Lunes de la 9ª semana. Ser leal es jugarse la vida a veces. Pero si
tenemos fe, si dejamos que Jesús nos transforme, viviremos con él
la esperanza del cielo
1. Tobías (1,3;2,1-8) era un hombre de fe: “Yo, Tobit, he andado
por caminos de verdad y en justicia todos los días de mi vida y he repartido
muchas limosmas entre mis hermanos y compatriotas, deportados conmigo
a Nínive, al país de los asirios. En el reinado de Asarjaddón pude regresar a
mi casa y me fue devuelta mi mujer Ana y mi hijo Tobías. En nuestra
solemnidad de Pentecostés, que es la santa solemnidad de las Semanas, me
habían preparado una excelente comida y me dispuse a comer. Cuando me
presentaron la mesa, con numerosos manjares, dije a mi hijo Tobías: «Hijo,
ve a buscar entre nuestros hermanos deportados en Nínive a algún
indigente que se acuerde del Señor y tráelo para que coma con nosotros. Te
esperaré hasta que vuelvas, hijo mío.» Fuese, pues, Tobías a buscar a
alguno de nuestros hermanos pobres, y cuando regresó me dijo: «Padre.»
Le respondí: «¿Qué hay, hijo?» Contestó: «Padre, han asesinado a uno de
los nuestros; le han estrangulado y le han arrojado en la plaza del mercado
y aún está allí.» Me levanté al punto y sin probar la comida, alcé el cadáver
de la plaza y lo dejé en una habitación, en espera de que se pusiera el sol,
para enterrarlo. Volví a entrar, me lavé y comí con aflicción acordándome
de las palabras que el profeta Amós dijo contra Betel: “Vuestras
solemnidades se convertirán en duelo y todas vuestras canciones en
lamento.” Y lloré. Cuando el sol se puso, cavé una fosa y sepulté el cadáver.
8 Mis vecinos se burlaban y decían: «Todavía no ha aprendido. (Pues, en
efecto, ya habían querido matarme por un hecho semejante.) Apenas si
pudo escapar y ya vuelve a sepultar a los muertos.” Esta semana leemos
el libro de Tobías o Tobit. Un libro de los más tardíos del AT, escrito dos
siglos antes de Cristo. Su género es el sapiencial o didáctico: es una historia
edificante, contada con viveza y colorido. Sobre el trasfondo histórico del
destierro de los israelitas, se dibuja la historia de dos familias, la de Tobías
y la de Sara. Una en Nínive, otra en Ecbatana de Media. Ambas sufren
dificultades, ambas son piadosas y reciben a su tiempo la ayuda de Dios.
Hoy el protagonista de la lectura es Tobías padre. Un judío que antes del
destierro era una buena persona, un creyente de corazón, y lo sigue siendo
también en el destierro, rodeado de una sociedad pagana. Por ejemplo,
muestra su buen corazón y su valentía enterrando a los muertos que
quedan abandonados por la calle, a pesar de la prohibición de la ley y del
poco apoyo de sus vecinos.
Los cristianos de hoy también somos invitados a defender nuestra
identidad en medio de un ambiente nada fácil. Apreciamos en el mundo de
hoy valores como los de la paz, la justicia, la igualdad, la ecología. Pero nos
tenemos que defender de otras direcciones que, aunque estén de moda o
reflejen mayorías estadísticas, ni son humanas ni cristianas, porque no
respetan la vida ni la fidelidad y llevan a la superficialidad, al mero deseo de
satisfacer las apetencias de los sentidos o la idolatría.
2. Salmo (112,1-6) “ ¡Aleluya! ¡Dichoso el hombre que teme a
Yahveh, que en sus mandamientos mucho se complace! Fuerte será en la
tierra su estirpe, bendita la raza de los hombres rectos. Hacienda y riquezas
en su casa, su justicia por siempre permanece. En las tinieblas brilla, como
luz de los rectos, tierno, clemente y justo. Feliz el hombre que se apiada y
presta, y arregla rectamente sus asuntos. No, no será conmovido jamás, en
memoria eterna permanece el justo”. Este salmo se refiere tanto a la
persona de fe que es Tobías padre, como sobre todo Jesús, que es el gran
protagonista de la siguiente parábola.
3.- Marcos (12,1-12) cuenta que así les habló Jesús: “Un
hombre plantó una viña, la rodeó de una cerca, cavó un lagar y edificó una
torre; la arrendó a unos labradores, y se ausentó. Envió un siervo a los
labradores a su debido tiempo para recibir de ellos una parte de los frutos
de la viña. Ellos le agarraron, le golpearon y le despacharon con las manos
vacías. De nuevo les envió a otro siervo; también a éste le descalabraron y
le insultaron. Y envió a otro y a éste le mataron; y también a otros muchos,
hiriendo a unos, matando a otros. Todavía le quedaba un hijo querido; les
envió a éste, el último, diciendo: "A mi hijo le respetarán". Pero aquellos
labradores dijeron entre sí: "Este es el heredero. Vamos, matémosle, y será
nuestra la herencia." Le agarraron, le mataron y le echaron fuera de la
viña. ¿Qué hará el dueño de la viña? Vendrá y dará muerte a los labradores
y entregará la viña a otros. ¿No habéis leído esta Escritura: La piedra que
los constructores desecharon, en piedra angular se ha convertido; fue el
Señor quien hizo esto y es maravilloso a nuestros ojos?» Trataban de
detenerle - pero tuvieron miedo a la gente - porque habían comprendido
que la parábola la había dicho por ellos. Y dejándole, se fueron”. Es un
drama lo que sucedió con el rechazo de Jesús. Se deshacen del hijo.
Desprecian la piedra que luego resulta que era la piedra angular. No
conocen el tiempo oportuno, después de tantos siglos de espera. Pero la
pregunta va hoy para nosotros, que no matamos al Hijo ni le despreciamos,
pero tampoco le seguimos tal vez con toda la coherencia que merece.
¿Somos una viña que da los frutos que Dios espera?; ¿sabemos darnos
cuenta del tiempo oportuno de la gracia, de la ocasión de encuentro
salvador que son los sacramentos?; ¿nos aprovechamos de la fuerza
salvadora de la Palabra de Dios y de la Eucaristía? Cada uno,
personalmente, deberíamos hoy preguntarnos si somos viñas fructíferas o
estériles (J. Aldazábal). En silencio procuro evocar los beneficios de Dios:
tantos cuidados, amor vigilante, precauciones. ¡Tú me amas Señor! Tú
amas a todos los hombres, Tú esperas que den fruto... Te doy gracias por...
por...
-Arrendó "su" viña y partió lejos de allí... Yo soy "tu" viña, Señor.
Qué gran misterio... que te intereses por mí hasta tal punto, que me
consideres como tuyo... Qué gran misterio... que Tú estés, aparentemente,
"lejos", ausente, escondido, y sin embargo tan próximo, tan amable.
-Al primer servidor: le azotaron y le despidieron con las manos
vacías... Al segundo: lo hirieron en la cabeza y lo injuriaron... Al tercero: lo
mataron... A otros aún: los azotaron o los mataron. Hay ya mucha sangre
en todo esto. La Pasión está cerca. Jesús la ve acercarse... será dentro de
unos días. Pero ¡ese "Viñador" es un loco! A nadie se le ocurre seguir
enviando a "otros servidores" cuando los primeros han vuelto mal parados o
no han vuelto... ¡No! El relato de Jesús no es verosímil en sentido propio.
Pero Dios, sí, Dios, tiene esta paciencia, esta perseverancia, esta locura.
Dios es desconcertante. ¿Hasta dónde es capaz de llegar con su amor?
-Le quedaba todavía uno, su Hijo "muy amado" y se lo envió también
a ellos... ¡Cada vez es más inverosímil! ¡Pero es así! El adjetivo "muy
amado" no está aquí por azar, es el epíteto usado siempre que una voz
celeste anuncia la identidad de Jesús, en el bautismo, en la transfiguración
(Marcos, 1, 10; 9, 7). La salvación es una obra de amor. Dios ama "su"
viña, "su" humanidad, "su" Hijo muy amado. Y es Jesús mismo quien, por
primera vez, usa esta palabra. La había oído del Padre el día de su
bautismo. Los tres discípulos a su vez la habían oído en lo alto de la
montaña. Y he aquí que Jesús la repite por su cuenta. Levanta por fin el
velo sobre su identidad profunda, después de haber pedido tantas veces
que lo guardasen en secreto: y es porque ya no es posible el equívoco; todo
restablecimiento humano del reino de David es ahora ilusorio; la muerte
está próxima, al fin de la semana.
-El dueño de la viña vendrá. Hará perecer a los viñadores, y dará la
viña a otros: "La piedra que desecharon los constructores vino a ser la
principal piedra angular. ¡EI Señor es el que hizo esto y estamos viendo con
nuestros ojos tal maravilla!" Jesús cita el salmo, 118, 22, el mismo que
habían usado las multitudes para aclamarle, el día de su entrada mesiánica.
La gloria está también allí. ¡Jesús no habla jamás de su muerte sin evocar
también su resurrección! (Noel Quesson). Llucià Pou Sabaté