IX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Jueves despues de Ceniza
“El que quiera seguirme que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y
se venga conmigo”
I. Contemplamos la Palabra
Lectura del libro del Deuteronomio 30,15-20:
Moisés habló al pueblo, diciendo: «Mira: hoy te pongo delante la vida y el bien,
la muerte y el mal. Si obedeces los mandatos del Señor, tu Dios, que yo te
promulgo hoy, amando al Señor, tu Dios, siguiendo sus caminos, guardando sus
preceptos, mandatos y decretos, vivirás y crecerás; el Señor, tu Dios, te
bendecirá en la tierra donde vas a entrar para conquistarla. Pero, si tu corazón
se aparta y no obedeces, si te dejas arrastrar y te prosternas dando culto a
dioses extranjeros, yo te anuncio hoy que morirás sin remedio, que, después de
pasar el Jordán y de entrar en la tierra para tomarla en posesión, no vivirás
muchos años en ella. Hoy cito como testigos contra vosotros al cielo y a la
tierra; te pongo delante vida y muerte, bendición y maldición. Elige la vida, y
viviréis tú y tu descendencia, amando al Señor, tu Dios, escuchando su voz,
pegándote a él, pues él es tu vida y tus muchos años en la tierra que había
prometido dar a tus padres Abrahán, Isaac y Jacob.»
Sal 1 R/. Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor
Dichoso el hombre
que no sigue el consejo de los impíos,
ni entra por la senda de los pecadores,
ni se sienta en la reunión de los cínicos;
sino que su gozo es la ley del Señor,
y medita su ley día y noche. R/.
Será como un árbol
plantado al borde de la acequia:
da fruto en su sazón
y no se marchitan sus hojas;
y cuanto emprende tiene buen fin. R/.
No así los impíos, no así;
serán paja que arrebata el viento.
Porque el Señor protege el camino de los justos,
pero el camino de los impíos acaba mal. R/.
Lectura del santo evangelio según san Lucas 9,22-25:
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «El Hijo del hombre tiene que
padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas,
ser ejecutado y resucitar al tercer día.»
Y, dirigiéndose a todos, dijo: «El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo,
cargue con su cruz cada día y se venga conmigo. Pues el que quiera salvar su
vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará. ¿De qué le
sirve a uno ganar el mundo entero si se pierde o se perjudica a sí mismo?»
II. Oramos con la Palabra
CRISTO,ya tengo trazado el plan de esta Cuaresma „11, que es el plan de toda
mi vida cristiana: seguirte, negándome lo que pide mi hombre viejo y cargando
con la cruz que me llevará a la resurrección del hombre nuevo. Tú vas delante:
te acompañaré en los misterios de dolor, que llevan a los de gloria.
Esta oración está incluida en el libro: Evangelio 2011 de
EDIBESA.
III. Compartimos la Palabra
Recién estrenada la cuaresma y caminando ya hacia la Pascua, Moisés, en la
Primera Lectura, y Jesús, en el Evangelio, nos plantean una posible disyuntiva
en nuestro camino: Dios u otros dioses; seguir la voluntad de Dios que conduce
a la vida, o seguir y adorar a otros dioses, que sería igual a elegir la muerte. El
salmo responsorial lo describe como el árbol que sólo prospera y florece al borde
de la acequia. Así la liturgia nos invita cada año al empezar la cuaresma a
revisar y, en su caso corregir, nuestras opciones fundamentales en la vida.
Bendición o maldición
Esta es la disyuntiva de Dios por medio de Moisés en el Libro del Deuteronomio:
“Yo te propongo hoy vida y felicidad o bien muerte y desgracia”. Si escoges la
vida, “el Seor tu Dios te bendecirá”; “pero si tu corazn se resiste y no
obedeces, perecerás”. “Te pongo delante la bendicin y la maldicin”.
Bendecir, para nosotros, significa hablar bien, decir cosas buenas con el deseo
de que sean una realidad en la vida de los demás. Quien bendice desea y, en la
medida de sus posibilidades, procura el bienestar de los otros. Y lo dice no sólo
con palabras sino con gestos. Bendecir, para Dios, es, de entrada, esto mismo,
pero mucho más, infinitamente más como infinito es él. Si lo nuestro es desear,
lo de Dios es entregar y hacer realidad sus deseos. Por eso cuando bendice,
humaniza y santifica.
Maldecir, para nosotros, es hablar y decir cosas de condena, de malquerencia y
falta de aprecio. Tanto en los medios, como a nivel más particular, son muchas,
quizá demasiadas, las maldiciones que se escuchan; demasiadas palabras que
hieren y que se pronuncian o escriben para que molesten. No son así las
“maldiciones” de Dios. Son más bien advertencias, confidencias y consejos para
que cambiemos de rumbo y no sigamos aquellos derroteros.
Dios nunca maldice. Bendice siempre. El Padre bendice reiteradamente al Hijo en
el Evangelio, y el Hijo da gracias y bendice al Padre. Y nos pide que hagamos
nosotros lo mismo porque estamos perdonados, redimidos y salvados.
Seguimiento, pero con la cruz
¡Qué distinta sería la historia si estuviera escrita por los perdedores! No es que
Jesús nos pida y anime a alistarnos en su gremio; nos avisa para que seamos
cautos, porque “de nada sirve ganar el mundo si uno se pierde”. Este es nuestro
dilema: ganar, según el mundo, y perder ante nosotros y ante Dios; o ganar
ante nosotros y ante Dios, abrazándonos a la cruz, perdiendo para el mundo.
Jesús no buscó la cruz y el sufrimiento. Lo encontró de forma inevitable por
mantenerse fiel y firme en sus convicciones, en su misión y en su fidelidad al
Padre. Con seguridad que, en su oración, tuvo que meditarlo con frecuencia.
“Padre mío, si es posible pase de mí este cáliz, pero no se haga como yo quiero
sino como quieres tú” (Mt 26,39). Antes o después, los seguidores de Jesús se
encontrarán, también inevitablemente, con la cruz, en su empeño por
mantenerse fieles en el seguimiento y misión. Al final, el Padre bendijo y arropó
al Hijo, y éste lo hará con nosotros. Contamos con su promesa y apuesta.
Fray Hermelindo Fernández Rodríguez
La Virgen del Camino
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