Miércoles de Ceniza - Ciclo A
San Juan Crisóstomo
HOMILIA XIX
1. Sobre las limosnas
Estad atentos a no hacer vuestras limosnas delante de
los hombres para que os vean. (Mt. VI, 1)
DESARRAIGA por Cristo la más tiránica de todas las enfermeda-
des. Me refiero a la rabiosa locura y furor de la vanagloria, que aun a
los justos acomete. Al principio del discurso nada dijo de ella Cristo.
Habría sido en vano antes de persuadir a los oyentes a que se
entreguen a las buenas obras enseñarles cómo las habían de hacer y
trabajar en ellas. Pero una vez que ya los instruyó en la virtud, ahora
empieza y se esfuerza por extirpar la enfermedad que suele
subintroducirse y dañarla. Porque esta peste no se engendra así como
quiera, sino una vez que hemos cumplido egregiamente en muchas
cosas con los preceptos. Se hacía, pues, necesario primeramente
injertar en el ánimo la virtud, para luego arrancar esa afección del
alma que le echa a perder su fruto espiritual.
Advierte por dónde comienza: por la oración, el ayuno y la
limosna. Sobre todo en estas buenas obras suele andar. De aquí se
hinchaba el fariseo aquel que decía: Ayuno dos veces por semana, doy
el diezmo de todo lo que poseo . En la oración misma se llenaba de
vanagloria y oraba por ostentación. Y por no haber ahí otros, hacía
referencia al publicano y decía: No soy como los demás hombres, ni
como este publicano.
Advierte cómo el Salvador da principio como si tratara de una
fiera astuta y difícil de cazar; y tal que puede atrapar a quien no esté
muy vigilante. Porque dice: Estad atentos a no hacer . Lo mismo decía
Pablo a los filipenses: ¡ Ojo a los perros ! Es fiera que ocultamente se
introduce y todo lo llena, y sin ruido arrebata cuanto hay dentro en el
interior, sin que el paciente lo sienta. Pues había Cristo disertado
largamente acerca de la limosna y traído al medio a Dios que hace
salir su sol sobre buenos y malos; y había declarado ser esclarecidos
los generosos en dar, y por todos los medios había exhortado a la
limosna, finalmente ahora escombra el campo de cuanto puede dañar
este olivo. Por esta razón dice: Estad atentos a no hacer vuestra
limosna delante de los hombres. Es que la limosna de que trató antes,
es limosna de Dios.
Una vez que dijo: No la hagáis delante de los hombres ,
añadió: para que os vean . A primera vista, parecería que esto ya
estaba dicho. Pero si cuidadosamente se considera, no es lo mismo.
Una clase de limosna es ésta y otra clase es aquélla. Y hay en esto
mucha precaución, muy alta providencia y perdón. Puesto que puede,
quien hace limosnas delante de los hombres, hacerla no para ser
visto; y también puede, quien la hace en oculto, hacerla para ser
visto. Por tal motivo Cristo no premia ni castiga la obra sencilla, sino
la voluntad del que la hace. Si no hubiera Cristo usado de esta
distinción cuidadosa, habría entorpecido a muchos en el ejercicio de
dar limosna, ya que esto no siempre se puede hacer a ocultas. Pues
bien: para librarte de esa confusión, señala el premio y el castigo y los
adjudica no a la finalidad de la obra en sí misma, sino al propósito de
la voluntad.
Ni vayas a decir: ¿qué me interesa a mí que otros me vean? Dice
Cristo: no es eso lo que yo examino, sino tu intención y el modo con
que haces la obra. Trata él de plasmar tu alma y librarla de toda
enfermedad. Por eso, una vez que decretó que no se haga por vana
ostentación y advirtió el daño resultante si se procede sin reflexión y a
la ventura, enseguida levanta los ánimos de los oyentes,
recordándoles al Padre y el cielo, para no conmoverlos únicamente
con los daños; y al mismo tiempo los reprime con la memoria del
Padre. Pues dice: No tendréis recompensa ante vuestro Padre que
está en los cielos. Y no se detiene aquí, sino que pasa adelante y más
profundamente inculca el odio a este vicio de la vanagloria.
Así como antes mencionó a los publicanos y gentiles con el
objeto de avergonzar mediante la comparación en la condición de las
personas, a quienes imitaban, del mismo modo aquí recuerda a los
hombres hipócritas.
Dice, pues: Cuando hagas limosna no vayas tocando la trompeta
delante de ti, como hacen los hipócritas . No dice esto porque aquéllos
tuvieran trompetas; sino que, para dar a entender su extrema locura,
los burla mediante esta metáfora y los pone de manifiesto.
Justamente los llama hipócritas, pues la limosna les servía de
capuchón y larva, mientras que su pensamiento maquinaba
barbaridades y crueldades. Porque no lo hacían porque tuvieran
compasión con los pobres, sino para gozarse ellos y ser glorificados. Y
es cosa llena de crueldad eso de que mientras uno perece de hambre,
ande el otro captando honores y no trate de aliviar la pobreza. En
conclusión, que la verdadera limosna no consiste en dar, sino en dar
como conviene y con el fin de aliviar la miseria.
Habiéndose ya suficientemente burlado de los hipócritas y ha-
biéndolos ya desenmascarado, para avergonzar a los oyentes, luego
corrigió la intención de quienes andaban enfermos de semejante vicio;
y tras de haberles declarado cómo no debe hacerse la limosna, pasó a
decir el modo como debe hacerse. ¿Cuál es? No sepa tu mano
izquierda lo que hace la derecha. Tampoco aquí habla de la mano
material, sino que esto lo dice por metáfora y hablando con hipérbole.
Como si dijera: si fuera posible que tú mismo lo ignoraras, lo habías
de procurar. Si fuera posible, al dar la limosna aun las manos debían
ocultarse. No se entiende esto, como algunos creen, en el sentido de
que la limosna haya de ocultarse a los malvados solamente, pues
Cristo ordenó que se ocultara a todos.
Considera, por otra parte, cuán grande es la recompensa. Tras
de decretar la pena, muestra ahora la honra que se ha de alcanzar,
empujando por ambos medios a los oyentes y llevándolos a la más
sublime doctrina. Porque aquí les enseña a conocer que Dios está
presente en todas partes y que nuestros asuntos no están
circunscritos a los límites de la vida presente, sino que nos aguardan
más terribles tribunales y que tenemos que dar cuenta de todos
nuestros actos, de donde se nos derivarán honores o castigos; y que
ninguna obra grande ni chica quedará oculta, aun cuando así lo
parezca a los hombres.
Todo esto dejó entender cuando dijo: Tu Padre que ve en lo
oculto te premiará públicamente . Grande y honroso teatro le pone
delante Cristo, en donde le dará con abundancia lo que desea. Ahí le
dirá: ¿qué es lo que deseas? ¿No es por cierto, tener cantidad grande
de espectadores? Aquí los tienes. Y no únicamente a los ángeles y
arcángeles, sino al Dios de todos. Y si anhelas tener como
espectadores a los hombres, ni aun este deseo quedará infructuoso a
su debido tiempo: más aún, se te concederá con mayores multitudes.
Por ahora, si te haces ver, será de diez, de veinte, de cien hombres
solamente. Pero si procuras ocultarte, en aquel día Dios mismo te
proclamará estando presente el orbe entero.
Por otra parte, quienes ahora te vean, te condenarán como
ambicioso de vanagloria; pero allá cuando te vean coronado, no sólo
no te condenarán, sino que todos te admirarán. Si pues está la
recompensa preparada y serás objeto de admiración, con tal de que
esperes un poco de tiempo, piensa cuán gravísima necedad sería
perder juntamente ambas cosas, cuando el premio se exige de Dios, y
los hombres todos en la presencia de Dios son convocados como
espectadores de tus buenas obras. Si queremos ostentarnos, conviene
ante todo ostentarnos ante el Padre: sobre todo porque el Padre es
señor de castigos y premios.
A la verdad, aun cuando semejante vicio ningún daño trajera
consigo, en modo alguno convendría que quien codicia la gloria
abandonara ese teatro celeste para anhelar acá el humano teatro.
¿Quién hay tan infeliz que, mientras el rey se apresura a contemplar
el cuadro de sus buenas obras, él, abandonando al rey, se procure un
auditorio de pobres y mendigos? Por esto ordena no sólo que no nos
demos a la ostentación, sino que procuremos ocultarnos. Porque es
cosa distinta no tener deseos de ostentarse y francamente buscar el
ocultamiento y la sombra.
2. Sobre la oración
Y cuando oréis, no seáis como los hipócritas, que gustan de orar
en pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para ser vistos
de los hombres. En verdad os digo: ya recibieron su recompensa. Tú,
cuando orares, entra en tu cámara y cerrada la puerta, ora a tu
Padre, que está en lo secreto. También a éstos los llama hipócritas y
con razón; porque simulando que oran a Dios, están mirando en torno
a los hombres, no con el hábito de suplicantes, sino de ridículos.
Puesto que quien se prepara a suplicar, dejando a un lado a todos los
demás, sólo clava la
vista en aquel que puede concederle lo que pide. Si a éste lo
abandonas y andas alrededor dando vueltas y mirando a todas partes,
saldrás con las manos vacías. Pero en verdad, tú te lo quisiste.
Por eso no dijo que tales hombres tendrían premio, sino que ya
lo han recibido; es decir, lo recibirán, pero será de aquellos de
quienes lo anhelaban. No era eso lo que Dios quería, sino darles su
propia recompensa. Pero ellos, anhelando el premio de los hombres,
no merecen recibir el de aquel por quien nada hicieron. Considera la
bondad de Dios, pues nos promete recompensa por las mismas cosas
que le pedimos. De manera que, reprendiendo a quienes no cumplen
bien con el deber de orar, una vez que por las circunstancias del lugar
y de la interior disposición demostró que son dignos de risa en gran
manera, finalmente indica el mejor modo para hacer oración,
diciendo: Entra en tu cámara .
Preguntarás: entonces ¿no se ha de orar en la iglesia? Sí se ha
de orar, pero con la disposición dicha. Dios en todas partes atiende a
la finalidad con que se obra. Si entras en tu cámara y cierras sobre ti
las puertas, pero lo haces por ostentación, ninguna utilidad te trae. Y
observa aquí cuán estricta distinción puso al decir: Para ser visto por
los hombres . De modo que aun cuando eches llave a tus puertas,
quiere El que, antes de cerrarlas, rectifiques tu intención y lo hagas
precisamente para mejor cerrar las puertas de tu mente. Estar libre
de la vanagloria siempre es lo más excelente, pero sobre todo cuando
oramos. Si aun libres de este vicio, todavía divagamos y andamos con
la mente de un lado para otro, entrando con semejante vicio ¿cuándo
oiremos nosotros mismos lo que decimos? Y si nosotros, que somos
los suplicantes, no lo oímos ¿cómo rogamos a Dios que lo escuche?
Y sin embargo, hay quienes después de tantos y tan apretados
mandatos, se portan en la oración tan feamente, que aun cuando con
el cuerpo se encuentren ocultos, con las voces se hacen oír de todos,
lanzando clamores al modo de los payasos y mostrándose ridículos en
la postura y en la voz. ¿No observas cómo aun en la plaza, si alguien
así se porta y ruega con clamores, aparta de sí aun a aquel a quien
ruega? Pero si está quieto y en postura decente, sobre todo entonces
atrae a quien puede socorrerlo. Oremos, pues, no con las posturas del
cuerpo ni con gritos y voces, sino con el afecto de la voluntad. No lo
hagas con ruidos estrepitosos para no alejar de nosotros a quienes
nos están vecinos, sino con plena modestia, con ánimo contrito, con
lágrimas interiores.
¿Es que te dueles íntimamente en tu ánimo y no puedes callar?
Pero, como dije, es propio de quien de verdad se duele, orar del modo
expuesto y así suplicar. Dolíase Moisés, y así oraba y era escuchado.
Por lo cual le dijo Dios: ¿Por qué clamas a mí? También Anna alcanzó
lo que pedía sin que se oyera su voz, porque su corazón era el que
clamaba. Y en cuanto a Abel, no sólo sin hablar, sino muerto ya
rogaba, y su sangre clamaba más alto que una trompeta. Gime, pues,
tú al modo de los santos: ¡no te lo impido! Desgarra tu corazón , como
lo ordena el profeta, y no tus vestidos (Joel 2,13). Invoca a tu Dios de
lo íntimo de tu alma, pues dice: De lo profundo clamé a ti Señor . Saca
tu voz de lo íntimo de tu corazón y haz que tu oración sea misteriosa
y oculta.
¿No has observado cómo en los palacios de los reyes se omite
todo tumulto y por todas partes reina un silencio absoluto? Pues tú
también, como quien entra en un palacio no terreno, sino mucho más
tremendo, como es el celeste, procede con pleno recogimiento. Tratas
con los coros de los ángeles; compañero eres de los arcángeles;
cantas en unión de los serafines. Y todos estos órdenes angélicos se
presentan en plena paz, y entonan con misterioso pavor el cántico
sagrado y los himnos del Rey de todos. Únete a ellos cuando oras e
imita su comportamiento maravilloso. Porque no ruegas a hombres,
sino a Dios presente en todas partes; y que te oye aun antes de que
pronuncies las palabras y conoce los secretos de tu corazón.
Si de este modo oras, recibirás grandes mercedes. Porque
dice: Tu Padre que ve en lo escondido te recompensará públicamente .
Y no dice te dará, sino te pagará. Se constituye deudor tuyo, y por
eso que haces te pagará con grandes honores. Por ser El invisible,
quiere que también tu oración lo sea.
( San Juan Crisóstomo , Homilías Comentario al Evangelio de
San Mateo Tomo II, Ed. Tradición, 1978, Págs. 265-271)