AGRACIADOS PARA ASCENDER
SOLEMNIDAD DE LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR
5 de Junio de 2.011
Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de
sabiduría y revelación para conocerlo. Ilumine los ojos de vuestro corazón, para
que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria
que da en herencia a los santos, y cuál la extraordinaria grandeza de su poder para
nosotros, los que creemos, según la eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó
en Cristo, resucitándolo de entre los muertos y sentándolo a su derecha en el cielo,
por encima de todo principado, potestad, fuerza y dominación, y por encima de
todo nombre conocido, no sólo en este mundo, sino en el futuro.
Y todo lo puso bajo sus pies, y lo dio a la Iglesia como cabeza, sobre todo. Ella es
su cuerpo, plenitud del que lo acaba todo en todos. Efesios 1,17-23
Es a más y al Más, a lo que y a quien todos esperanzadamente tendemos. Lo
mismo que le pasa al embrión y a la semilla. No es el retroceso ni el descenso lo
suyo y lo nuestro. No es el abismo degradante o involutivo nuestra ley y nuestra
marcha...
El podium del triunfador, la cumbre del alpinista, la plenitud de la espiga, el niño no
malogrado... son anhelos, confesados o no confesados, que todos acariciamos y
que a todos nos acarician. Llegar a ser del todo, escapar del fragmento y la
limitación, quemar caminos y etapas, transcendernos a nosotros mismos en
ascensos recibidos y sudados... son otras tantas esperanzas de las que los hombres
más despiertos no pueden escapar.
La consabida insatisfacción que deflora, al instante, nuestras conquistas más
esperanzadas y trabajadas; la inmediata escalada que, al momento,
reemprendemos hacia niveles más altos; el siguiente escalafón al que nos sentimos
tentadoramente convocados; los nuevos horizontes a que se abren de nuevo los
ojos nuevos que a cada hora estrenamos... son, asimismo, síntomas y argumentos
de que en el barro del hombre hay alas inseminadas que le instan a remontarse
más y más.
Y no es Ícaro el que nos habita, aquel personaje mítico que se construyó unas alas,
pegadas con cera al cuerpo, para subir hasta el sol. Es un Alguien muy real, que se
sembró en nuestra tierra, imprimiéndonos un apetito irreprimible de cielo. Es el Hijo
de Dios descendido a hombre, muy muerto y muy vivo, que ascendió a nosotros
dándonos una fuerza ascensional irresistible y certera. Es un nuevo modo de
presencia que Cristo tiene en el cosmos y en la historia, y que desde el interior de
todo y de todos está como forzando el ascenso experimentado por Él, sentado
como está a la derecha de Dios y de sus hermanos todos. Es Jesús exaltado, hecho
Señor y Primogénito de sus hermanos garantizando la promesa de una humanidad
salvada y promoviendo proyectos, cada vez más intensos y extensos, de filiación
divina y de fraternidad humana. Es el Hombre ya Total el que, viniendo de menos a
más, se va llevando cautiva a la cautividad consigo para que, ascendidos con Él,
empecemos a construir el hombre perfecto que todavía no somos y que un día sí
seremos. Es la Ascensión del Señor compartida responsablemente por los hombres
que se lanzan desde su raíz resucitada hacia su flor y sus frutos definitivos. Es
Cristo ascendido que nos arrastra a todos con su imán ascensional.
Juan Sánchez Trujillo