es más que el comienzo de su
actividad, nada de lo que decidan hacer les resultará imposible. Voy a bajar y a
confundir su lengua, de modo que uno no entienda la lengua del prójimo."
El Señor los dispersó por la superficie de la tierra y cesaron de construir la ciudad.
Por eso se llama Babel, porque allí confundió el Señor! la lengua de toda la tierra, y
desde allí los dispersó por la superficie de la tierra.
Marcos 8,34-9,1:
En aquel tiempo, Jesús llamó a la gente y a sus discípulos, y les dijo: "El que quiera
venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga.
Mirad, el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí y
por el Evangelio la salvará. Pues ¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero,
si arruina su vida? ¿O qué podrá dar uno para recobrarla? Quien se avergüence de
mí y de mis palabras, en esta generación descreída y malvada, también el Hijo del
hombre se avergonzará de él, cuando venga con la gloria de su Padre entre los
santos ángeles." Y añadió: "Os aseguro que algunos de los aquí presentes no
morirán sin haber visto llegar el reino de Dios en toda su potencia."
Homilía
Temas de las lecturas: Voy a bajar y a confundir su lengua * El que pierda su vida
por mí y por el Evangelio la salvará
1. El pecado no une
1.1 Cuando vemos trabajar organizadamente al crimen, por ejemplo, para realizar
un "exitoso" ataque terrorista, podemos hacernos la idea de que hay unidad entre
esos malvados. La primera lectura de hoy nos enseña que no es así. El pecado no
une; el pecado lleva dentro de sí el germen de la confusión y de la división.
1.2 Deberían bastar los ejemplos que la historia nos brinda para estar de acuerdo
en que esto es así. En un grupo de ladrones cada uno necesita de los demás para
lograr el objetivo, pero una vez conseguido el botín "los demás" estorban, y si en
ese momento pudiera quitarlos de en medio, lo haría, como de hecho sucede
muchas veces: al fin y al cabo, menos gente significa menor número, menos
porciones, y por tanto: más ganancia.
1.3 El pecado, pues, no une porque en el fondo cada uno está mirando por lo suyo.
El pecado sabe utilizar a los otros, pero no unirse a ellos. Es el significado alegórico
de la "confusión" de Babel. Cada uno creía estar en el mismo proyecto y estar
trabajando por la misma meta, pero en realidad cada uno era cabeza de un imperio
y suponía que los demás eran sus súbditos.
1.4 Tal vez la consecuencia más dramática de la desunión del pecado es la
desunión de la pareja y de la familia. Un número sorprendente de hombres y
mujeres se unen no en razón ni en el nombre de Dios sino en el nombre del deseo
y del interés encubierto o descarado de extraer como aspiradoras todo lo deleitable
o costoso del otro. Estas parejas, como Babel, están condenadas a los malos
entendidos y finalmente a la separación.
2. No es la última palabra
2.1 Sin embargo, Babel no es la última palabra. Hay en la Biblia un "anti-Babel",
una escena que de modo maravilloso devuelve la tragedia que hoy tenemos que
contemplar. Ese "anti-Babel" es Pentecostés (Hch 2), allí donde hombres de
distintas razas, pueblos y lenguas pueden encontrarse y entenderse, porque el
Espíritu Santo les da un lenguaje común.
2.2 Si Babel es la tierra del orgullo, condensado en aquella expresión: "seremos
famosos... alcanzaremos el cielo", Pentecostés es el valle de la humildad. El día
mismo de esta gran fiesta Pedro predica a la multitud y lo primero que hace es
recordarles la gravedad del crimen que se ha cometido: "Sepa pues
ciertísimamente toda la Casa de Israel, que a este Jesús que vosotros colgasteis en
un madero, Dios ha hecho Señor y Cristo" (Hch 2,36).
2.3 De esta denuncia, cargada de infinito celo por la gloria divina, brotan la
compunción y la conversión: "Entonces oído esto, fueron compungidos de corazón,
y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: Varones hermanos, ¿qué haremos? Y
Pedro les dice: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de
Jesús, el Cristo, para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo.
Porque a vosotros es la promesa, y a vuestros hijos, y a todos los que están lejos;
a cualesquiera que el Señor nuestro Dios llamare. Y con otras muchas palabras
testificaba y los exhortaba, diciendo: Sed salvos de esta perversa generación. Así
que, los que recibieron su palabra, fueron bautizados; y fueron añadidas a ellos
aquel día como tres mil personas" (Hch 2,37-41).
2.4 La Eucaristía es el banquete de la unidad. Alrededor del altar somos uno, como
nos predica bellamente Pablo: "Ahora en Cristo Jesús, vosotros, que en otro tiempo
estabais lejos, habéis sido acercados por la sangre de Cristo. Porque El mismo es
nuestra paz, quien de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de
separación, aboliendo en su carne la enemistad, la ley de los mandamientos
expresados en ordenanzas, para crear en sí mismo de los dos un nuevo hombre,
estableciendo así la paz, y para reconciliar con Dios a los dos en un cuerpo por
medio de la cruz, habiendo dado muerte en ella a la enemistad. y vino y anunció
paz a vosotros que estabais lejos, y paz a los que estaban cerca; porque por medio
de El los unos y los otros tenemos nuestra entrada al Padre en un mismo Espíritu"
(Ef 2,13-18).
3. Cargar con la Propia Cruz
3.1 Las palabras de Jesús tenían que oírse como el restallido de un latigazo en
quienes le escuchaban. La cruz era el emblema abominado y abominable tanto para
romanos como judíos. Para los unos era el símbolo mismo de la ignominia que sólo
podían merecer los esclavos rebeldes; para los otros, el espanto de una muerte
atroz y la señal de la garra implacable del águila imperial de Roma. Jesús toma ese
signo detestable, casi repugnante, y lo asocia con la vida de sus discípulos. ¿Por
qué?
3.2 Se trata de mostrar que el evangelio conlleva pérdidas y no de cualquier orden:
pérdidas radicales. Esto es algo que podía no ser obvio a quienes veían cómo este
profeta maravilloso, este Jesús de Nazareth sanaba toda clase de enfermedades y
expulsaba todo tipo de demonios. Nada parecía quedarle grande y nada parecía
costar demasiado trabajo. Todo parecía ganancia y no se veían las pérdidas. Pues
bien, este profeta portentoso en obras nos quiere bien despiertos con sus palabras.
Y nos advierte que no todo es ganancia; que hay un precio, y es tan alto como la
propia vida.
3.3 No se trata de que estemos "comprando" la salvación sino de que la condición
misma de salvados es algo dinámico, algo que ha de realizarse más de una vez, o
por mejor decir, de un modo continuo. La vida "salvada" es una vida de continuo
"ofrecida," y ello entraña una actitud de permanente gracia, gratuidad y gratitud. El
discípulo no es el que disfruta de una vida sin problemas sino el que puede hacer
de su vida y de sus problemas algo nuevo y fecundo, algo significativo y hermoso,
algo entrañable y cargado de amor y sentido.