VIII DOMINGO ORDINARIO A
Isaías 49:14-15; I Corintios 4:1-5; Mateo 6:24-34)
La “Padre nuestro” es una serie de peticiones. Tiene siete en total. Al corazón del
rezo – la cuarta petición – decimos: “Danos hoy nuestro pan de cada día”. Se ha
contado que el pasaje evangélico hoy es un comentario extendido sobre esta
petición. Vale la pena desmontarla palabra por palabra para verificar esta
aseveración.
Cuando oramos “danos”, reconocemos nuestra dependencia de Dios. Solos
estamos para morir de hambre. Aunque el humano ha inventado la cosechadora,
Dios controla las fuerzas cósmicas -- el sol y el agua -- para que la tierra haga
brotar el trigo. Con razón entonces Jesús dice ahora: “…el Padre celestial ya
sabe que ustedes tienen necesidad…”
Curiosamente pedimos pan slo para el día “hoy”, eso es, la suficiencia para vivir
un día a la vez. No nos atrevemos a solicitar el exceso porque es mejor
volvernos a Dios cada día. Nos recordamos cómo Dios exigió a los israelitas en el
desierto que recogieran bastante maná sólo para un día excepto el sexto día
cuando les permitió una doble porción para el sábado también. En el evangelio
Jesús justifica lo apropiado del límite cuando dice: “’No se preocupen por el día
de maana…”
Entonces ¿es malo tener una cuenta bancaria o comprar una póliza de seguros?
Siempre ha sido el ideal cristiano vivir como los pollos “araando en la maana,
comiendo en la maana”. Sin embargo, aun las órdenes mendicantes como los
franciscanos y los dominicos se han dado cuenta de la necesidad de prepararse
para las exigencias del futuro. Antes que nada, tenemos que suplir a nuestros
hermanos que viven en necesidad extrema. Entonces, es legítimo poner algo en
reservas para nosotros mismos agradeciendo a Dios por habernos dado – como
dice el evangelio -- “por aadidura”.
Decimos “nuestro pan” pensando primero en aquellas personas que comparten
la fe en Jesucristo, entonces en todos humanos. No existimos en la tierra como
individuos aislados sino siempre vinculados con uno y otro. Respiramos el mismo
aire, bebemos la misma agua, tomamos el mismo sol, y -- sobre todo --
tenemos al mismo Dios como creador y sostenedor. Jesús viene precisamente
para envolver a todo el mundo en la familia de Dios Padre. Por eso, él proclama
en el evangelio: “…busquen primero el Reino de Dios y su justicia…” La justicia
de este reino exige que procuremos sacar el fruto de la tierra no sólo por
nosotros sino también por los demás.
El “pan” significa más que alimento. Producto de ambas la cosecha de la tierra y
la industria humana, el pan provee la energía para vivir y el motivo para
congregarse con otras personas. En esta manera ello simboliza el amor fraterno
sin que la vida se hiciera tan seca como un campo de ceniza volcánica. Jesús es
consciente de esto cuando pregunta: “¿Acaso no vale más la vida que alimento,
y el cuerpo más que el vestido?”
Sin embargo, no podemos apreciar todo el valor de la vida humana sin la
revelacin de Cristo. Las palabras “de cada día” no se refieren una segunda vez
al cotidiano sino al día para que Dios nos haya creado desde el principio. Viene
del término griego epiousios que significa “para el porvenir”. El futuro del
cristiano es la vida con Cristo en la eternidad – el banquete celestial. Por eso,
cuando pedimos “el pan de cada día”, estamos buscando la Eucaristía, el anticipo
de la vida eterna. Es el alimento del Padre que sí puede “prolongar la vida” para
siempre.
Cada mañana nos despertamos al gorjeo de las aves. Es una doble porción de
reconocimiento: primero agradeciendo a Dios por haberles alimentado ayer,
entonces recordándole de su dependencia extrema el día hoy. También, es un
anticipo de nuestra oración cotidiana. Como el gorjeo de las aves en la mañana,
nos volvemos a Dios cada día diciendo “Padre Nuestro”. Cada día decimos “Padre
nuestro”.
Padre Carmelo Mele, O.P.