LLAMADOS A LA LUZ, LLAMADOS AL REINO
Reflexión de monseñor Rubén Oscar Frassia, obispo de
Avellaneda-Lanús para el programa radial "Compartiendo el
Evangelio", para el tercer domingo durante el año (23 de
enero de 2011)
Evangelio de San Mateo 4, 12 - 23 (Ciclo A)
Cuando Jesús se enteró de que Juan Bautista había
sido arrestado, se retiró a Galilea. Y, dejando
Nazaret, se estableció en Cafarnaún, a orillas del
lago, en los confines de Zabulón y Neftalí, para que
se cumpliera lo que había sido anunciado por el
profeta Isaías:
‘¡Tierra de Zabulón, tierra de Neftalí, camino del mar,
país de la Transjordania, Galilea de las naciones! El
pueblo que se hallaba en tinieblas vio una gran luz;
sobre los que vivían en las oscuras regiones de la
muerte, se levantó una luz.’
A partir de ese momento, Jesús comenzó a
proclamar: "Conviértanse, porque el Reino de los
Cielos está cerca"
Mientras caminaba a orillas del mar de Galilea, Jesús
vio a dos hermanos: a Simón, llamado Pedro, y a su
hermano Andrés, que echaban las redes al mar
porque eran pescadores. Entonces les
dijo: "Síganme, y yo los haré pescadores de
hombres"
Inmediatamente, ellos dejaron las redes y lo
siguieron.
Continuando su camino, vio a otros dos hermanos: a
Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que
estaban en la barca con Zebedeo, su padre,
arreglando las redes; y Jesús los llamó.
Inmediatamente, ellos dejaron la barca y a su padre,
y lo siguieron.
Jesús recorría toda la Galilea, enseñando en las
sinagogas, proclamando la Buena Noticia del Reino y
curando todas las enfermedades y dolencias de la
gente.
Este Evangelio está afirmando dos cosas muy importantes: “el
Reino de Dios está cerca”; “El es la Luz que viene a iluminarnos” El
Reino de Dios está cerca y pide que nos convirtamos. La conversión
es fundamental. O nos acercamos a Cristo, que es la Luz, o nos
alejamos de la Luz, que es Cristo.
Es importante, primero, la actitud de la conversión; pero
ustedes pueden decir “¿de qué nos tenemos que convertir?” Bien,
cuando uno está más cerca de Dios se da cuenta que tiene más
necesidad de Él. Cuando uno está más cerca de la Luz más percibe
las arrugas, porque a oscuras no ve nada.
Por lo tanto es un misterio, una tensión permanente: cuando
uno se acerca más a Dios más necesita el reconocimiento de la
humildad y, a la vez, el reconocimiento de que uno es pecador.
Cuando uno sube más a la montaña, empieza a reconocer que
esa montaña tan alta también tiene valles muy profundos, pero ¡qué
hermoso es sentirse llamado a la montaña!, ¡qué hermoso es
sentirse llamado a la luz!, ¡qué hermoso es saberse llamado al
Reino!
Cuando Dios nos llama, nos individualiza, nos llama por el
nombre y uno lo descubre, es ahí donde hace un ¡clic!, donde de
alguna manera se provoca un antes y un después.
Pedro y Andrés oyeron la voz del Señor, dejaron lo que estaban
haciendo y lo siguieron. También nosotros, si escuchamos su voz,
no podemos callar, no podemos dejar de seguirlo, no podemos dejar
de amarlo.
¡Escuchemos su Voz, El nos llama! Pero también respondamos
con prontitud, con generosidad y con sacrificio. A veces, para
escuchar al Señor, hay que hacer alguna cirugía y la cirugía duele,
pero vale la pena porque está entrando la vida nueva.
Hermano, no tenga miedo de escuchar al Señor y no tenga
miedo de responderle con la totalidad de su persona.
Les dejo mi bendición: en el Nombre del Padre, del Hijo y del
Espíritu Santo.
Amén
Mons. Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús