IX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Practicar la Palabra frente a la Palabrería
El texto del evangelio de este domingo (Mt 7, 21-27) constituye una llamada a la
autenticidad y a la coherencia vertebrada en torno al verbo “hacer” u “obrar”
como puesta en práctica de la voluntad de Dios y de la escucha y realización de
su palabra. Con ello quedan perfilados en la enseñanza de Jesús dos tipos de
discípulos y de personas: Los que ponen en práctica la fe y los que, a pesar de
las apariencias externas, sólo practican la iniquidad enmascarándola de
palabrería.
Jesús critica abiertamente a aquellos que reducen su fe, su vida religiosa o sus
compromisos personales a una mera proclamación verbal de la misma, limitando
su vida cristiana a una rutina en su comportamiento religioso. Por mucho que
digan “Seor, Seor” no entrarán en el Reino de Dios. Ante Dios slo vale la
transformación del corazón, que mediante la fe se proyecta en obras de amor,
de misericordia y de justicia. Ni siquiera es válido por sí mismo ninguno de los
signos espectaculares que con frecuencia se asocian a la vida religiosa. Ni las
profecías, ni los exorcismos, ni los milagros, ni la palabrería religiosa, ni la
utilización en vano del nombre de Dios, son una garantía para entrar en el
Reino, pues lo decisivo es, más bien, la escucha del evangelio y su realización en
la práctica de la justicia de Dios. No estamos todavía en el sermón escatológico
(Mt 24-25), pero también aquí se revela la perspectiva de un final de juicio por
parte de Dios, que desde su justicia dictará sentencia y alejará de sí a los
agentes de iniquidad en esta tierra.
Jesús invita a la autenticidad en la vida de la fe con imágenes antitéticas que
reflejan dos tipos de personas y de discípulos: Los sensatos y los necios. La
doble imagen del sabio sensato y del torpe necio está tomada de la literatura
sapiencial y es frecuente en el evangelio de Mateo, tanto en la parábola de las
diez vírgenes (25,1-13) como en la comparación de los siervos (24,45-51). En el
sermón de la montaña Jesús se dirige a las multitudes y a los discípulos y les
está enseñando que no pueden limitarse a oír la palabra, sino que deben
escucharla y ponerla en práctica. En esto consiste la fe verdadera. En el lenguaje
de la carta a los Romanos (Rom 3,21-28) la justificación por la fe no descarta
nunca las obras de amor y de justicia inherentes a la vida armónica del
creyente. Éste ha sido rehabilitado como persona y como hijo de Dios mediante
el perdón otorgado por el mismo Dios a la humanidad entera en la amnistía
general de su justicia, que ha sido anunciada como Evangelio para salvación de
todos. A esa experiencia de la gracia todos tenemos acceso mediante la fe en
Jesucristo, muerto y resucitado. Pero todo ese dinamismo de la fe en quien
escucha la Palabra debe verificarse a través de las obras de amor y de justicia,
propias del Reino de Dios. Las únicas obras que Pablo descarta como expresión
de la fe auténtica son las de la “ley”, es decir, las de una religiosidad puramente
externa y de apariencias, la de los hipócritas, incoherentes e inconsistentes.
Jesús ilustra la imagen del sabio y del necio con la comparación de la casa
construida sobre roca y sobre arena respectivamente. Construir sobre roca es
sinónimo de solidez, de consistencia, de fundamento, de firmeza. La casa
representa todo el espacio vital que constituye el hábitat de la persona humana
y puede hacerse extensivo a la vida personal, a la familia, a la comunidad
religiosa, al ámbito educativo o a los espacios sociales y políticos. Construir
sobre roca en todas estas realidades es echar raíces en los valores del Reino de
Dios, que son la solidaridad y el compromiso permanente con los pobres y
marginados, el respeto a la vida y dignidad de todo ser humano, el amor sin
fronteras al prójimo y a los últimos de la sociedad, la gratuidad de la existencia,
la libertad de todo ser humano, la justicia social y la esperanza en la redención
de toda persona. Esto es lo que da consistencia a la vida. Lo demás es vanidad
de vanidades, todo vanidad.
Al mismo tiempo que leemos este evangelio, en Bolivia y especialmente en su
capital, La Paz, durante esta semana han ocurrido derrumbamientos de muchas
casas y deslizamientos de terrenos construidos como consecuencia de las lluvias
que han afectado a este país en los últimos días. Vaya desde aquí nuestra
solidaridad hacia todos los damnificados que se cuentan por miles y la invitación
a colaborar con las instituciones públicas y eclesiales que han empezado a tomar
medidas organizadas para atender la situación de las más de 6000 familias que
han quedado en condiciones muy precarias.
José Cervantes Gabarrón es sacerdote misionero y
profesor de Sagrada Escritura