DOMINGO VII DEL TIEMPO ORDINARIO
Lv 19,1-2.17-18; Sal 102; 1 Cor 3,16-23; Mt 5,38-48
Ustedes han oído que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente. Pero yo les digo que no
hagan frente al que les hace mal: al contrario, si alguien te da una bofetada en la mejilla
derecha, preséntale también la otra. Al que quiere hacerte un juicio para quitarte la
túnica, déjale también el manto; y si te exige que lo acompañes un kilómetro, camina
dos con él. Da al que te pide, y no le vuelvas la espalda al que quiere pedirte algo
prestado. Ustedes han oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo.
Pero yo les digo: Amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores; así serán hijos
del Padre que está en el cielo, porque él hace salir su sol sobre malos y buenos y hace
caer la lluvia sobre justos e injustos. Si ustedes aman solamente a quienes los aman,
¿qué recompensa merecen? ¿No hacen lo mismo los publicanos? Y si saludan solamente
a sus hermanos, ¿qué hacen de extraordinario? ¿No hacen lo mismo los paganos? Por lo
tanto, sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo.
El Evangelio de este séptimo domingo nos descubre la enseñanza que el cristianismo trae
a la vida de los creyentes: amar a los demás como el Padre nos ama. Jesús mismo dice:
“en esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan
los unos a los otros” (Jn 13,34-35). Jesús había enseñado algo que los judíos conocían
muy bien: “Amarás a tu prjimo como a ti mismo” (Lc 10,27; cf Lev 18,5). Pero no se
había comprendido que también implicaba amar al enemigo con un amor sin medida:
como él mismo nos ha amado. Ya en la antigua ley, como escuchamos en el texto del
Levítico, la santidad de Dios se reflejaba en su pueblo en las relaciones con el prójimo,
que no debían ser de odio ni de rencor, ni de venganza, sino de amor.
Al respecto nos dice el Papa Benedicto XVI: En el Sermn de la Montaa, que estamos
leyendo estos domingos, Jesucristo ofrece una dimensión más completa y perfecta del
amor. Ha de extenderse a todos, incluso a los enemigos,a los que les aborrecen,...a
los que les persiguen y calumnian». Cristo rechaza la concepción utilitaria del amor;
contrapone a ella la condición de hijos de Dios, porque estos, no sólo no han de
responder al mal con el mal, sino que deben hacer positivamente el bien a quien les haya
hecho el mal. Dejar que el mal reine sin trabas, no es cristiano. El cristiano no es
condescendiente con el mal, ni renuncia a la justicia, sino que la promueve con métodos
evangélicos, y así la sobrepasa. El amor del discípulo de Jesús a los hombres no tiene
fronteras. Debe parecerse al amor de Dios (Benedicto XVI, Ángelus, 18 de febrero de
2007).
El evangelio nos revela amar a nuestros enemigos, que nos hagamos prójimos del más
lejano, que amemos a todos como Cristo ha amado. De esta manera Jesús hace de la
caridad el mandamiento nuevo, amando a los suyos «hasta el fin», manifiesta el amor
que ha recibido del Padre. Amándose unos a otros, los discípulos imitan el amor de Jesús
que reciben también en ellos. Por eso Jesús dice: Como el Padre me am, yo también
os he amado a vosotros; permaneced en mi amor (Jn 15,9). En otro texto leemos:
amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian y rueguen por los que los
persiguen y calumnian. Con estas palabras el Seor nos hace presente que el amor
cristiano no está basado en los sentimientos humanos naturales, sino en la disposición de
amar, la cual nace o es iluminada por la fe, fortalecida por la caridad y esperanza. El
amor cristiano es un don de Dios a sus hijos.
La enseñanza de Cristo lleva al perdón de las ofensas, el mandamiento del amor es la
Nueva Ley, el amor a todos incluso a los enemigos. La liberación en el espíritu del
evangelio es incompatible con el odio al enemigo en cuanto persona, pero esto no se
debe confundir con el rechazo al pecado que debe ser radical. Lamentablemente algunos
creyentes equivocadamente hablan aquí de tolerancia cuando en la vida de la caridad o
moral cristiana no hay margen.
El perdón es el fruto de la vida cristiana; y este se alcanza si vivimos unidos a Cristo. El
perdón da testimonio de que, en nuestro mundo, el amor es más fuerte que el pecado. El
perdón es la condición fundamental de la reconciliación de los hijos con el Padre del cielo.
Y como dice San Juan en su primera carta: “somos mentirosos si decimos que amamos
a Dios y no amamos a los hermanos”.
Al respecto nos dice un Padre de la Iglesia: "O nos apartamos del mal por temor del
castigo y estamos en la disposición del esclavo, o buscamos el incentivo de la recompensa
y nos parecemos a mercenarios, o finalmente obedecemos por el bien mismo del amor
del que manda... y entonces estamos en la disposicin de hijos" (San Basilio).
Por eso el evangelio termina diciendo: “sed perfectos”, ¿qué es la perfeccin? La
perfección de Dios es su santidad y por ello estamos todos llamados a ser santos. Y
alguno se preguntará cómo puedo ser santo; ya el bautismo nos ha configurado con
Cristo, pues se nos ha llamado a ser: sacerdote, profeta y rey como Cristo en el mundo.
Pbro. Oscar Balcázar Balcázar