Comentario al evangelio del Domingo 06 de Marzo del 2011
Construir la Casa del Reino
Todos queremos hacer con nuestra vida algo que valga la pena. Cuando somos jóvenes nuestros
deseos son muchos. Desde tener un buen trabajo o quizá crear una empresa hasta formar una familia. O
ser misionero o comprometerse en la política tratando de construir una sociedad más justa. Los deseos
son muchos pero las realizaciones no se corresponden siempre a la amplitud de lo que se soñó.
Siempre nos quedamos cortos. El buen trabajo o la empresa que se formó con tanto esfuerzo tienen sus
limitaciones. El político se encuentra con que sus sueños de justicia se tienen que realizar en el
complicado barro de las relaciones humanas. Hasta el misionero descubre pasados los años que no todo
lo que ha hecho fue como lo deseó.
Así es la vida. Con el paso de tiempo descubrimos
que lo que hemos levantado, la edificación libre y responsable de nuestra propia historia, no sigue
exactamente los planos que hicimos en su momento. Claro que una cosa es hacer los planos en el
refugio tranquilo donde el arquitecto planea y pone por escrito sus ideas y otra llevarlas a la realidad,
ponerse a pie de obra, encontrarse con los obreros, con los proveedores, con los técnicos. Al final el
resultado no es exactamente lo que estaba en los planos.
Pero es de esperar que el resultado sea una casa que sirva para lo que se pensó. Aunque no sea
perfecta, aunque tenga limitaciones y defectos, pero que no se caiga, que proteja de la lluvia. Y que
esté bien cimentada.
¿Cómo construir esa casa?
La parábola del evangelio de este domingo nos invita a levantar nuestra propia historia sobre la
roca verdadera. Para ello hay que escuchar la palabra de Jesús. Y levantar sobre ella nuestra vida. O,
como se dice al principio del mismo evangelio, hay que cumplir la voluntad del Padre. Y aquí llegamos
al problema de siempre: ¿Cuál es la voluntad del Padre para nosotros?
Por lo menos, tenemos una primera respuesta de Jesús: cumplir la voluntad del Padre no consiste ni
en profetizar en el nombre de Jesús, ni echar demonios en su nombre, ni siquiera en hacer milagros en
su nombre. Todo eso no sirve más que para que Jesús nos diga que nos conoce y que no tiene nada que
ver con nosotros.
Habría que recordar el refrán aquel que dice “A Dios rogando y con el mazo dando.” Y volver a
los evangelios que se han leído en los últimos domingos. La voluntad de Dios es que nos volvamos al
hermano y hermana y construyamos un mundo más fraterno, más solidario, un mundo donde nadie esté
excluido y donde todos se puedan sentir hijos del único Padre que está en los cielos. Todo lo cual tiene
poco que ver con profetizar, echar demonios o hacer milagros. Y tiene mucho que ver con hundir las
manos en el barro de las relaciones humanas, con acercarse a las personas concretas, con amar, con
reconciliar, con perdonar, con tender puentes, con acoger...
Una casa sencilla, para los hermanos
Ahí es donde se juega eso de “cumplir la voluntad de Dios.” Ahí es donde se construye una casa
sobre roca, capaz de resistir los vientos y las inundaciones. Cuando descubramos que de lo que se trata
no es de construir mi casa sino la casa común, la de todos, la de los hijos e hijas de Dios. Trabajando
por ahí es como cumplimos la voluntad de Dios y construimos la casa del reino.
Lo que Jesús nos propone tiene poco glamour, es poco vistoso. Se hace en el compromiso diario,
en las relaciones con los otros en el seno de la familia, en el círculo de vecinos, en el mundo del
trabajo, en la comunidad parroquial, en el compromiso político. Tiene poco que ver con esos milagros
que cambian el día en noche en un momento y dejan a todo el mundo deslumbrado. Lo que Jesús nos
propone es un trabajo oculto pero que es la forma más segura de que el amor de Dios llegue al corazón
de las personas.
Como dice la primera lectura, debemos escuchar estas palabras de Jesús y meterlas en el corazón y
en el alma. Nos enseñan el verdadero camino. Desviarnos de él es perdernos la mejor oportunidad de
nuestras vidas. Y construir nuestra casa sobre arena. ¡No durará mucho! Pero si colaboramos con la
gracia de Dios, como dice Pablo, entonces nos encontraremos justificados, salvados. Y nuestra casa
será la casa del reino.
Fernando Torres Pérez cmf