VIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
"Danos hoy nuestro pan de cada día"
Pautas para la homilía
El pasaje del evangelio de hoy continúa la lectura continua del Sermón de la
Montaña en Mateo, y conviene que su interpretación se haga dentro de este
contexto privilegiado. Una lectura fuera de este contexto corre el riesgo de generar
confusión ante el mensaje. Podemos notar que la lectura dominical continua del
Sermón, de hecho, es discontinúa pues hay un salto de varios versículos previos a
este pasaje. Estos versículos que hemos saltado constituyen lo que se considera el
centro geográfico del Sermón: el Padre Nuestro. Este Padre Nuestro es también el
centro neurálgico del Sermón, de tal manera que todo el Sermón bien puede
considerarse una gran glosa que desarrolla los distintos versos de la oración. De
hecho, la palabra “Padre” – en particular en forma “vuestro Padre celestial” –
aparece hasta 17 veces en el Sermón – 8 veces antes del Padre Nuestro, y otras 8
veces después. Sin duda, afirmar que Dios es “nuestro Padre nuestro del cielo” es
el núcleo del mensaje del Sermón.
Consideremos, adicionalmente, la relación que en la Liturgia Dominical se nos
ofrece entre la primera lectura y el evangelio. La brevísima lectura de Isaías nos
presenta una contraposicin entre “dueo” y “madre”. El inicio del pasaje
evangélico, de nuevo, hace esta misma contraposicin, si bien entre “amo” y
“vuestro Padre celestial”.
Con estos elementos hermenéuticos – en torno a la figura del Padre - podemos
emprender nuestra lectura de los textos. Si hemos afirmado que el Sermón sería
una glosa de los versos del Padre Nuestro, ¿a qué parte se refiere el texto
evangélico de hoy? Hoy, parece claro, sería el “danos hoy nuestro pan de cada día”,
que tiene un claro aspecto providencial.
El pasaje evangélico, en todo caso, no es para nada ingenuo. Por una parte, las
necesidades materiales humanas son reconocidas. Todo el Sermón está bien
asentado en la realidad, por eso es significativo para nosotros. Cuánto más
asentado no estará esta sección que se refiere a las condiciones materiales de
nuestra existencia. Estas necesidades nos vienen dadas por la materialidad de la
Creación. Ahora bien, si Dios Creador – Creador de esta realidad que vivimos con
sus condiciones difíciles - no es a la vez Padre, bien podríamos hablar de injusticia,
y quejarnos, como hace la primera lectura, de que “me ha abandonado el Seor, mi
dueo me ha olvidado”. El que Dios es Padre, nos garantiza su cuidado y asistencia.
Y por otra parte, tampoco nosotros podemos ser ingenuos. Ya San Pablo,
combatiendo este fácil recurso a de una cmoda “providencia”, recrimina a los
Tesalonicenses exhortándoles a que “el que no quiera trabajar que no coma” (2 Tes
3,10)
En definitiva, ¿qué hay detrás de este pasaje del Sermón? Los pájaros que Dios
alimenta y las hermosas flores del campo cuya propia naturaleza es su vestido, nos
aluden a una realidad paradisíaca. A ese Paraíso en el que el hombre era
alimentado por la providencia divina sin necesidad de trabajar. En ese Paraíso
donde la belleza natural de los cuerpos no necesitaba de vestido alguno. A ese
Paraíso en el cual el hombre es libre, sin amos. A ese Paraíso donde el hombre y
Dios conviven en perfecta confianza e intimidad, como Padre e hijo. A ese Paraíso
del cual el hombre es expulsado por contravenir la voluntad de Dios, al comer del
único fruto reservado.
¿Será casual que en el Padre Nuestro, justo antes del “danos hoy el pan nuestro de
cada día” pedimos “hágase tu voluntad”? ¿Será que la condicin para que Dios nos
alimente es que su voluntad sea cumplida, que cumplamos esa voluntad rechazada
por Adán?
Desde entonces se verifica el que “con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta
que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo
volverás” (Gen 3,19), ley que no ha sido revocada. Peor aún, el hombre pierde su
intimidad con Dios, y con ella su libertad; alejado de Dios Padre, el hombre se ve
sometido al dominio de todo tipo de amos, siendo la propia necesidad la primera
esclavitud. Alejado de la paternal intimidad con Dios, al hombre le cuesta reconocer
al verdadero Dios, y la propia religión corre el riesgo de convertirse en el amo más
tiránico para el hombre, especialmente cuando el hombre recurre a la religión como
recurso en la necesidad. En las religiones gentiles que rodeaban a Israel, los
sacrificios de comida – del fruto del sudor de los hombres – eran utilizados para
hacer propicios a los dioses y asegurarse buenas cosechas.
Este pasaje dentro del Sermón de la Montaña busca revocar toda esta situación,
hacer “retornar” al hombre al Paraíso, no a ese Paraíso donde el hombre es
alimentado materialmente sin esfuerzo y donde no necesita vestido, sino a ese
Paraíso donde Dios es tratado en filial intimidad, donde Dios es Padre. Pero no un
padre de los de ahora, sino un padre en el sentido de la época, un padre que es la
autoridad para los hijos, cuya voluntad cumplen, porque es su padre, porque la
autoridad del padre es para el cuidado de familia. Y la familia se mantiene unida
bajo esa autoridad. Es ese Paraíso donde Dios es nuevamente reconocido como
Padre, porque el llamado “pecado original” del hombre no es sino no reconocer a
Dios como tal. Al final del pasaje se nos exhorta a “buscar el reino de Dios y su
justicia”. La justicia del reino de Dios, no es meramente la justicia horizontal de
amarnos como hermanos; es más profunda y primordial, es la justicia de reconocer
a Dios, y de reconocerlo Padre. Entonces, podremos reconocer a los demás como
hermanos, y con ello iniciar la construcción del reino que busca el Sermón.
Ahora bien, ¿cuál es la naturaleza de este reino mientras estamos en la tierra? La
referencia contrapuesta a los gentiles – “que se afanan por esas cosas” -, parece
tratar de hacernos notar una diferencia sustancial. Los gentiles son aquellos que
viven y constituyen ese “mundo” que se contrapone al “reino” que el Sermn trata
de describir; y sus modos de vida, sus afanes, son los afanes del “mundo”. Este
“mundo” es aquella realidad que no reconoce a Dios Padre. Todo el Sermn,
incluida esta sección, es una expresión de la doble condición de la existencia del
cristiano. Al igual que Jesucristo, el cristiano, persona humana en las condiciones
de lo humano, por su participación en la intimidad con Dios Padre en lo más
intrínseco de su ser, abre este mundo a la posibilidad de la existencia feliz –
paradisiaca – que es aquella “alimentada” de la voluntad de Dios Padre. En este
contexto de nuestra existencia yuxtapuesta es donde debemos entender todo el
Sermón y, en particular, esta sección. Sólo siendo conscientes de esta identidad
nuestra, como hijos de un Padre celestial que nos hace hermanos más allá de la
condición natural, este reino se verifica. Es porque Dios es Padre nuestro que
somos hermanos, y los hermanos comparten la vida espontáneamente. Es entonces
que el que Dios “nos da el pan el nuestro de cada día” es verdad, pues Dios
verdaderamente multiplica el pan que es compartido.
Jesús, es la expresión viva y definitiva este pasaje evangélico, pues de Él mismo
afirma que “mi alimento es hacer la voluntad de mi Padre” (Juan 4, 34). Y es que,
en definitiva, no hay “danos hoy nuestro pan de cada día” si la voluntad del Padre
no se cumple “en la tierra como en el cielo”.
Fray Ángel Romo Fraile
(con permiso de dominicos.org)