IX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO A.
Asegurarse
Padre Pedrojosé Ynaraja
En un mundo en el que hoy aparece un cacharrito sorprendente y al cabo de un
mes es superado por un nuevo modelo de la misma marca. Que el vestido se
cambia, no por necesidad, estar gastado o no corresponder con la temperatura
ambiente, sino porque ha cambiado la moda. Que las marcas de velocidad o la
velocidad de las respuestas, cada día se superan. En un tal momento histórico y
situación geográfica como la nuestra, cuesta imaginar y apreciar, algo que dicen no
cambiará nunca. Al habituado a “usar y tirar”, esclavo de falsos criterios de higiene
o de comodidad, vete a hacerle comprender, que aspiramos a algo que nunca es
superado. El admirador de las multinacionales, más rápidas en sacar productos, que
la posibilidad que tiene el cliente de adquirirlos, no será capaz de comprenderlo. La
Eternidad no interesa. Importe o no, la divina revelación nos advierte de que existe.
Sí, el consumismo burgués es una grave dificultad para vivir la Fe cristiana, costará
aspirar y desear la eternidad. Al antiguo israelita, aunque no tanto, también le
resultaba difícil tener presente los criterios religiosos revelados, por ello, Moisés
dice que los tengan escritos y se los pongan en la frente, lugar atribuido al
pensamiento trascendente, y cerca de las manos, con las que se realizan la mayoría
de sus maniobras. Se trata de las filacterias (nombre griego que significa
protección, algo así como amuleto) o, como les gusta mas llamarlas a los judíos, los
tefilín. Seguramente vosotros, mis queridos jóvenes lectores, habréis visto por
televisión a varones que se ponen una especie de cajitas en la frente y en las
muñecas y os habréis preguntado que significado tienen. Pues, se trata de que se
toman al pie de la letra este precepto, tal como hemos leído en la primera lectura
de la misa de hoy. Dentro de estos recipientes están escritos preceptos
fundamentales de la ley judía. Elaborarlos es quehacer de judíos ortodoxos, que lo
escriben a mano y, evidentemente, en hebreo. Tengo unos tefilín, para acordarme
de estas antiguas normas y los compre usados, para que me resultasen más
significativos y baratos, aunque para mí, me recuerde y reclame mejor la fidelidad,
una simple cruz de madera, que llevo en el bolsillo. Cada uno debe servirse de lo
que le resulte más expresivo. Pero, de una u otra manera, seguramente, todos nos
debemos proveer de algo que nos recuerde y estimule, como para otras situaciones
de la vida acudimos a una agenda o a la alarma de un despertador o del teléfono
móvil.
Ahora bien, ser cristiano no es exhibir unos adornos, recordar unos textos, o recitar
de carretilla unas oraciones. Todo esto tiene valor en cuanto exige un
comportamiento como nos lo enseñó el Maestro. Una manera de actuar que
interrogue a los extraños y se digan: ¿por qué este, hace esto? ¿Por qué no hace
como todo el mundo? Preguntas tales debe suscitarse quienes nos acompañen por
la vida. No me gusta llevar distintivos externos en la vida social (sí en la litúrgica).
Pretendo que mi conducta sea provocativamente cristiana y, en todo caso, declarar
explícitamente mi condición sacerdotal, para que entiendan los demás, porque digo
o hago ciertas cosas. Y, en tratándose de contactos con musulmanes, por poner un
ejemplo habitual, les explico siempre el motivo de mi obrar, mi comportamiento
que puede ser diferente del suyo. Me interesa más esta cuestión, que posibles
explicaciones dogmáticas. Más que con palabras, pretendo demostrar mi Fe por mi
conducta.
La Iglesia Católica es maravillosa: mártires que abundan, misionero s, profetas y
contemplativos que habitan en rincones de todo el ancho mundo, lo certifican, pero
parece que, entre nosotros, quiere ignorarse estas realidades, extendidas por
doquier. Estamos rodeados de productos chinos, de vehículos o aparatos
informáticos, procedentes del oriente asiático, y olvidamos que por aquellas tierras
muchos hermanos en la Fe, se juegan la libertad o la vida por ser fieles a Cristo y
su Esposa Amada. La Iglesia clandestina en China o los fieles de Pakistán o la India,
sufren incomodidades y persecuciones, hasta llegar al martirio. Un día, el día
supremo, nos encontraremos todos juntos y ¡pobres de nosotros! Si solo les
podemos explicar que hemos idos a misa, sin perjuicio de haber consumido y
abandonado o tirado, tantas cosas de las que muchos habitantes del Tercer mundo
carecen. Mientras nosotros nos acercamos a ese día, acompañados de recuerdos de
las grandes y maravillosas catedrales, a las que hemos exigido pagar para entrar,
sonando en nuestro interior sublime música religiosa, que se pudo escuchar en
selectos conciertos, previo pago, o de espectaculares y bellas imágenes cristianas,
custodiadas en museos, que para acceder requieren comprar el correspondiente
tique, recordando que nos hemos aprovechado de la mano de obra barata de los
emigrantes, o destruyendo productos para mantener precios, amén de venderles
armas para que se puedan matar entre ellos y nuestras fábricas prosperen, acaben
ellos contándonos que se murieron de hambre, de enfermedades fácilmente
curables si hubieran podido tener medicinas que a nosotros nos sobraban o
carecían de instrucción escolar que les hubiera permitido progresar,
autoabastecerse y mejorar su condición humana.
Nos dice el Señor que todos estos, los ahora desheredados, no tendrán que hacer
cola para entrar y nosotros debemos preguntarnos: ¿Quién o qué, nos facilitará el
acceso? ¿O desafortunadamente no se nos permitirá la entrada? Sinceramente:
¿Será legitimo que protestemos?
Padre Pedrojosé Ynaraja