Tiempo y Eternidad
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José Manuel Otaolaurruchi, L.C.
¿Es la Iglesia misógina?
¿Se puede acusar a la Iglesia de ser misógina simplemente porque no puede conferir el
sacramento del orden sacerdotal a las mujeres?
La expansión del cristianismo en los primeros siglos fue un fenómeno social totalmente
revolucionario, primero porque se propagó en el seno de una cultura pagana y en segundo
lugar porque su mensaje no ejercía ninguna fascinación como lo era el culto a Isis, a
Artemisa o a Cibeles, “la madre de los dioses”, cuya veneración se extendía hasta las orillas
del Rin y en todas las ciudades donde hubiera guarniciones romanas. Una de las novedades
del cristianismo consistía en enseñar la igualdad en dignidad entre el hombre y la mujer, la
grandeza de la castidad y la indisolubilidad del matrimonio, además de que se oponía a la
práctica del aborto.
Estoy convencido que la extensión de l cristianismo tuvo éxito porque fueron las mujeres las
que se apropiaron del evangelio, pues muy pronto comprendieron que en la Iglesia se
hallaba la respuesta y la solución a los problemas de abuso, utilización y desprestigio que
padecían. Tanto las mujeres de cascos ligeros, como las recatadas, patricias como plebeyas,
esclavas y libres, orientales como romanas, abrazaron con grandísimo celo los ideales del
cristianismo. La historia antigua la conocemos por los hombres porque las mujeres estaban
mudas por sometimiento, pero jamás inactivas. ¿No estaba una santa Mónica detrás de un
san Agustín, o una santa Elena detrás del emperador romano, Constantino? La conversión
de Flavia Domitila, hermana del emperador Domiciano, infectó de cristianismo toda la
corte imperial. Marcia fue la que le evangelizó el harén de más de trescientas damas al
emperador Cómodo, cuando se dio cuenta ya eran cristianas y así no funcionaban las
bacanales que eran soberanas orgías. Ellos las necesitaban embrutecidas, sin moral ni
dignidad. En Lyon encontramos a Atala y Vetio; Priscila y Aquila colaboradores de san
Pablo en el medio oriente, etc.
Dando un salto hasta nuestros días, encontramos cómo Juan Pablo II, que felizmente será
elevado a los altares, defendió como ninguno la dignidad de la mujer, lo mismo que el Papa
Benedicto XVI que propuso esta semana a Santa Juana de Arco como modelo de los
políticos en momentos difíciles. La Iglesia reconoce el papel misionero y moralizante de la
mujer y sabe que la fe se propaga a través de su acción apostólica, echando un vistazo a la
historia, ¿es posible acusar a la Iglesia de misógina? Más bien podríamos concluir que la
crisis de fe y moral que estamos sufriendo a nivel mundial es ante todo, la crisis de la
mujer.
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