LA PASCUA ES LA CERTEZA DE SER RADICALMENTE LIBRES
Reflexión de monseñor Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús
en el programa radial "Compartiendo el Evangelio", para el Domingo de
Resurrección del Señor (24 de abril de 2011)
San Juan 20, 1-9
Domingo de la Resurrección del Señor
¡Felices pascuas!
¡Hosanna!
¡Aleluya, Cristo el Señor, ha resucitado!
El primer día de la semana, de madrugada, cuando todavía
estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro y vio que la
piedra había sido sacada.
Corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro discípulo al que
Jesús amaba, y les dijo: "Se han llevado del sepulcro al Señor y
no sabemos dónde lo han puesto".
Pedro y el otro discípulo salieron y fueron al sepulcro.
Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió más
rápidamente que Pedro y llegó antes.
Asomándose al sepulcro, vio las vendas en el suelo, aunque no
entró.
Después llegó Simón Pedro, que lo seguía, y entró en el sepulcro:
vio las vendas en el suelo, y también el sudario que había
cubierto su cabeza; este no estaba con las vendas, sino enrollado
en un lugar aparte.
Luego entró el otro discípulo, que había llegado antes al sepulcro:
él también vio y creyó.
Todavía no habían comprendido que, según la Escritura, él debía
resucitar de entre los muertos.
Queridos hermanos, la Resurrección de Cristo es el punto de llegada, pero
también el punto de partida, porque esto es lo que da sentido a todo lo demás.
Da sentido a la Cuaresma. Da sentido a la muerte del pecado. Da sentido a todo
lo que Dios resume en su misericordia. El mal existió, el mal existe, pero siempre
el mal fue y será resuelto por el bien; y el bien es mayor que el mal. El amor de
misericordia de Jesucristo colma nuestros corazones y toda nuestra vida.
Tenemos que darnos cuenta que la resurrección es lo que ilumina y da
sentido a la muerte. Y da sentido también a nuestro peregrinar para que vivamos
como personas, para que volvamos a conquistar la libertad perdida por el pecado
y los miedos. Volver a tener alegría.
Esa alegría que no es una carcajada, una risa hueca y vacía. La alegría
profunda de saber que todos nosotros estamos contenidos en el amor
misericordioso de Dios, que nos sostiene con su mano.
También, en esta Pascua, el esfuerzo grato de la comunión fraterna para
que todos podamos vivir un solo corazón, una sola alma. La comunión fraterna
es restablecer vínculos, restablecer entre nosotros relaciones interpersonales que
nos gratifiquen, que sean verdaderas, auténticas y libres, que no asfixien y que
colmen de gracia nuestra vida.
La Pascua es la certeza de ser radicalmente libres, sin ningún temor por lo
que nos pueda acontecer. Ahora tenemos cincuenta días, entre Pascua y
Pentecostés, para que se sepa, para que se diga, para que se comunique, para
que se exprese: “¡es verdad, es cierto, Cristo ha resucitado!”
¡Cristo vive en medio de nosotros!
¡No ha sido vencido!
¡El venció al pecado y a la muerte!
¡La Pascua nos llena de esperanza y de gloria!
Queridos hermanos, Felices Pascuas para todos.
Les dejo mi bendición en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén
Mons. Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús